#Edición4

Sé cómo salir de aquí

4 Minutos de lectura

Por Paula Rivero.

1.

Poniendo el cuerpo. O más específicamente, el aparato reproductivo. Pero no cualquiera, uno fértil. Uno capaz de reproducirse. Es la premisa de la serie que acaba de estrenar el último capítulo de la primera temporada, The Hanmaid’s tale, protagonizada por Elizabeth Moss (Peggy en Mad Men).  La historia basada en el libro homónimo narra un futuro distópico en donde un grupo de poderosos toma el mando de EE.UU, instaurando un régimen teocrático, en donde las libertades, sobre todo de las mujeres, son abolidas. Con la excusa de preservar la raza humana, las mujeres son divididas en dos. Útil, o inútil. Al primer grupo pertenecen aquellas capaces de tener hijos, al segundo, las que no. Mientras que las útiles son enviadas a vivir en la casa de matrimonios poderosos, para ser fecundadas por el macho alfa (ante la presencia de la esposa, bien hardcore), las otras, las infértiles, son enviadas a campos de concentración a morir.

Offred, el nombre de la criada que encarna Elizabeth Moss, es un genérico que sirve para nombrar la pertenencia a un amo. “Of Fred”. Fred, su dueño, tiene relaciones con ella cada vez que le pinta. Y aquí quiero hacer un paréntesis. Porque escribo y siento que hay dos o tres lugares incómodos desde los cuales hablar.

Hablar de sexo desde una posición femenina, por ejemplo, es lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en esta serie. Y tartamudeo mentalmente. Esquivo un par de trampas ideológicas, y no logro conectar una sensación. La sensación con la idea. La idea con los hechos. Mi cabeza es un campo minado de contradicciones.

Y lo segundo que se me viene a la mente cuando pienso en THT tiene que ver con la fragilidad de la libertad, la fragilidad de los derechos conquistados, la fragilidad de una forma de gobierno basada en la voluntad de la mayoría.

2.

Ana me cuenta sobre las relaciones sexuales que vio entre sus padres cuando era chiquita. Algo que la traumó. Y me detalla sobre la expresión de su madre, lo que más recuerda. Sentía que sufría, su mamá sufría porque gritaba, debajo de su padre que la sacudía con fuerza. Ese día, el día del descubrimiento vergonzoso, su mamá había equivocado unas boletas al pagar y eso había desembocado en una pelea en donde ella era la culpable. Ana asoció esa pelea, a lo que su padre le hacía a su madre. Relacionó el sexo, con el sufrimiento. Coger, para Ana, es una excusa que desemboca en lo que a ella realmente le importa del encuentro intimo con el sexo opuesto: irse a dormir.

Después de esa situación, el día a día en su casa le parecía un conflicto que en realidad empezaba y terminaba en la habitación.  En ese conflicto, su madre siempre perdía. Algo muy parecido es lo que Ana siente, cuando después de haber tenido relaciones, el amante se viste y se va. Ana pierde.

3.

Hay una sutil diferencia entre coger y ser cogido. Parece obvio, pero créanme que, en una tradición sexual machista, la diferencia siendo mujer, es una línea frágil y difícil de distinguir. Offred sabe esa diferencia. Por eso, en algún momento, se escabulle en la habitación del chofer de la casa, para tomar ella las riendas del cuerpo que antes tuvo sexo con ella pero sin mediar el contacto más que la unión de los genitales. Este encuentro con el chofer se repite, con interacciones de cariño e intimidad, y aquí se presenta una falsa salida para Offred (redoble de tambores): el amor erótico.

Y no digo solamente amor, porque es el amor fraternal, lo que a Offred la saca de la emboscada y la mantiene con vida. Esto se manifiesta en la aparición de su mejor amiga.

Para que ciertas cosas tengan sentido y no perdamos la cabeza, existe el ritual. Cada cultura posee su propia forma de celebrar el nacimiento, la unión entre dos personas, la muerte.

Como un cinturón cargado de un poderoso efecto simbólico, el ritual viene a cumplir muchas funciones entre los sujetos que lo llevan a cabo. Desde la celebración, hasta la contención de la angustia, hacemos una serie de cosas establecidas y las transmitimos de generación en generación. En la serie, el ritual está cargado de pasajes bíblicos y viene a legitimar lo que resulta horroroso lisa y llanamante: la violación que ejerce el poderoso hacia la criada.

Sin ritual, no hay palabras. Sin palabras, estamos perdidos.

Ante tanta oscuridad que plantea esta historia, existe una mínima luz que tiene toda la potencia para encandilar y tomar el poder. Porque toda hegemonía conlleva una contra hegemonía. Es la fraternidad entre las mujeres, de una manera silenciosa y muy inteligente, una amenaza que brinda esperanzas. No hay nada más peligroso para una dictadura que la esperanza. En esta parte Offred deja de ser Offred y pasa a ser June, la mujer que era antes de ser lo que otros la hicieron ser, o intentaron.

“No puedes vestirnos a todas con el mismo uniforme, y no pretender que nos volvamos un ejército”, dice June en algún momento. La frase, como un aliento de vida entre tantas escenas de opresión, parece prometer lo que la serie ya logró en su primera temporada: ser un poco de aire fresco entre tanta repetición.

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