#Edición6

¿Cómo se llama la obra?

5 Minutos de lectura

Por Ariana Irastorza.

PRIMER ACTO 

Es sábado por la noche y tu cuerpo pide a gritos oxigenar una semana con tan gusto a lunes por la mañana y café de saquito sin bizcochito. Salir no es una opción discutible. Divertirse, por sobre todas las cosas, como condición definitiva. Un poco de buena música, mientras te cambias y te pones lo zapatos que son tan tipo «amor a la mexicana», para después encontrarte con tus amigas y así iniciar el ritual de la previa que tanto te enciende. 

Caes en Jacks, un bar santiagueño ubicado entre Roca y Pellegrini, que por los viernes muta en Chester.  Son las cuatro y media, tirando a cinco, un policía que las mira, que se acerca, que con su pseudo poder legitimado por el Estado te saca del establecimiento, a vos y a tu pareja ¿Por qué? Porque besarse, para quien que no es heterosexual, parece que no está permitido ¿Por qué? Porque «no es normal». De pronto la situación se convierte en un especial de «La casita del terror» de los Simpson, un capitulo que lleva el nombre de «El sujeto con Lesnofobia y un sequito de gente políticamente correcta, que prefiere no intervenir para no tener problemas».   

-Pero che, las chicas solo quieren divertirse. (entonaría Cyndi Lauper) 

– No es algo normal, y la casa se reserva el derecho de admisión. 

Un tiempo después, durante las vacaciones de Julio, la situación se vuelve a repetir, pero ahora en el boliche «Russ» (Lavalle 1150), o La ex Sala, como algunos la recuerdan. Misma discriminación, mismos argumentos. La diferencia radica en que esta vez, las chicas alzan aún más su voz, haciendo valer sus derechos, gritando que eso es discriminación y frente al miedo del escrache, el encargado cede, pero no sin antes recalcar que, para él, ese beso, estaba mal.   

SEGUNDO ACTO  

Volvamos a Roca y Pellegrini, pero ahora nos trasladamos a un pub llamado «Club B».  

Un grupo de amigos sale para festejar un cumpleaños. Un escenario bastante similar al anterior. Los chicos que bailan y se divierten, como todos los que alguna vez hemos transitado lo festivo de la noche. Es cuando sucede los siguiente: 

Una de las chicas se acerca a la barra para comprar bebidas, pero envés de su trago recibe la respuesta de –No podemos venderle alcohol a tu grupo por orden del dueño-. De pronto, la seguridad que se acerca, con una orden explicita de desalojar al grupo del primer piso del pub.  

Ahora bien, vamos con la ronda de explicaciones dadas del porqué (adivine y gane un cupón de descuento para ver «The Tribe» ):  

  1. «Porque hay chicos que no son del target o que están mal vestidos, que no pertenecen a este lugar».  
  2. Porque en el grupo hay chicos con discapacidad auditiva, por lo que al hablar en lenguaje de señas se redirige toda la «atención» hacia ellos, y eso es «malo» para el lugar. 

En ambas justificaciones se advierten casos de discriminación, en la primera por Clase Social y en la segunda por Discapacidad. Pero, ¡Bingo! La respuesta correcta es la segunda. Todo termina cuando nuevamente, por miedo al escrache les es habilitado lo que antes se les negaba. Eso, y los formularios de denuncia presentados en la delegación local del Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo).  

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Ahora pensemos en lo que «es lo normal». 

Quizá para empezar, deberíamos hablar de prácticas sociales discriminatorias que surgen producto de formas históricas de construcción de los procesos de identidad y «normalización». El tan nombrado ellos y el nosotros.  

Planteémonos así, todas las relaciones de nuestra vida son relaciones de poder diría Foucault, siendo que el poder es algo que se ejerce y se manifiesta socioculturalmente en la capacidad de prohibir, de hacer que el otro haga o no determinada cosa, por ejemplo, está prohibido robar, subir en el colectivo con perros, fumar en ambientes cerrados, caminar desnudo por la calle, está prohibido la desaparición forzada de personas y el acoso callejero (siendo esta una de las formas de violencia de genero más naturalizada), etcétera.   

En este sentido, los discursos institucionales, trazan una realidad en la que tienen la capacidad de crear aquello que predican, es decir crean una realidad con un enunciado legítimo. Hagámoslo más simple, Marta vive en Argentina, un país democrático en donde se rigen leyes por el derecho constitucional de la mujer, pensemos que pasaría si se hiciera un «Tetazo» en Arabia Saudita, donde la mujer tiene prohibido mostrar cualquier parte de su cuerpo menos las manos y su rostro o si de pronto se intentase practicar aquí la «Ablación de Clítoris»  oficialmente llamada mutilación genital femenina, para eliminar el placer sexual en la mujer, práctica que se localiza  sobre todo en la zona centroafricana. En cualquier caso, sería seguramente más que un escándalo, afectando el ordenamiento jurídico y social. Esto se debe a que estamos insertos en un sistema que posee «regímenes de normalidad», que conforman la construcción de un sistema de pensamiento, que moldean nuestra identidad. Se establece aquello que es «lo natural», trazando una línea entre lo bueno y lo malo, lo sano y lo enfermo.   

Entonces, cuestiones como la sexualidad, serian vistas como el correlato de una práctica discursiva. Por ejemplo, el sociólogo Adrián Melo habla de la literatura, como uno de los grandes discursos privilegiados, que fueron forjando las ideas de género, sexo, familia y nación. Las ficciones literarias argentinas del siglo XIX, proyectaban modelos de comportamiento de los roles de los hombres y las mujeres, del ideal de familia y nación, donde a su vez se fue haciendo eco de la masculinidad moderna, ligada a la nueva sociedad burguesa que se consolida hacia fines de ese siglo.  

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Ahora que hemos reflexionado un poco sobre cómo se han ido normalizando ciertas prácticas, nos queda hablar de algunos índices de discriminación en la provincia.  

En el 2014, el Inadi conjuntamente con la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE), publicó el «Mapa de la Discriminación en Santiago del Estero». Una serie de estadísticas realizadas entre el 2012-2013, como segunda edición, en el que se advertía que la provincia registraba una mayor percepción general, respecto de la media nacional, sobre los niveles de discriminación hacia los colectivos LGBTTTIQ (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestis, Transexuales, Transgénero, Intersexuales y Queer), las personas que viven con VIH-SIDA y las personas con sobrepeso/obesidad. Los datos presentados son los siguientes:  

La discriminación hacia las personas LGBTTTIQ se dio en 78 de cada 100; las personas viviendo con VIH-SIDA 80 de cada 100; y hacia las personas con sobrepeso/obesidad 87 de cada 100, superando ampliamente los niveles percibidos a nivel nacional.  

Luego en el ranking, aparecen como grupos vulnerabilizados, los inmigrantes de países limítrofes, las personas con discapacidad, descendientes de africanos, adultos mayores, mujeres, integrantes de pueblos originarios, minorías religiosas y jóvenes. 

A tres años pasados del informe, no parecen haber cambiado mucho las cosas. Actualmente, según el Inadi,  3 de cada 10 denuncias que se reciben son por casos de discriminación por orientación sexual/identidad de género y por la falta de acceso a los derechos adquiridos, destacando en particular los casos de violencia hacia las mujeres trans, dentro de la comunidad. Por lo que es necesario seguir apostando hacia una educación, compromiso y contención en materia de igualdad desde el Estado, que garantice una mayor integración en la sociedad.   

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