#Edición11#Notas

Juan Rulfo en Santiago

3 Minutos de lectura

La intuición lo lleva a uno a adivinar algo que no ha sucedido,

pero que está sucediendo en la escritura.

Juan Rulfo

 

Por Sebastián Barrionuevo

 El 19 de Marzo se cumplieron 63 años de la primera publicación de la novela “Pedro Páramo” del escritor mexicano Juan Rulfo. Esta novela deslumbró al mundo en numerosas traducciones y recibió elogios de los más diversos escritores, como Jorge Luis Borges y Gabriel Garcia Marquez. Este pequeño texto pretende ser una invitación para la lectura o relectura de “Pedro Páramo”.

Conjeturamos con algunos amigos que tranquilamente Don Rulfo pudo haber andado caminando por Santiago Manta, mientras pensamientaba y escribía su corta pero contundente obra. La prueba más insoslayable que alegamos para aseverar su andar inspirado por estos lares es Pedro Páramo, trascendental novela que transcurre debajo y sobre el sol infernal de un pueblito milenario.

Juan Rulfo aterrizó por Salavina en un vuelo rasante, tocando apenas la tierra cuando lo deslumbraron las huahuitas que por ahi se han aquerenciado. Advirtió rápidamente la cercanía con sus comprovincianos, primero, en el aire pueblerino de Añatuya donde conversó con la infancia de poetas descalzos que acariciaban las piedras, después, cuando correteó entre el rancherío pobre que le sonreía, vislumbró la ausencia del desterrado que parte a la gran ciudad a buscarse otra vida.

Por nuestro monte santiagueño sintió en el pecho esa nostalgia que se instala aquietando el paisaje, todo parecía estar como en espera de algo[1], así buscó detenerse en los recorridos de trenes que nunca iban a volver. Hay pueblos que saben de desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo[2].

Rulfo se refugió en los ojos de quiénes han visto solamente la miseria. No pudo salir ileso de aquella travesía, cada suspiro es un sorbo de vida del que uno se deshace[3]. Disfrutó la inocencia de changuitos que andaban hondeando la siesta y cuando el sol se ponía en su pico más alto sintió que la piel se le oscurecía debajo de un Algarrobo, en ese preciso momento se inspiró en Comala: aquel pueblerío asentado sobre las brasas de la tierra, remarcó la fatalidad del calor diciendo que muchos de los que allí morían, al llegar al infierno regresaban por su cobija.

Se sumergió en los bobadales del Boquerón con pasos de duende y contempló la libertad de las yanarcas que aleteando le titilaban al cielo, las hizo desprenderse del día con sus palabras, merodeando lo esencial de las cosas.

Sobre el final de su recorrida santiagueña, se llamó al silencio, él supo desde el comienzo que sus palabras andarían insepultas por toda América, que nunca podría detenerse la divulgación de imágenes  emparentadas con la hondura de un hombre sencillo que se reconstruye y nostalgia en una tierra sedienta.

Guardó sus secretos para que la obra fuera perenne. Supo que lo callado iba a florecer en otras búsquedas, sabía que la magia no debe explicarse porque se extingue.

Es probable que lo conjeturado en estas palabras sea también un mínimo capullo de su siembra. No es una mera ocurrencia santiagueña adivinarlo por aquí, Rulfo anduvo caminando entre nosotros edificando la identidad de Pedro Páramo; mientras dormía una siesta le tallaba el lenguaje aquel protagonista.

La continuidad del territorio de Comala a Santiago se descifra en picadas que se abren con el machete de la imaginación. La precisión de lo que supo describir es una llama incesante sin fronteras. En este mundo que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá, deshaciéndonos en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre[4].

La antigua ciudad del barco puede haber sido aquella mujer hecha de tierra envuelta de costras de tierra, derritiéndose en el lodo por el agua de su propio sudor.[5]

Cuando las llamas del sol estallan, el hombre enmudece a la sombra contemplando el fuego. Pedro Páramo también quedó por Santiago del Estero, obnubilado en la llama. Aun hoy, puede ser algún eco helado que en el atardecer provinciano resuena. Su voz se sigue expandiendo en el eco de ese grito desgarrado que sucedió en Comala una vez y que aun no es posible calcular la hondura del silencio que produjo.

[1] Pedro Paramo, cita textual de la novela.

[2] Pedro Paramo, cita textual de la novela.

[3] Pedro Paramo, cita textual de la novela.

[4] Pedro Paramo, cita textual de la novela.

[5] Pedro Paramo, cita textual del la novela.

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