Sebastian Barrionuevo Sapunar.
Primavera en los lapachos
Tu color Santiago
Marcelo Perea, “Lapachos”
En agosto, como si salieran de algún escondite, los lapachos copan la atención de todos cuando florecen. La admiración por este acontecimiento estacional es una buena noticia que germina en boca de nosotros, santiagueños, a quienes se nos puede ver liberando flores en grandes bocanadas, compartiendo el alumbramiento de esos colores. Con las miradas fijas en las alturas andamos adivinando e inventando los recorridos que las flores van trazando.
Los barrios permanecen cercados por los lapachos quienes paralizan la marcha urbana, imponiéndonos por la fuerza la sabiduría de su antigua belleza. Todo es más liviano en el pago, cuando las veredas se suspenden sobre el aire, sostenidas por las ramas que se entrelazan para derramarse al cielo.
Se trata de una invitación que exige deambular la ciudad a pie, recorriéndola con detenimiento de cara el sol. Las cuadras que comienzan con lapachos derivan distinto en sus finales, tienen la complicidad del rostro amigo donde una sonrisa acaba de disiparse.
Así es que andamos retratando, publicando, viralizando este festejo natural, predicando esta arborescencia identitaria que nos junta en una comunión multicolor.
Algunos lapachos jóvenes, de brazos flacos, parecen estar sostenidos por sus flores diminutas, como si se tratara de broches que los aferran al aire, permanecen en silencio maravillados por su propia cosecha.
Los hay maltrechos, con florescencias ralas, ostentando el embate de la polución y otros, erguidos por años de experiencia, con colores más tupidos se abren irreverentes frente a sus espectadores.
Ante la imponencia de estos seres luminosos el trámite mundanal de la siesta se nos disuelve entre las manos y nos permitimos re inventar otros rumbos siguiendo al viento, reverdeciendo inesperadamente nuestra humanidad.
Todos son dignos de nuestra mirada atenta cuando sabemos abstraernos del destino inmediato que nos convoca. Andamos suspendidos en el aire, saltando de rama en rama, mirando esos ramilletes de campanitas que solidariamente se sostienen y desparraman con el viento. Sean de color blanco, celeste, amarillo, conversamos adivinándole los años a los troncos.
Un amigo de la poesía, Pancho Avendaño cuenta que el “Resistencia Sport Club” equipo de la Segunda División de Paraguay, asociara un lapacho, al que no se abatió al momento de construir la tribuna del Estadio «Tomas Began Correa». La foto del lapacho en la tribuna como un hincha mas, es una felicidad compartida por que tiene un hondo significado. Inmerso en la hinchada ese arbolito ha de celebrar su suerte, en medio de triunfos y derrotas futbolísticas. Estas noticias señalan las prioridades necesarias para ser mejores, otorgándoles el lugar que les corresponde a estos seres de raíces al suelo.
En el pago, de ha rato las flores de los lapachos caen al suelo, campanitas en derrumbe dan su sonido seco al estrellarse, algunas despatarradas logran aferrarse a la tierra para volver al año próximo a saludarnos, otras han de experimentar la fatalidad de su podredumbre en las veredas y calles, esperando sin desesperar algún comedido santiagueño que las levante para recostarlas en la tierra.
Agosto es color lapacho en Santiago, y esta dicha colectiva es innegablemente uno de los nombres de nuestro terruño.