#Notas

El hombre que se hizo viernes

6 Minutos de lectura

Por Nicolás Adet Larcher

Juan Forn tiene 58 años. Hay pocas fotografías de él, aunque circulan algunos videos de entrevistas por internet. En las fotografías, resalta su pelo completamente gris, de un tono ceniza, enrulado. Mira a cámara, a veces hacia un costado. La mayoría de las veces con un cigarrillo en la mano o con una simple sonrisa en la cara.

De chico se abrazó a la literatura, escribió algunas poesías. No necesitó ir a una universidad para descubrir su amor por los libros, ni para aprender los oficios que fue emprendiendo durante su vida: traductor, escritor, periodista. Aprendió trabajando en editoriales, vinculándose con libros, con editores y con escritores. Primero en Emecé, empezó como telefonista, y luego en Planeta durante la década del noventa donde dirigió colecciones como Biblioteca del Sur y Espejo de la Argentina entre 1990 y 1996. Corregía borradores antes de su publicación y luego pasó a ser asesor literario. Antes de ser escritor, Juan Forn fue un voraz lector. Le gustaba sentarse y corregir libros. A veces, dice, le gustaba más que escribir.

En años de oficios, de correcciones, de idas y vueltas, Forn supo combinar la literatura con el periodismo, fusionarlos hasta crear un estilo propio, con huellas de una pluma inconfundible. “En una época, lo más interesante que tenía el periodismo era que en las redacciones había escritores” dijo una vez. Lo «lindo», para Forn, era quedarse de noche en la redacción del diario, cuando el tipo se sentaba a corregir tu nota, “la verdadera literatura no pasaba por lo que escribías para el diario, pasaba por lo que hablabas con esos tipos”. Entre cigarrillos, papeles de diarios y cafés de por medio, Forn formaba su estilo.

Su primera novela llamada Corazones, apareció en 1987. La escribió apenas cumplidos los 27 años y con el tiempo se convirtió en una obra literaria de culto. Retrata la historia de un joven que es obligado a pasar un tiempo con sus abuelos en La Cumbre, mientras el país se desangra a principios de la década del 70.

En los noventa, mientras seguía su carrera como editor, traductor y escritor perteneciente a una nueva generación de grandes promesas (junto con Alan Pauls y otros), publicó Nadar de Noche en 1991. El libro agrupaba ocho relatos que reflejaban grietas, quiebres entre personas y su relación con el otro, la convivencia y el amor, relatos de padre muerto al borde del agua y la noche, una madre que va en medio de la noche a la casa de su hija para cuidar a su nieto sin saber a dónde va su hija o una pareja que discute en medio de la oscuridad.

Nadar de Noche fue la consagración del escritor dentro de la literatura argentina y el puntapié para otros proyectos. En 1996, Forn creó el suplemento cultural RADAR del diario Página/12 para el cual trabajaba: “Hay una vieja teoría que dice que en cada generación nace un pibe que es algo así como el portavoz, que muchas veces tiene un discurso propio o sólo es el tipo que aglutina. Yo no creía tener discurso para pontificar a toda mi generación, pero sí entendía por dónde venía la mano”. RADAR reúne columnas en profundidad sobre cine y libros, además de otras variaciones artísticas. Algunos confiesan que suelen comprar Página/12 solo por RADAR y las columnas de Forn, esquivando cualquier otra nota con referencias políticas.

Se hizo cargo del suplemento hasta 2002 cuando una advertencia le puso freno a esa vida frenética que llevaba. Un día, cerrando la edición del domingo de Página/12 se quedó hasta la madrugada con sus compañeros. De la redacción se fueron a tomar algo por algún bar cercano. Después de eso, volvió a su casa. Empezó a sentir un dolor en un costado de su cuerpo que lo llevó a tirarse en el baño y pedirle a gritos a su mujer que llame una ambulancia. El diagnóstico fue un coma pancreático que casi lo mata. Los médicos le recomendaron bajar diez cambios y relajarse un poco. Forn entendió.

Se fue a vivir a Villa Gesell. Desde hace 12 años tiene su casa cerca del mar. Dejó de lado el estrés de las redacciones y las editoriales. En 2008, ese juego que hacía entre periodismo y literatura parió una nueva rutina: la contratapa. Forn se dedicó a escribir historias cortas, anécdotas, relatos perdidos de nuestro siglo xx. Poetas, escritores, médicos, atletas, mujeres luchadoras, soldados perdidos y tantos otros personajes pasaron por la cabeza de Forn.

La escritura de Forn tiene algo que no muchas veces se encuentra, incita a leer, despierta la curiosidad del lector habitual y del desprevenido. Él mismo suele decir que antes que leer al escritor que escribe sobre lo que piensa, prefiere al escritor que escribe sobre lo que lee. Cuando falleció Piglia Ricardo Piglia, escribió «Hay escritores que nos enseñan a leer: después de leerlos, leemos mejor. Lo que nos enseñan, en realidad es que todos los buenos escritores enseñan a leer. A cada persona que me ha hecho más elocuente la literatura yo le profeso gratitud y devoción eternas, y Piglia era de esa categoría. Hablo como lector.»

 

«Hay escritores que nos enseñan a leer: después de leerlos, leemos mejor. Lo que nos enseñan, en realidad es que todos los buenos escritores enseñan a leer. A cada persona que me ha hecho más elocuente la literatura yo le profeso gratitud y devoción eternas, y Piglia era de esa categoría. Hablo como lector.»

Con Forn pasa lo mismo, uno termina una contratapa por lo menos con dos libros anotados para leer después. “Ya no pienso en formato libro, pienso en formato viernes” supo decir alguna vez y como ninguno también supo explicar el padecimiento del lector promedio, “uno de los déficits que tiene el glorioso hábito de leer es que, cuando uno termina un libro que le gusta, todo eso que siente adentro se queda ahí, no se puede compartir. Uno lee solo. Muy rara vez uno se encuentra con otro que esté en la misma. Y no hay momento mejor para hablar de un libro que cuando uno acaba de terminarlo».

Desde su llegada a Gesell, siguió publicando libros que se sumaron a otros que había escrito durante los 90 como Frivolidad o en el inicio del nuevo siglo, como Puras Mentiras en 2001. En 2005 publicó La Tierra Elegida, en 2007, Forn publicó María Domeq y a partir de ahí comenzó a recopilar sus viernes, sus contratapas con cada historia. Durante ese mismo año, fue premiado con el Konex de platino por ser uno de los engranajes de nuestro periodismo literario. En 2010 publicó Ningún hombre es una isla y luego siguió con El hombre que fue viernes en 2011 para una edición especial de Página/12. Lo último que vimos de él en las librerías fueron los tres tomos de Los Viernes en 2014/2015 que agrupan sus últimas contratapas.

Forn camina por la playa y junta piedritas. Las pone en una repisa donde tiene sus libros y piensa en los viernes. Piensa en las historias que contó de Mario Gianluzi Puzo cuando se cocinaba la película El Padrino; piensa en Nick Drake, ese joven que logró componer piezas musicales hermosas, que se grababa cantando tímidamente con una guitarra y que fue encontrado muerto en la cocina al lado de un tazón de cereales. Piensa en Idea Vilariño, la poeta que murió apenas unas horas encima de Mario Benedetti y no captó la atención de los medios. Poeta que supo escribir “Ya no”, extraordinario poema de amor sobre lo que fue, lo que no fue y lo que pudo haber sido. Contratapa que supo titular como “Una mujer entera”.

Forn ya piensa en abandonar los viernes, como si fuera un ciclo cumplido. Sin embargo, para este año ya está previsto su regreso al mundo editorial para comandar una colección que publicará libros atípicos, rarezas literarias. Todavía camina por la playa, camina y piensa en esas piedritas que son y fueron sus viernes, “cada viernes es una de esas piedras encontradas en la playa, puestas una al lado de la otra a lo largo de una absurda, inútil, hermosa repisa, que rodea un comedor en el que unos cuantos conversan y fuman y beben y distraídamente manotean alguna de esas piedras y la entibian un rato entre sus dedos y después la dejan abandonada entre las copas con restos de vino y los ceniceros llenos y las tazas con borra seca de café.”

 

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