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La primavera de la madurez

8 Minutos de lectura

Por Kenneth Miller.

El deporte muestra formas de ingenio, supervivencia, picardía, resistencia, valor, anhelo, egoísmo, solidaridad, como toda actividad humana es una extensión de lo que vemos y esperamos de las personas (para bien o para mal). Cuando recordamos grandes atletas por lo general ése recuerdo comienza con la enumeración de sus grandes triunfos y, casi acto seguido, empieza el detalle de sus proezas físicas (cómo hizo para hacer aquel gol, cómo saltó en ése momento, como tomó esa pelota, como aguantó tanto tiempo y pudo reaccionar). Elija el deporte (fútbol, básquet, boxeo, tenis, hockey), luego elija el atleta en cuestión (Maradona, Ginobili, Monzón…) y la situación/momento de despliegue de destreza física admirable se nos hace presente.

Recordamos los momentos de gloria de los atletas, sus triunfos, sus heroicos fracasos, a las escenas que se impregnan en la cultura popular (las atajadas de Goyco en el ’90) luego agregamos las propias (tal atajada que Goyco hizo en el arco de River en tal año contra tal equipo fue la mejor de su vida). Claramente entendemos las habilidades físicas superiores de un deportista encumbrado aunque muy pocas veces pensamos en la relación de ése deportista con su propio físico, con su cuerpo, sobre todo cuando llega la hora de la madurez, del retiro.

El escritor italiano Roberto Saviano supo escribir sobre los intensos dolores que tuvo que atravesar Leo Messi para alcanzar el físico apropiado de un atleta de elite (aparentemente 2 gigantescas inyecciones diarias, cinco días a la semana, directamente a su fémur, por dos años, para combatir la forma de enanismo que retenía el crecimiento del rosarino). Luego vimos como se desplegó (despliega) ése atleta pero llegará el día en que las piernas de Messi no podrán obedecer las órdenes de su cerebro (en el tiempo y velocidad requeridas), su inteligencia le dotará de otros recursos (para hacer en dos movimientos lo que antes hacía en cuatro) pero eventualmente sus piernas, sus caderas, perderán potencia. De los muchos talentos que puede desarrollar un ser humano pocos vienen con la advertencia de caducidad tirana del tiempo: el deportista sabe que su talento tiene un tiempo de vida útil, luego su cuerpo lo pasará a retiro.

Es asunto de cada deportista cómo sobrellevará su último tramo o el retiro definitivo, las crónicas o pronósticos superfluos arriesgan dardos insidiosos sobre como los afectará la falta de protagonismo, la ausencia del bullicio de miles, el celular que no suena cada cinco minutos, pero pocos indagan sobre la angustia que genera la pérdida del control del cuerpo, de su propio poder de policía: ya no es posible detenerse, avanzar, obstaculizar/movilizar al contrario a propia voluntad, hay un control que se perdió y no regresará, una voluntad que no puede ejecutarse pero no por falta de deseo sino de potencia, no se me ocurre nada más frustrante que ese dolor oculto (solo el propio deportista puede ver como avanzan los límites de lo no permitido), es una vejez anticipada, un angustiante proceso de desprendimiento: ésta habilidad con la que he nacido no puedo ejecutarla más.

Intente imaginarlo a Maradona o Jordan sentados en sus sillones viendo un partido actual de sus respectivas disciplinas, imagínelos observando una jugada y casi con nostalgia alentarse “Yo, ahí, habría hecho tal cosa….amago para adentro pero me voy afuera y cruzo zurdazo (Maradona)….me mando entre los dos pívot y en el aire, abajo del aro, resuelvo (Jordan). Saber que se tiene la habilidad para ejecutar algo y (al mismo tiempo) saber que ya expiró esa posibilidad de hacerlo es una situación frustrante que lleva un tiempo de aceptación (como con toda frustración), por eso es que generalmente en los deportistas se convierte en un proceso, es gradual, aunque haya alguno que alguna vez haya dicho «me di cuenta que ya no podía hacer lo que quería y ese día decidí retirarme». Después están los que dicen «decidí retirarme mientras estaba en un muy buen momento» (Michael Phelps anunció que no participará en las Olimpíadas en Tokio; en las últimas de Río ganó 6 o 7 medallas). Es un proceso, gradual, que se inicia con un momento, una señal (hasta aquí llego), todos los deportistas comienzan a sentir la merma y empiezan a vislumbrar la luz del túnel.

Precisión Suiza

Lo que realmente pocas veces se vio es a una gloria del deporte, ya vislumbrando esa luz del túnel, retomar el nivel que lo supo colocar en la cumbre de su deporte. No estoy hablando de un partido (o dos) o de un torneo (o dos), la temporada que lleva en 2017 Roger Federer está entre las mejores de su carrera. Empezó el año como número 12, ocupa el 3 actualmente, sólo perdió tres partidos en los que va del año y en los torneos más importantes del año en los que se presentó, ganó todos salvo Montreal, hace un par de semanas (Australia, Indian Wells, Miami y Wimbledon –no participó en Roland Garros- y en 3 de esos torneos venció a Rafael Nadal…otra gloria, pero eso es otra nota). Además ganó Wimbledon sin perder un solo set (convirtiéndose en el 3er jugador de la historia, de lo que se conoce como “la era abierta”, en hacerlo en un torneo de Grand Slam; precedido por Bjorn Borg –también en Wimbledon- y Rafael Nadal –en Roland Garros, tres veces-) pero éstos son solo datos, a los que Roger viene engordando desde hace más de una década.

Lo realmente notable, lo que cualquier persona que tenga un mínimo de gusto por el deporte (no solo Tenis) podría notar es la dimensión a la que Federer ha sometido al juego y por su intermedio a sus rivales. No ha inventado nada nuevo, no hay golpes nuevos, no ha modificado su saque, ni elevado su rendimiento físico, ha reducido su juego a lo estrictamente necesario y a lo certeramente eficaz.

Si los años dan sabiduría, el suizo es el deportista más inteligente del mundo a sus 36 años de edad, lo que ya tenía lo ha potenciado a una precisión digna de la mayor leyenda de su país: Guillermo Tell. En la novela Sobre héroes y tumbas, Sábato se divertía conjeturando que en el momento mismo que la flecha de Tell atravesaba el centro de la manzana, tamaña precisión prefijaba el destino de los suizos: una raza de relojeros.

El cronómetro de Roger funciona a la perfección y los flechazos que arroja no apuntan a cualquier manzana: es uno de los mejores sacadores del circuito pero buena parte de sus aces sirven para cerrar games, sets y partidos (o Campeonatos, como en Wimbledon); al ser de los pocos jugadores que juega el revés a una sola mano, naturalmente, ejecuta menos pasos que el que juega con las dos manos, aún así y para sorpresa de muchos (rivales y público) ha logrado ajustar su golpe de revés (en defensa y en ataque) para acomodarse o reacomodarse mejor tácticamente según las circunstancias; su drive (lo que ahora se dice “su derecha”), sin dudas su mejor golpe, ha tenido ajustes también, los suficientes como para darle a Roger la eficacia que necesita para acortar/liquidar los puntos; la volea fue, es y será exquisita dándole toda la comodidad y tranquilidad que ese golpe debiera dar. Pero más allá de los aspectos técnicos de su juego, sobre los que, evidentemente, y por intermedio del croata Ivan Ljubicic (un pelado que jugaba muy bien), ha modificado algunas piezas, es la cuestión mental, acompañada de madurez, sumada a algo que en el caso particular de Federer parece ser un arribo a la conclusión espiritual de lo que el juego es para él, lo que ha generado esta burbuja de tiempo y perfección que atraviesa.

Mente y cuerpo aplicados a una disciplina, es la simbiosis que Federer ha alcanzado al final de su carrera para volver a erigirse como el mejor (de todos los tiempos, indiscutiblemente).

Conviene disgregar la simbiosis: el aspecto técnico/físico en el que está es el resultado de una vida sana (salvo la lesión en la rodilla de la temporada pasada, que casi termina con su carrera, siempre fue un tipo sano) y obsesivo en lo suyo (se sabe, Federer es un estudioso del tenis); lo mental siempre fue un aspecto fuerte de su carácter (lo mental es lo que prepara a un deportista para reponerse a las diferentes dificultades que se pueden presentar durante un partido o campeonato o que sirve para detectar los momentos o debilidades circunstanciales del rival y aprovecharse de ello para llegar a la victoria); lo espiritual es lo que parece renovado en Federer.

Hay un aura nueva que lo rodea, se detecta en su juego, en sus declaraciones, en su postura y es en éste punto donde los grandes deportistas (los mejores de los mejores) sacan diferencia sobre el resto y que los vuelve tan identificables y particulares: lo espiritual determina mi postura frente al deporte que practico, qué significa este juego para mí, qué representa el rival, qué me ha dado el juego, qué le aporto yo al juego. Es lo que la disciplina que practico me ha dado, me ha enseñado, que con sus herramientas ha mostrado mis fortalezas y mis limitaciones. Se produce la simbiosis cuando mi deporte me ha ayudado a conocerme mejor como persona y como atleta, en cada gran atleta tiene una dimensión diferente (y en casi todos los grandes una vez que han incorporado todas las reglas y formas del juego es que pueden crear nuevas formas del juego, usan ese conocimiento imbuido para hacer cosas impensadas). Todos los atletas la tienen y deberían reflexionar sobre ella –de hecho, los All Blacks son el primer equipo en el mundo en hacerlo y los resultados extraordinarios de los últimos años saltan a la vista- y aunque cada deporte revela circunstancias propias (está claro que no es lo mismo una competencia individual que una colectiva). También es claro que cada deportista lleva la suya a la cancha y que aquel que logre hacer concluir lo que el juego es en su vida, lo que significa, lo que le ha dado, con los movimientos que ejecuta le sacará ventaja al resto.

En el caso de Federer, el espíritu de su juego parece presentarse así: juego para ganar, sI en el proceso puedo divertirme: mejor; el rival no es un enemigo, es alguien que me va a presentar problemas constantemente durante el juego, soy el mejor: tengo que resolver esos problemas; el tenis es lo mejor que me ha pasado en la vida, disfrútalo mientras puedas; soy feliz cuando gano pero se que también puedo perder; mi mente primero, mi cuerpo después; mientras pueda dar pelea, voy a dar pelea; cuanto mas sencillo, mejor; el rival quiere lo mismo que yo; siempre que hay una dificultad nueva, siempre hay algo para aprender; mi familia está en el palco van a estar tan felices como yo si llego a ganar …entiendo parezca un cúmulo de frases hechas, de las que van a un pizarrón, pero en ese modo simple parece explicarse la actitud un deportista que vuelve a pisar la cima de su rendimiento en un momento ilógico, de su vida y su carrera, para los estándares del deporte actual, que ha sido nombrado el mejor en lo suyo muchas veces, que todavía compite con la inocencia de un iniciado, que en sus reacciones hace manifiesta la humildad de comprender, aun hoy, todas las dificultades que se sortean para alcanzar un logro: solo así resulta entendible el gesto de un deportista súper profesional que, con 35 años (casi 36), al ganar Wimbledon por octava vez y llegar a su titulo Nª 19 de Grand Slam, llora como un niño agradecido, de haber podido jugar un partido más.

 

 

 

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