Por Gabriel Díaz.
22-01-16
Sergio Hernández, también conocido como Oveja, es un ser excepcional. “Parece un tipo importante… pero es como vos… o yo… Toma mate con el chofer, hace chistes.. Habla mucho”, decía allá por el 2013 un hombre bastante viejo que acompañaba a Peñarol de Mar del Plata por todos lados.
Mi encuentro con Oveja no podía ser más incómodo, claro, llevaba una remera bastante llamativa, esas de heavy metal con muchos símbolos y sangre. Sergio me dijo “¿De dónde sacaste eso!? Sos de esos rockeros que me quieren asustar!?”. Entre risas, y mucha timidez, me acerqué y le di la mano. Nos sacamos una foto y la llevo a todos lados. Desde aquel entonces tengo esa imagen tan amable y cordial de aquel entrenador de Boca, de la selección y de Peñarol.
Hace unos días caí frío frente a la noticia; “Escándalo y pelea en la Liga de Básquet”. Era Sergio, quien se había abalanzado sobre un norteamericano como 30 centímetros más grande que él. Sacado, y completamente fuera de sí, recuerdo que lo pararon entre dos o tres jugadores de San Lorenzo.
Ante un espectáculo bochornoso, los equipos con mayor presupuesto –en aquel entonces- de la liga argentina, estaban dando la nota. Entre los protagonistas de aquel evento estaban ni más ni menos que Oveja Hernández junto a Leo Gutiérrez, ambos a los empujones y a los gritos enfrentando a todo el plantel de Boedo. El partido terminó con un Peñarol diezmado, jugando el resto del encuentro en un 5 contra 4. Los números fueron más que obvios y todo quedó a favor del “Ciclón” por 100 a 75.
Sergio se ganó el apodo “Oveja” en la década de los noventa, cuando por aquel entonces buscaba pulir su conocimiento sobre el básquet. Allí fue cuando visitó a la selección, que era dirigida por Alberto Finger. Al llegar, Finger lo confunde con un utilero que llevaba ese mismo apodo, pero desde entonces Sergio Hernández iba a adoptar aquel sobrenombre como si se tratase de un apellido más, por una simple confusión.
Raro es… Oveja… que tan amigable parece, resulta ser un bravo a la hora de pelear por los colores. Él puede justificar su actitud, su apodo se lo ganó por una confusión y por lo tanto su imagen también puede confundirnos.