#Nacionales

Perfume al filo del dolor

10 Minutos de lectura

Por Nicolás Adet Larcher

“Uno no sabe por qué es elegido. Nunca sabés por qué la gente te quiere. Hay gente más talentosa que yo que de pronto no tiene el magnetismo físico” decía el Indio Solari sentado en marzo del año pasado, frente a Mario Pergolini en Tandil, «Yo no sé por qué soy el Indio Solari». En su carrera como solista, el Indio lleva alrededor de 18 conciertos. Algunos tuvieron heridos, pero nada grave. Hasta este último sábado, donde se vivió una misa con sabor a despedida. ¿Como llega el Indio Solari a albergar 300 mil personas de todo el país?, ¿Que había antes?

Desde la separación de Los Redondos, el Indio tomó las riendas de la leyenda y la llevó a niveles de convocatoria que trascienden los de cualquier otra banda. Si en los setenta y ochenta la banda pasaba por pubs y bares, en los noventa tuvo que subir a los estadios para intentar contener el número ascendente de sus seguidores.

En esa etapa, Los Redondos se consolidaron como un «rock de resistencia» como plantea José Natanson, redondeando su impronta bajo la sombra del neoliberalismo. Para la etapa solista del Indio, un estadio ya no alcanza ni colocando varias fechas seguidas, cualquier escenario está al filo del desborde.

En cada etapa, la banda/el Indio tocaron el techo, por el despertar de nuevas almas que se sumaban a un movimiento que para muchos es casi una religión. Nadie lo relata mejor en términos teológicos que Boimvaser en su libro “A Brillar mi amor”. Fallas en la organización, colapsos y reacomodamientos estuvieron presentes durante toda su historia. Nunca fue fácil, por qué no hay otra vara para medir lo que pasa cuando se anuncia una nueva fecha, no existe. Para intentar entender el fenómeno, hay que estar en el lugar y repasar la historia de la banda, sus integrantes, sus idas y vueltas y su ascenso.

La solicitud de “mayor presencia del Estado” también chocó con los fans y la organización de los distintos eventos desde el ochenta hasta que Los Redondos se separaron. Siempre que el Estado apareció fue con su brazo armado, tareas de inteligencia incluidas. Cada vez que aparecieron los policías, apareció también la represión. Cuando se implementó seguridad privada, violencia interna. Cuando se intentó limitar el número de ingresos a un espacio, violencia nuevamente. “Para mi público no existe el sold out” supo decir el Indio en Tsunami, y tiene razón, no por justificar lo que pasa, sino porque la historia lo refleja de esa forma. Para Olavarría, sin embargo, más que policías era válida una mayor señalización y acompañamiento en las puertas.

Es pertinente alejarse de los discursos lineales y simplistas de los opinadores mediáticos para pensar el fenómeno y sus limitaciones (no vamos a caer en la muletilla del Indio empresario y el público zombie). No se busca normalizar el fenómeno, sino tratar de comprenderlo. Desde los inicios, la carnicería mediática estuvo a la orden del día cada vez que se pudo, estigmatizando los seguidores de la banda y sus integrantes. En los 90 era Los Redondos vs Los Medios. Muchos libros, tesis universitarias y artículos se escribieron para intentar develar los Por qué y los Cómo de algo que todavía no tiene una respuesta clara. No hay ciudad que verdaderamente pueda soportar el peso de una ola humana de miles de personas, que llegan en miles de colectivos, y que se trasladan sólo por un día. Algunos la llevan mejor, otras no tanto. No alcanzó en Capital Federal para Los Redondos en los noventa, parecería no alcanzar ya en el interior para el Indio.

No hay ciudad que verdaderamente pueda soportar el peso de una ola humana de miles de personas, que llegan en miles de colectivos, y que se trasladan sólo por un día. 

Quienes estuvieron presentes en Olavarría relatan que los mayores problemas fueron los embudos a la salida y que en esta ocasión había algo distinto a las otras misas. A la salida, un tema fue la falta de señalización, la ausencia de algo que pudiera guiar a 300 mil personas para descomprimir. Innecesarias son las menciones a que esas 300 mil personas se convirtieron en papeles de colores para el bolsillo de Solari, es ampliamente conocido que en la historia de Los Redondos existió y existe (hoy con el Indio) un porcentaje insólito de entradas falsificadas que no se abonan. De esos 300 mil apenas sería creíble un poco más de la mitad pague su entrada formalmente, aunque sea una suma abultada de igual forma. Y ahí sí, surge el problema de la falta de chequeos de las entradas que en Tandil sí estuvo presente, aunque siempre abriendo las puertas ya avanzado parte del repertorio, como suele hacerse siempre en los festivales ricoteros.

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la mítica banda de nuestro rock nacional comenzó a despedirse de los bares, los pubs y los galpones de mala muerte en 1988, cuando su último disco Un bajón para el ojo idiota los catapultó a los estadios. En ese año, metieron cinco funciones en el teatro Bambalinas de San Telmo y cada una de esas funciones fue asfixiante para su público. La gente no podía respirar, estaban apretados y los efectivos de seguridad golpeaban a alguno cuando podían. Ya no era un grupito de fans los que acudían a las ceremonias de rock que se montaban en algún rincón de capital. La voz se corría, los discos se escuchaban. La leyenda crecía.

Imagen: Cooperativa La Vaca — Nacho Yuchark

Los Redondos habían ascendido a la escala mayor del rock nacional, el rock de estadios, solo accesible para pocas bandas. Sin quererlo (el Indio siempre añoró volver a esa época de pubs reducidos), con marketing casi nulo y sin circular cerca de la fauna mediática, los Redondos ingresaban a los 90 con el objetivo de adaptarse a un nuevo escenario. Cultivaron la tradición de la promoción prudente, sin grandes bombos ni platillos. En ocasiones les ofrecieron enormes montos de dinero para salir en la televisión, nunca aceptaron.

A fines de los ochenta, ya era necesario el estadio para evitar muertes en un espacio reducido. En esa Argentina convulsionada de hiperinflación y caída del Alfonsinismo, Los Redondos evaluaban posibilidades. “Es un paso, en algún momento había que darlo. Antes de que ocurra una masacre. No es más que un estadio, por más que se llame Obras” decían durante las reuniones que se extendían durante horas y donde solo estaban presentes Skay Beilinson, el Indio Solari y Poli Castro, quién tenía un manejo impecable de las relaciones sociales, laborales, músicales de la banda y la organización de sus eventos.

El Indio tenía sus dudas con Obras, decía que “la seguridad la manejan ellos (los de Obras), y la guita la pasás a buscar otro día y no tenés a tu gente supervisando todo”. Desde ese momento se consolidó la posibilidad de una producción independiente para la envergadura de un estadio, asociada a productoras que dejaran la porción más grande para el artista. No fue fácil encontrar un lugar cómodo, en 1988 se armó un quilombo en el estadio del Club Atenas, cuando un embudo provocó confusión en el público y no se mató nadie de milagro. No había lugar físico adecuado para albergar a tanta gente.

A Los Redondos siempre los señalaron con ese discurso de la falta de organización. Desde el periodismo de rock se supo escribir en 1989, cuando estaban con un pie en Obras, “Hace tiempo deberían haberlo hecho, ahorrándole a su público las malas condiciones de seguridad de incontables sitios en que se desempeñaron en homenaje a su supuesta coherencia”, la pluma era de Carlos Polimeni. El Indio luego le respondió a Polimeni en el escenario.

Los Redondos volvieron a tocar en Obras, alrededor de 25 mil personas fueron a verlos. De nuevo violencia, un grupo de personas comenzó a empujarles el escenario para que cayeran, contaban. Afuera había cordones de policía, carros hidrantes y todo el brazo policial del Estado esperando para reprimir a cualquiera.

Ese combo reventó el 19 de abril de 1991 cuando Walter Bulacio, un joven de 17 años, asistió por primera vez a ver a Los Redondos. El cordón policial era más extenso que en otros recitales. Entre las fuerzas, circulaba la idea (todavía circula en algunos), de que todo el que iba a ver a Los Redondos era un delincuente y que quilombo seguro se armaba. Esa noche detuvieron a 35 jóvenes, entre ellos Bulacio. Lo llevaron a la comisaría y lo torturaron. Murió cinco días después de su detención.

El caso Bulacio golpeó al grupo, aunque cada uno eligió una postura. Skay y Poli acompañaron a la familia en la primera marcha pidiendo justicia, pero después de eso nada más. El Indio se refugió junto a ellos más tarde en el silencio. “Yo no soy muy verborrágico en el escenario pero cada vez que hablo en un recital solo digo ‘cuidense el culo’ (…) A nosotros no nos interesa ver de qué manera nos defendemos de cosas de las que no somos culpables. Nosotros no queremos entrar en el mismo mecanismo que utiliza cualquier político, cualquier agrupación. Cuando utilizas la demagogia para defenderte en nuestro escalafón, en nuestro juego de la Oca estamos retrocediendo cinco casilleros.” Supo decir en alguna entrevista sobre estos temas.

“Yo no soy muy verborrágico en el escenario pero cada vez que hablo en un recital solo digo ‘cuidense el culo’ (…) A nosotros no nos interesa ver de qué manera nos defendemos de cosas de las que no somos culpables…»

Como expresa Martín Rodríguez «había en la decisión del Indio de “no televisarse” una zona “intransable” que fue punto de inflexión con la prensa de izquierda (con Carlos Polimeni, con Enrique Symms, con la Correpi) y con un clima de época que esperaba colocarlo a la cabeza de la marcha. Podríamos decir que en los años 90 Solari pasó más tiempo peleado con Página 12 que con Clarín». Después apareció “Juguetes Perdidos” en el repertorio, una suerte de homenaje a Walter.

El 1 de mayo de 1992, Los Redondos actuaron para 5 mil personas. Muchos de esos fans llegaron con entradas falsas. La gente empezó a apretarse, embudo, puertas que no daban abasto y la intervención de la policía con palos, gases y patadas. Si el combo era explosivo por la desmesura, la policía era un bidón de nafta para “contener”. En otros shows que siguieron, el Indio tomó el micrófono cada vez que pudo para recordar “no se peleen entre ustedes. Ya hay bastante mierda afuera como para andar gastando energía entre nosotros”.

Más tarde, en shows que se realizaron cerca de fin de año, Poli colocó mayor énfasis en la seguridad privada que rodeaba la puerta. La función de los patovicas era prevenir. Llegó gente a la disco King Kong, se empezó a llenar y muchos quedaron afuera. De nuevo, violencia. Tenían tickets y querían entrar. Había exceso de entradas, muchas eran falsas. Alrededor de 300 personas empezaron a tirar piedras, botellas y empujar contra la puerta de la disco. La policía volvió a reprimir. Los fans tiraron piedras contra la policía, los policías respondieron y en medio del caos, proyectiles que iban, venían y que impactaban contra los uniformes, desde la organización decidieron cerrar las puertas para evitar mayores inconvenientes. Fans cortaron patas de sillas metálicas, la policía llegaba con carros hidrantes. Había tanta gente que perdieron la llave y quedaron encerrados un tiempo. La encontraron un rato después.

Más tarde, el escenario fue Huracán. Con cinco meses de anticipación Poli controló personalmente los accesos, se establecieron detalles que se habían pasado por alto en ocasiones anteriores y todo salió perfecto, pero estaba la sensación de que era imposible seguir tocando en Capital.

Luego de un intento fallido de tocar en Olavarría en 1997 (incluidos informes de inteligencia de parte de las fuerzas de seguridad hacia la banda) y la histórica conferencia donde el Indio por primera vez hizo notar su oratoria envidiable, la banda se dirigió a Tandil. Capacidad para 15 mil y un total de 20 mil personas dando vueltas por el anfiteatro. Incidentes durante la tarde, policías reprimiendo, balas de goma y gases lacrimógenos. Tuvo que llegar una orden de arriba para la policía para que se alejaran. La situación se calmó.

En 1999, Los Redondos tocaron en Mar del Plata un sábado y un domingo. El sábado, la policía salió a reprimir contra los fans que daban vueltas alrededor del estadio. Muchos chicos entraron con los ojos irritados por los gases. Fans sin entradas, colas largas, cacheos innecesarios y situaciones que derivaron en un saldo de 400 detenidos y 15 heridos.

El 15 de abril del 2000, mientras tocaban en River, un ex presidiario entró al estadio con un cuchillo y apuñaló a cinco personas. El saldo de la noche fue de amargura por la despedida, 115 heridos y 14 detenidos. Después siguieron dos shows en Uruguay en Córdoba durante 2001, que fue la última vez que tocaron juntos, en medio de una crisis económica y social que terminó de estallar en diciembre. Así, entre dos crisis (1989 y 2001), Los Redondos tuvieron su escalera al cielo y su caída.

En la “historia ricotera” poco hicieron las limitaciones desde la organización para contener al público y poco lo hacen las respuestas simples de parte de opinólogos que se prestan más a cubrir tragedias, que a cubrir un fenómeno que forma parte de la historia de nuestra cultura popular, con sus pasajes oscuros y sus luces. Sin contexto, damos vueltas en el aire. Con incidentes de parte de una minoría, con ausencias de seguridad, con culpas propias y ajenas, con carencias de parte de la organización, con festejos, pasiones, kilómetros, temas pasados a guitarra criolla y asados antes del cada misa. Ni la policía, ni los controles en boletería contienen a un público que excede los parámetros de “normalidad” que tienen otros shows. Desde un principio, el discurso ricotero elaboró un lenguaje interno que contrasta con «lo externo», los otros que reprimen, que apuntan y disparan, que no entienden. Ese discurso muchas veces fue una cárcel, pero también una grieta de libertad.

Fuentes:

Fuimos Reyes — Mariano del Mazo/Pablo Perantuono

A Brillar mi amor — Jorge Boimvaser

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