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La gente quiere saber qué cambio cultural

17 Minutos de lectura

Por Subida de Línea

El término cambio cultural ha emergido como una de las principales muletillas en el discurso oficialista. Sin embargo no hay demasiadas precisiones sobre qué significa para el gobierno nacional.

¿En qué consiste el cambio cultural que dice promover Cambiemos? Para seguir explorando en este sentido Subida de Línea consultó con algunas personas que, desde sus lugares, pueden aportarnos pistas para buscar respuestas o abrir nuevas preguntas.

 

Ana B, psiconalista, profesora de la UBA:

Más allá de que considero que «cambio cultural» es un eslogan que queda bien, tal vez muy estudiado, no sé, estaría bueno tomárselo en serio para tensionarlo. No mucho, porque se dobla y se rompe ahí nomás.

Primero, porque si hablamos de «cambio cultural», a secas, parece suponer que es fácil y posible escindir «lo cultural» de lo político, lo social, lo económico. Pone a cuenta de otros (el «todos») la falta de éxito económico de la gestión. Patea la pelota para fuera, como se dice.

Por otra parte, sin decirlo, busca homogeneizar la cultura, olvidando las tensiones internas a la misma (lo que en otros tiempos se denominaba «subculturas»). El «cambio cultural» apunta, supongo, a hacer desaparecer -por las buenas y por las malas- ciertas manifestaciones y/o formas que se busca constantemente desacreditar, reduciéndolo todo a una cuestión de moral superficial.

Por último, en ningún momento se explica cómo se produce ese cambio cultural. ¿Se lo espera, a ver si viene? ¿Se lo motoriza desde el gobierno? ¿Se lo genera con marketing?

 

Facundo Quiroga,  referente de la UCR Cambiemos en Santiago del Estero:

Un cambio cultural es romper con los paradigmas impuestos que toda sociedad tiene. El primer indicio de que Cambiemos viene con esa impronta lo tienes a través del cambio electoral. Es la primera vez en muchos años que tenemos al frente un gobierno no peronista y no populista que promete terminar el mandato. Eso significa que se implementan medidas, se enfrentan distintos enemigos y se tienen tabúes distintos a la hora de gobernar.

La frase “un cambio cultural” es del 2015, cuando Cambiemos comenzaba la gestión, con un objetivo, un trazado. ¿En qué consistía? Hacer las cosas de manera distinta. ¿Qué significa esto? En este país, hacer eso, es romper esquemas de gobierno, dar continuidad y profundizar las medidas positivas de anteriores gobiernos o generar debates y posturas que marquen presencia firme ante ciertos actores que están encastrados en la sociedad argentina como los dirigentes sindicales. La bandera más enarbolada por esta gestión es la lucha contra la corrupción en todos sus ámbitos.

¿Esto significa que el modelo actual está exento de corruptos? No. En lo absoluto.

Pero sí se promueve la idea de juzgar al funcionario, luego de pedir la renuncia y que el pueblo tenga conocimiento sobre lo que sucede. ¿Se hace con todos? No. Y aquí me detengo, personalmente soy un defensor de la bandera y la necesidad que tiene la República Argentina de dar una batalla cultural. Pero, como todo, tiene que ser un proceso. Si con el afán de lograrlo vas a hacer renunciar a Dios y María Santísima, vas a generar una crisis de gobernabilidad en un país en donde la confianza en la administración se ha visto golpeada durante tantos años. Esto no lo pienso por el sello de gobierno. Si me decías antes, también lo hubiese expresado con el kirchnerismo si se inclinaba a tomar una medida parecida. La transparencia en la administración del Estado es el principal puntapié al cambio cultural del que hablamos. No es una gestión color de rosas. Hay amigos que facturan, familiares que facturan, funcionarios que mienten, etc. Pero hay más límites. Hay más demanda de legalidad. Se generan mayores crisis de legitimidad y eso es lo que está bien. Se levantó la vara para medir y juzgar al funcionario y eso está bien. Aunque no hay que desconocer que los gobiernos son sólo el reflejo de la sociedad. En este país el cambio cultural es una deuda de todos.

 

Soria y Obes, colaborador de la revista:

Como a todas las definiciones realmente importantes de este gobierno, tendríamos que preguntar antes a don Jaime Durán Barba. Creo que confunden cambios de mayorías electorales, cambios de comportamientos electorales, con cambios culturales, de valores profundos de la sociedad. Pienso que efectivamente se registra un cambio cultural pero de signo opuesto al que se refieren los macristas.

La mediocridad a la que suelo referirme, tan patente en las declaraciones de los funcionarios como en el sentido común contemporáneo…

El mal humor social, que en ciertos segmentos más politizados llegó al fastidio y a la decepción, fue interpretado rápidamente, en paralelo con el cambio de autoridades, como una adhesión profunda a un ideario sumario y modernizador. Ese es el código en el que se interpretó la victoria, y es el código, la razón última con la que la democracia se justifica a sí misma.

El gradualismo estaría en composé con los procedimientos lentos de un cambio cultural. Si la inoculación del nuevo chip a la sociedad tiene lastres más benévolos que la experiencia de los 90, ésta sería la tesis de (José) Natanson, es porque a pesar de los parecidos son otras las terapias y otros los médicos. El cambio antropológico de las élites dirigentes, (que no es tal y si así fuera contiene otras taras), sería razón suficiente para que el derrame moral se produzca hasta el suelo. Es la ley de Mitchel matizada con regulaciones tácticas de Durán Barba.

Estaríamos viviendo la transición hacia este modelo y por la sobreinferencia del dato electoral, comprometidos a alcanzarlo. Esa es la letra grande del contrato; con las elecciones se definió la batalla cultural y solo quedan escaramuzas con las pequeñas resistencias. Una fracción del peronismo, el peronismo resiliente, actúa bajo las mismas coordenadas.

 

Alejandra Zani, licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora y periodista en Diario El Mundo:

Creo que el cambio cultural que promueve cambiemos es, ante todo, un cambio económico guiado por ideales mercantilistas. Desde ahí, hay una bajada de línea hacia la cultura. Sabemos que la cultura es el espacio social que permite reproducir, simbólica y discursivamente, el sistema imperante, que es el capitalista, y con el macrismo, un capitalismo empresarial. Para eso es necesario promover ciertos valores, por ejemplo, enaltecer el emprendedurismo ocultando una situación de privilegios bastante obvia que es que, para fundir cinco proyectos antes de llegar a uno que quizás despegue, tienes que partir de una base económica que excluye a un gran porcentaje de la población. Por otro lado, hay una educación de la juventud en cuestiones como la flexibilidad, la versatilidad, el constante cambio, que acompaña el flujo de lo que ocurre en una economía capitalista, pero que descuida los derechos laborales. Se puede hablar de muchas aristas con respecto al cambio cultural de Cambiemos, desde una cultura de la represión policial, hasta una cultura del Protocolo General de Actuación de Registros Personales y Detención para Personas Pertenecientes al colectivo LGBTI, sin haberse educado al respecto y sin haberlo consentido con el colectivo. Creo que eso resume un poco una línea hacia donde avanza el cambio cultural. Por suerte, ahí donde la cultura sirve para la reproducción, siempre existe una fina “grieta”, aunque la palabra no sea muy feliz de usar en Argentina, para escabullirse e intentar salirse de los márgenes de lo dominante. La lucha es para que eso que emerge no acabe por ser absorbido y resignificado dentro de la estructura de dominación, como suele pasar.

 

Pedro Gómez, magíster en lingüística, docente universitario:

Creo que el cambio cultural que pretende el régimen macrista es la implantación del esquema de la igualdad de oportunidades como modelo de justicia social, de modo que cada quien obtenga logros de acuerdo con sus méritos, en un marco competitivo. Esto entraña. por supuesto, la prioridad del individualismo meritocrático por sobre la solidaridad comunitaria.

Victoria Desjardins, licenciada en letras y secretaria de educación de la municipalidad de Yerba Buena (Tucumán):

No sé si es un cambio cultural el que se está llevando ahora, pero sí creo que hay cambios en los paradigmas. Quizás mucho, quizás poco, pero creo que hay voluntad de mostrar en los grupos políticos que pertenecen a cambiemos que las cosas se pueden hacer de manera transparente y equitativa. Vale decir, se está mostrando que las designaciones ya no son a dedo, que hay que capacitarse para obtener ciertos cargos, que si no sos idóneo para tal cosa no se te contrata, que ya no importa que seas «pariente de». Eso es lo que yo veo, por ejemplo, en nuestro municipio puntualmente… cuyo intendente es de la UCR y de cambiemos.

Por supuesto que acciones como designaciones a dedo o por parentesco en las cúpulas nacionales desmitifican completamente esta propuesta, pero no sé si hay algún gobierno a lo largo de la historia en donde cosas así no hayan pasado. Igualmente, creo que a niveles municipales/provinciales eso sí se está desarrollando y está bueno porque sí es un cambio, como dije arriba, de paradigma más que cultural.

Lucas Diez, dirigente de Unidad Ciudadad de Esteban Echeverría, Provincia de Buenos Aires:

Cuando era pibe, tenía 18 años y estaba en la facultad me hicieron leer un texto sobre Benjamin Constant, que hablaba sobre las libertades del individuo y cómo el capitalismo había cambiado la visión de las personas; cómo los particulares buscan disfrutar de su vida privada. Creo que el cambio cultural de Cambiemos apunta en ese sentido, al individualismo, al goce privado, que la política sea algo ajeno al ciudadano porque ahí está el Estado para resolver tus problemas. Vos quedate en tu casa a disfrutar de tu tiempo, de tu familia. Es volver atrás y en vez de pensar en lo colectivo, pensar en lo individual. No sé si es bueno o malo pero creo que el cambio cultural apunta en ese sentido.

Felicitas Scarafía, abogada, referente del PRO Santiago del Estero:

El cambio cultural que promueve cambiemos consiste primordialmente  en una modificación de la forma de hacer política y de cómo es vista la política por la sociedad. Se trata de realmente trabajar para mejorar la calidad de vida del ciudadano y que el estado solucione todas las cuestiones que son su responsabilidad. Esto implica un cambio muy importante respecto de cómo se ha venido comportando durante años en la argentina el aparato de gobierno, donde se usó al estado para que se beneficiarán unos pocos. Hay que entender que el estado, que parece un gigante que no es de nadie, es de todos y hay que cuidarlo. Además cambiemos cree que hay valores que son fundamentales, como el trabajo y el premio al esfuerzo, la educación y el respeto institucional. El trabajo dignifica, libera y crea oportunidades de crecimiento. La educación es lo primordial para crecer, sobre todo en estos tiempos en que el avance tecnológico está haciendo desaparecer algunos trabajos y aparecen nuevos para los cuales se requiere cada vez más calificación. En conclusión cambiemos implica revalorizar a la política como transformadora de la realidad, con un estado siempre al servicio del ciudadano, brindarnos herramientas para que cada uno pueda progresar y en ese camino ayudar a que otro también lo haga.

Pablo Vagliente, historiador, trabaja en una fundación dedicada a pensar el desarrollo latinoamericano:

No creo que corresponda hablar de un cambio cultural pero es verdad que puede haber un gatillamiento en base a ciertas condiciones sociales que se van creando. Destaco algunos elementos presentes en la propuesta de Cambiemos. Algunos son elementos de sentido y otros son instrumentales, y se refieren a políticas públicas que podrán ser evaluadas al finalizar el ciclo; ahí entra la transparencia y los procesos de gobierno abierto, que son reales.

Preguntarse por cómo se generan estos cambios implica entender que son procesos socioculturales que llevan tiempo hasta cristalizar, pero es verdad que un gobierno puede gatillar un proceso de sentido. Tipping point, digamos. El cambio cultural propuesto se inscribió en una lógica de oposición y diferenciación con el populismo kirchnerista, y se basó en a) Verdad, b) Transparencia vital contra la corrupción, c) Institucionalidad plena y  d) superación de la grieta por el diálogo. Fracaso claro en la idea de cambio cultural en a) y d) y en todo caso algo mucho más modesto como puede ser un grado de avance en b) y c).

Leticia Auat, psicóloga y escritora:

La palabra cambio, que por definición refiere a un viraje o mudanza sobre una situación o cosa, se la ha utilizado partidariamente para transmitir una idea de futuro innovador, rupturista, superador, moderno, de tendencia, adaptativo a los tiempos que corren.

Sin embargo, estos sentidos asociados no son implícitos a la palabra, son construcciones imaginarias con recursos del marketing, que apelan a algo tan viejo y necesario para seguir remándola callados como lo es la esperanza. La esperanza de transformación, de crecimiento social y económico, de felicidad. La esperanza de que allá al final del camino, como un destino místico o meritocrático, nos espera una gran recompensa. En pocas palabras han logrado adherirle sentidos y emociones a la palabra cambio, para que tenga una carga positiva.

¿Y esto qué tiene que ver con el cambio cultural si lo hubiera? Sucede que a la par de esta ficción prospectiva, se está promoviendo un vaciamiento de sentido de todo lo que nos refería a un pasado inmediato o lejano con nuestra memoria e identidad histórica, institucional, social y cultural, y de cualquier afinidad ideológica. Vaciamiento y banalización. Esto, a su vez, tampoco es nuevo, lo han hecho otros gobiernos. En consecuencia, el cambio es más una actualización de formas que una ruptura y por lo tanto no sería refundacional. De hecho, si hay algo que cambiemos va a pivotear a toda costa es la fundación de algo. Su lógica discursiva es netamente metonímica. Opera por desplazamientos.

Recicla la hegemonía, los modos de relación con el otro, con el otro que al tiempo de nombrarlo lo excluye – Porque unidos, porque todos juntos – dirá cambiemos en todos los discursos, en una especie de círculo autoreferencial. En su stock recicla el lenguaje para que no tenga andamiaje, ni registro. La palabra pierde profundidad, se frivoliza.

Al desapegarse de cualquier ideología las palabras operan como comodines que valen para arman cualquier figura de naipes. Vende lo estéticamente irreverente como sinónimo de innovación, de urbanismo, de modernidad. Este esnobismo excluyente, de estética clase media o media-alta, no tiene nada de rupturista. No implica un revisionismo político-cultural. Se advierte en la literatura, en una especie de renovación neoliberal, un proceso de normalización muy peligroso, que interpela suavecito desde los lugares incluso permitidos y creados para ser tolerables. Diluir el sentido promueve además la ignorancia, la distancia, y con tanta cortina de humo se evidencia una dificultad para separar lo real de lo que no lo es. Tratar de seguirle la pista a este proceso, genera que cada vez que se intenta aislar algún hecho para su análisis, el esfuerzo de resignificación sea enorme. No sólo enorme sino muy cuestionado, ya que no faltarán quienes digan que se ven sombras donde no las hay. Creo que debemos atender al formato de sus repertorios. El ofrecer un texto político, cultural o artístico con la pretensión de que se justifique por sí mismo, también es un síntoma de vaciamiento, una especie de stand up de lo inmediato, de lo urgentemente consumible, de lo que no tiene referencia ni contexto. El verdadero cambio cultural, la contracultura, debería descifrar los modos de producción, sus genealogías, sus pretensiones. Exige entonces una vigilancia intelectual que se está desarmando o que se intenta desarmar con mucha eficacia, a través de breves spots informativos que dramatizan ciertas ideas, y que colocan los criterios de verdad, de moral y de justicia en la esfera de lo mediático. Y para finalizar, si no hay cambio, ni continuidad ¿hay retorno?

Por el momento creo que es un momento misterioso, oblicuo, que merece una profunda desconfianza.

 

Ale Cáceres, socióloga:

El cambio cultural que busca cambiemos implica un cambio de identidad: lo que somos (o éramos) está mal, por eso debemos transformarnos para ser mejores. Se plantea esto como si la sociedad argentina fuera un todo homogéneo que puede moldearse, desconociendo la diversidad que la constituye en todos los sentidos. Me recuerda a los años de la construcción del «ser nacional», donde se pretendía borrar lo existente para imponer aquello que llegaba en los barcos.

Se propone borrar la memoria histórica, se imponen en los medios de comunicación debates superficiales (la cuestión de los inmigrantes, por ejemplo) que distraen el foco de atención de los temas importantes (ejemplo, las consecuencias negativas de la política económica que afecta no solo a los sectores más vulnerables sino también a las clases medias)

Hay un discurso fuertemente mediatizado que se impone, casi con facilidad, resultado del trabajo de muchos años. Debemos dejar de ser la sociedad que somos para convertirnos en otra más desarrollada, inserta en un mundo al que aun no pertenecemos porque no «hicimos las cosas bien». El gobierno tiene la receta para lograrlo, administrar el estado como una empresa es el camino, desconociendo que los fines del estado son otros.

 

Fernando Ramírez, psicoanalista, profesor de la UBA y militante trotskista:

Es cierto que hay gente que repite que hay que hacer un cambio cultural para abandonar la grieta y el populismo pero el macrismo hoy tiene otros problemas: una economía que no despega, un consumo que cae, falta de inversiones, despidos masivos, muchas protestas, endeudamiento sideral, la propia burguesía no le pone un mango y además baja en las encuestas. Si bien no hay una oposición que capitalice ese malestar todavía.

El cambio cultural del que hablan  también alude a abandonar el presunto planismo de vivir de planes sociales, la cultura del ñoqui, del menor esfuerzo, el parasitismo estatal, la corrupción desmedida, etc. Pero es algo que tampoco llega a canalizar del todo porque demostró nepotismo y ñoquis en sus propias filas.

Apunta contra las marchas y cortar las calles, repito, el planismo, el piqueterismo, el garantismo zaffaroniano, la puerta giratoria donde los delincuentes entran y salen al toque y un largo etcétera. Pero ni aun con eso el macrismo puede tapar la crisis actual  aunque el discurso es muy eficaz todavía, frente al planismo piquetero vago estatista garantista el macrismo contrapone el emprendedurismo.

Indiscutiblemente sí hay una vertiente que se plantea desde el punto de vista de promover un cambio cultural. Si querés, habría algunas cuestiones  que se aproximan a lo que Foucault llamaría “el empresario de sí”, es decir, hacer de cada sujeto un emprendedor exitoso bajo el sí se puede, el vamos juntos, el trabajo en equipo, el duranbarbismo, el focus group, la alegría, la muerte del pensamiento crítico, pensar en positivo y demás. Si vos querés, sí hay toda una usina de pensamiento, desde la Fundación Pensar, con Iván Petrella, Alejandro Rozitchner, algunos elementos del Club Político. Por otro lado, tenemos la veta mucho más marketinera de Durán Barba, pero lo que pasa es que hoy por hoy, me parece, trasciende eso. Hoy tenés un malhumor social que el macrismo trata de capitalizar desde otro punto de vista. El problema es otro, ya no es el cambio cultural en contraposición de lo que era la batalla cultural del kirchnerismo populista, anticorporaciones, de la grieta… Me parece que es un debate medio viejo ya en relación a la coyuntura que se abrió hoy.

 

Florencia De Marco, licenciada en Relaciones Internacionales e investigadora del Equipo de Estudios Socio-Jurídicos en Derechos Humanos del INDES:

En realidad no creo que se trate de un «cambio» cultural en sí mismo. Me parece más bien que, claro que con nuevas herramientas y en un ambiente social, político y económico diferente, lo que hace es actuar como condición de posibilidad para la emergencia de sentidos comunes que vienen siendo construidos a nivel internacional desde la posguerra y enraizados con el auge del liberalismo y luego neoliberalismo. Me parece que con mucha habilidad han retomado el discurso liberal, el cual acompañado -siempre- de un discurso punitivista va generando un contexto legitimante de la construcción subjetiva propia del sistema capitalista, racista, misógino, jerarquizante -y toda la larga lista de adjetivos que podemos utilizar para éste- en el que vivimos.

En ese sentido, los análisis sobre los procesos progresistas latinoamericanos que hace Linera me parecen muy apropiados. Me refiero al llamado de atención sobre la necesidad de los movimientos sociales y políticos progresistas de construir un sujeto/a politico/a democrático/a

 

BONUS TRACK

Ignacio Ratier, integrante de Subida de Línea:

El gran logro (del relato) del gobierno anterior fue traer a la política nuevamente al centro para devolverle un estatus perdido durante los largos años de reorganización nacional y, más tarde, durante los tiempos dorados de la apertura al mundo con el Carlos. El kirchnerismo devolvió la política a la economía, a la vida de los jóvenes y a buena parte de nuestras vidas privadas, y esos cambios se hicieron palpables en el tono de los debates y en la forma de abordar distintos tópicos.

Los Miguel Ángel Broda continuaron su faena de promesas de modernización pero otros agentes cobraron relevancia en la discusión pública, haciendo lugar a visiones que sostienen que el rol del Estado es crucial en el camino hacia un país desarrollado. Todos prometieron modernidad, planteando medios diferentes. El problema lo sintetizaría parafraseando a San Agustín: si nadie me pregunta qué es la modernidad, lo sé; pero si pretenden que lo explique, ya no lo sé.

Pero como todo sueño que se sueña con pasión, una vez concretado acarrea sus riesgos, sus problemas, a veces muy severos. El relato kirchnerista, a contraluz, condujo a que ese protagonismo de la política sea instrumentado en su contra por la oposición que comenzaba a tomar forma durante el conflicto con el campo. A partir de ahí, del otro lado comenzaron a encontrarle la vuelta al contrarrelato: todos los problemas empezaron a explicarse por la política. “La pobreza existe a causa de la dependencia que genera el Estado. El estancamiento productivo se origina en el perfil ideológico del gobierno. El tío Juan se pelea con papá Pedro porque uno es anti y el otro es ‘re’ y este gobierno promueve la división”. Y así.

La política en el centro se fue convirtiendo en fuente de toda solución y causante de todos los males. Eso aprendimos en la última década de polarización y crispación social que se extiende hasta hoy.

Fue esa la pesada herencia que recibió Cambiemos. Desde su bajada al poder político, Macri y su espacio trabajan en conjunto con importantes agentes mediáticos para desresponsabilizar al gobierno ante cada problema que se presenta a la vez que se echa la culpa de todo a lo público. Y es una dura tarea “pedagógica” de diferenciación que, inevitablemente, a veces lleva a contradicciones rutilantes que quedan en evidencia ante los ojos de todos. La emergencia a superficie de algunos icebergs como el escándalo de Odebrecht desnudaron la mano negra del empresariado en la corrupción y amenazó la credibilidad de la liturgia cambiemita.

Sin embargo, de manera programática, se insiste con obstinación en lo mismo. Mostrarse humanos y capaces, gente bienintencionada que comete errores, los corrige pero que sabe dónde apunta, siempre insistiendo con el desdén hacia lo público. Esa es la hoja de ruta. Recordemos el famoso documento “el estado del estado”. Cambiemos necesita del Estado para acabar con los problemas que, según ellos, él mismo causa. Para que eso funcione fue necesario cambiar el eje de ciertas explicaciones.

Aquí aparece la keyword del relato macrista. La llave que vino a tratar de dar una vuelta de tuerca, un término que todos utilizan pero que nadie sabe muy bien por qué ni qué significa: el cambio cultural. Sí, “la política fue insuficiente, montamos modelos que no se acoplan al mundo ni dejan que el mercado libere todo su potencial. Pero ahora es una cuestión de cambiar la mentalidad, mientras se vive una (pareciera larga, muy larga) transición hacia el país que soñamos”. Un funcionario de Cambiemos me comentaba en un encuentro: “ahora se atraviesa por una etapa de reeducación de la sociedad. Es difícil explicar nuestro modelo. Con el kirchnerismo era fácil, le sacábamos la plata al rico y se la dábamos al que menos tenía. Ahora queremos que la gente aprenda a valerse por sus propios medios, que no necesite de nadie”.

El triunfo parcial del gobierno está aquí. Poco a poco, los problemas políticos y sociales comenzaron a explicarse cada vez más como una cuestión cultural y no tanto como las consecuencias de las malas decisiones que se toman en la administración pública.

En este contexto la política se escapa ágilmente. Como un gato. Y la culpa, lógicamente, recae sobre los ciudadanos de a pie: porque defienden a los chorros, desprestigian a las fuerzas de seguridad y no se quieren sacrificar mientras el ajuste nos devuelve a un paraíso incierto.

¿En Argentina hay una pulsión igualitarista? Sí. Pero si analizamos el discurso oficial y su capacidad para conectar con ciertas tendencias sociales, se hace cada vez más difícil negar que se convive con otras pulsiones: autoritarias, racistas, entre otras. Las encuestas llegan y se juega a la democracia showmatch, que es esto de poner en el centro de la escena a las encuestas,  “lo que dice la gente”, y que permite que se ponga sobre el paño, por ejemplo, a la pena de muerte como una posibilidad, un deseo de las mayorías (dudoso), como si tuviese una mínima viabilidad jurídica.

El escritor y crítico cultural Walter Lezcano decía en twitter el otro día:Ser racista en este país no tiene ningún tipo de repercusión negativa. Es más: si insistís lo suficiente pasás por políticamente incorrecto y lavás tu mierda. La humanidad siempre avanza. oh, sí”.

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