#Crítica#Edición6#Notas

El dictador cinéfilo

6 Minutos de lectura

Por Nicolás Adet Larcher

“Creía que 1978 sería un buen año”

Esa frase escribió el director surcoreano Shin Sang-Ok en uno de sus diarios. Habían pasado dos años y ya no filmaba películas, había caído en desgracia, el gobierno de Corea del Sur le había prohibido cualquier actividad audiovisual desde sus estudios cinematográficos. Sumado a eso, su ex esposa, Choi Eun-Hee había desaparecido hace dos semanas luego de avisarle que se iba de viaje a Hong-Kong.

La ambición de Shin y una serie de eventos desafortunados lo llevaron a ese lugar.

El productor de cine, escritor y sociólogo, Paul Fischer, relata gran parte de la historia del cine en Corea del Norte y Corea del Sur a través de una anécdota: el secuestro de Choi y Shin. Su libro Producciones Kim Jong-Il presenta… por momentos parece un libro de historia, por momentos una crónica, por momentos un tratado sobre cine y, también, una anécdota bizarra. Fischer se fue hasta Corea del Norte a buscar una historia que parecía pura ficción, pero con el tiempo quedó en el olvido. ¿Qué pasó durante esos años?

Shin y Choi fueron durante mucho tiempo LA pareja perfecta de Corea del Sur. Eran amigos del presidente, los periodistas los seguían a todos lados, eran tapa de revistas y diarios. Él era director, ella actriz. El estudio cinematográfico de Shin llegó a ser el más exitoso en la historia del país, era rico, tenía millones de admiradores, filmaba más de 30 películas por año (thrillers, artes marciales, melodramas, gatos vampíros, serpientes endemoniadas, westerns), fue el primer coreano en la historia en rodar en Technicolor, el primero en filmar en CinemaScope y el primero en rodar una película con el sonido sincronizado completamente.

Sus estudios se llamaron Shin Films y aplicaron el modelo Hollywoodense de producción de películas de principios de siglo. Shin tenía una nómina de directores y guionistas, trabajaba dentro de sus propios platós y terrenos dentro de las fronteras del estudio, contaba con una distribuidora para desparramar sus películas por Corea del Sur y, además, tenía un par de actores estrella para sus películas. Una de ellas era Choi, símbolo de una Corea moderna que empezaba a emerger. Dirigió tres películas que fueron un éxito rotundo y fue la tercera mujer coreana de la historia en un rol de directora dentro de un film. Eso no evitó que los medios coreanos la retrataran como una esposa fiel, obediente, que planchaba camisas y se dedicaba al hogar. En Corea del Sur las tradiciones ancestrales de la familia y la mujer subordinada todavía estaban latentes.

Del otro lado de “la grieta” coreana, un joven Kim Jong-Il empezaba a dar sus primeros pasos en el cine. Antes de ser el líder de Corea del Norte, fue hijo del presidente de ese entonces. El pequeño Kim nació, creció y mutó su carácter a través del cine. Ascendió más tarde como Ministro de propaganda y estuvo a cargo de los estudios cinematográficos, las producciones y los guiones.

El cine era importante para el gobierno norcoreano. Más que las charlas de café, que las reuniones informales, las reuniones formales, las charlas del partido y las sobremesas extensas, la formación ideológica estaba en las salas de proyección. El cine era un producto colectivo que podía transmitir la idea de reverencia hacia el partido de forma más clara que un libro. Las familias asistían al cine. Era un buen lugar. El problema eran los directores.

Los cineastas de Corea del Norte no tenían ideas, no tenían habilidades técnicas, no sabían que pasaba a nivel cinematográfico en el resto del mundo, dice Fischer. Las películas extranjeras estaban prohibidas, claro. Pero no para Kim Jong-Il. Como hijo del líder, tenía acceso a una amplia sala para ver películas y archivos fílmicos de otras épocas. Así paso su infancia. Cuando eso no fue suficiente, organizó una red de tráfico de películas extranjeras que llevaba películas como 2001: una odisea en el espacio y El bebé de Rosemary. Kim estaba al tanto de las novedades del mundo norteamericano y del país vecino. Envidiaba el cine surcoreano.

Un día, Choi desapareció.

Un día, Shin desapareció.

Los dos fueron secuestrados por Kim. El objetivo era pura y exclusivamente artístico. Para filmar, para producir películas y llevar a Corea del Norte a ser un referente del cine a nivel internacional. Kim repetía constantemente que tenía la colección de cine fílmico más grande de toda la historia. Nunca se pudo comprobar, pero si fue cierto que creció en un mundo de películas y ya en Corea del Norte tenía a su director favorito y a su esposa. Que más podía pedir.

Durante esos años, obligó a la pareja a filmar cerca de seis películas por año. Quería que Corea del Norte avanzará estéticamente, que dejara de lado un cine amateur que le ponía pelucas y maquillaje blanco a un par de actores norcoreanos para que parecieran norteamericanos. Quería dejar de tener las mismas escenografías para la misma época, para las mismas películas. Quería que Corea del Norte pudiera tener películas legendarias, reconocidas en festivales internacionales, con premios y aplausos. Como Corea del Sur, como Japón.

La pareja filmó películas utilizando sets que simulaban ser Rusia y Alemania. Filmaron de todo, desde drama hasta comedia e incluso armaron juntos el sueño de Kim de crear su propio Godzilla, el lagarto gigante que era el emblema del cine de acción japonés. En Corea del Norte la película se llamó Pulgasari, una joyita que está en YouTube para ver, si les gusta el cine de Kaijus (bestia gigante en japonés).

Pulgasari fue la última película que Shin filmó para Kim antes de escapar en 1986. En ella, un rey no ahorra medidas políticas y económicas para ahogar a su pueblo. Los campesinos muertos de hambre no pueden hacer frente al régimen que los esclaviza. En ese contexto, una niña tiene un muñeco de arroz que le regaló su padre. La niña se pincha el dedo cosiendo y una gota de sangre cae sobre el muñeco. El muñeco cobra vida, se convierte en Pulgasari, primer como mascota y luego como un bicho gigante que viene a poner orden en la tierra y matar al rey.

La película busca – a propósito – ser un contrapunto con Godzilla. Si en 1954 en Japón Godzilla aparece luego de la segunda guerra mundial para aprovechar una paranoia que todavía estaba latente entre los japoneses luego de Hiroshima y Nagasaki, Pulgasari viene a hablar de otra cosa. Pulgasari es el bien colectivo, el levantamiento de un pueblo, la lucha de clases, el comunismo y todo lo que Kim planeaba transmitir a través de una pieza de propaganda.

Fue la película más famosa para Shin en Corea del Norte y se convirtió en una película de culto con el tiempo. En el día del estreno hubo una avalancha de personas en la entrada del cine. Algunos murieron por tener una entrada. “Es buena de lo mala que es” dice Fischer, y estamos de acuerdo, estaría perfectamente ubicada en la galería de películas malas que nos gusta ver, es Vampiros del Espacio de Ed Wood y también es The Room de Tommy Wiseau. Es el placer culposo, lo bizarro y lo sorprendente. Pulgasari es una mega producción sin sentido, la trama es inverosímil y densa por momentos, pero fue la primera película de Shin a esa escala, la primera de Corea del Norte. Es un clásico para analizar en aulas de una facultad y para proyectar en cines alternativos, en cine-debates.

Pulgasari fue fruto de un secuestro. Ese secuestro fue idea de un líder autoritario y cinéfilo. Shin y Choi, las víctimas del secuestro se guardaron parte de esa anécdota durante muchos años. Y esa anécdota del cine, que también es un fragmento de la enorme historia audiovisual a nivel mundial, está perfectamente contada en “Producciones Kim Jong-Il presenta…”

 

Producciones Kim Jong-Il presenta…

Paul Fischer

Turner publicaciones, 2015

Págs. 395

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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