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Un historiador perdido entre politólogos. Diario del Congreso de la SAAP

15 Minutos de lectura

Por Esteban Brizuela

Martes

No sé bien por qué me dieron ganas de escribir un diario sobre mi paso por un congreso de politólogos al que estamos por ir con René, amigo y colega. Tal vez porque en las vacaciones de julio leí la extensa pero entretenida crónica de Pedro Mairal sobre su viaje a Rennes (Francia), junto al escritor y pintor Washington Cucurto. Pero lo cierto es que ni yo soy Mairal, ni René es Cucurto, ni esta revista es Orsai. Punto y aparte.

Hoy salimos en un vuelo por la tarde. Me había hecho la idea de que me iba a congelar en Buenos Aires, por eso puse hasta calzoncillo largo en el bolso. Pero nada que ver. Llegamos a Aeroparque y estaba igual que la Noble y Leal. Fresco, pero un frío tímido, sin capacidad de daño.

En el avión vinimos diseñando el itinerario que vamos a seguir en el congreso. El día viernes tenemos que exponer. Pero esto comienza mañana. Entonces, a esta mesa sí, esta no nos interesa, esta es un delirio, esta va a estar buena, esta es un embole, esta otra es un choreo. Así fueron nuestras calificaciones para definir por dónde andaremos.

Aterrizamos después de ver una nocturna y hermosa Buenos Aires desde el cielo.

Retiramos los bolsos y el compañero René me abandonó por compromisos impostergables. Me tomé el taxi con una santiagueña que venía en el mismo avión y con quien compartimos espacios de trabajos. Yo me quedé en Once y ella siguió para Avenida de Mayo.

Mario, el director del proyecto por el que vinimos al Congreso, me estaba esperando en su departamento para que vayamos a un restaurant de la zona. Un buen plato de ravioles con tuco, un poco de tira de asado y medio vaso de vino cada uno. Ese fue el menú.

Hablamos con Mario de poesía. Recuerda que su padre no era tan mal poeta. Era mejor que varios de su generación, dice. Pero su padre, me explica, tuvo una poética acorde a la estética de su tiempo. Y un artista, para ser genial, tiene que trascender a su época, dice Mario.

Le cuento que tuve un día agitado. Que la noche anterior dormí mal. Me vinieron juntas dos buenas noticias pero que, superpuestas, me causan estrés e implican toma de decisiones.

“¡Qué mejor descanso que venir a un congreso!”, me dice Mario. Y tiene razón.

Ya en el departamento, antes de dormir, hago mi actividad preferida: hurgo la biblioteca. Miro los estantes. Hay libros por todos lados. Están apilados en una biblioteca chica, en las sillas, en una mesa ratona, al lado del televisor. ¿Autores? De todo. Desde el Marqués de Sade hasta revistas de teoría política, desde Max Weber hasta una guía cultural de Buenos Aires.

Miércoles

Anoche tuve un sueño reparador. Me levanté hecho una gacela, así que me cambié y salí rumbo al congreso de la SAAP (Sociedad Argentina de Análisis Político). Mario ya no estaba porque tenía que dar clases en la Universidad de San Martín.

Siempre supe que a Once se lo caracterizaba como un barrio judío. Pero claro, yo no sabía que aquí en Boulogne Sour Mer al 600 estaba en el corazón de Once. Cruzo a un montón de varones con kipá o sombrero. Sacos negros. Barbas. Muchos de ellos llevaban a los hijos a la escuela. También los niños iban con kipá. Mujeres con polleras largas, bien cubiertas. Me llamó la atención esa identidad cultural tan marcada.

Después de una combinación de transportes, llegué a la Universidad Torcuato Di Tella. No es la misma que yo conocí en 2005 cuando vine a unas jornadas sobre “Arte e Historia”. Aquella era una linda universidad pero no la belleza que es esta. Un edificio imponente. Espacios grandes. Me inscribieron en dos minutos, me dieron el colgante para que los demás supieran mi nombre y me fui a desayunar.

Después anduve inspeccionando el lugar y junando a la gente. Todos son blancos, bellos y puros, como le gusta a Pamela David. Los tres edificios en donde están las aulas en las que transcurrirá el congreso rodean al estacionamiento. Obvio, con la guita que se ve, todos los que vienen a este lugar tienen autos. En este congreso está la crema de la crema de los politólogos. Hay historiadores y sociólogos también, pero somos franca minoría. En esta universidad laburan todos los tipos y tipas a quienes que leí cuando estudiaba la licenciatura en Historia: Natalio Botana, Juan Carlos Torres, Pablo Gerchunoff, Ezequiel Gallo, Paula Bruno. El lema del congreso en este año es “La política en entredicho. Volatilidad global, desigualdades persistentes y gobernabilidad democrática”. Ambicioso el título.

A las 11 me fui a un debate sobre el “dos por uno” entre Roberto Gargarella y Andrés Rosler. Sofisticados argumentos. Lejos del mundanal ruido que escuchamos en los medios cuando se discutió el asunto y hubo aquella gran marcha en rechazo a la resolución de la Corte. Argumentación impecable de ambos, aún cuando diferían en el fondo de la cuestión. Rosler leyó su ponencia pero no me resultó aburrido. Modulaba bien, utilizaba la ironía, de vez en cuando metía una chicana. Dijo que hay tres corrientes en el mundo del derecho: el punitivismo, el garantismo y el interpretativismo. En esa última bolsa metió Gargarella, sin decirlo explícitamente, por supuesto. Para ejemplificar la corriente del punitivismo utilizó un cuento de Dolina sobre un árbitro de futbol. Todo aquel que utilice la literatura para ilustrar explicaciones me cae bien.

Le tocó el turno a Gargarella. Algunas frases que tiró: “el derecho es sobre todo interpretación”. “El derecho debe ser pensado y reformulado colectivamente”. Reivindicó la acción del Congreso aún cuando lo que se aprobó tiene algunos problemas jurídicos, dijo. Después expuso razones en contra del dos por uno concedido a Muiña y refutó uno de los argumentos a favor de la resolución (“la ley más benigna”) que dio Rosler.

Por fuera del debate, me llamó la atención una cosa. Gargarella no mira a la gente cuando habla, nunca mira al público. Mira para arriba, en dirección oblicua hacia arriba. A veces mantiene cerrados los ojos por unos segundos mientras habla. Pero cuando los abre sus ojos están en un punto cercano al techo.

Salí contento del salón en donde fue el panel. Elegí bien. Porque en este tipo de congresos, que son tan monstruosos y en donde hay simultáneamente 15 mesas-panel al mismo tiempo, es todo un drama elegir. Ya sabemos que elegir es renunciar. Entonces, cada vez que elijes ir a un lugar, estás renunciando a catorce.

Pasado el mediodía, me fui a la presentación de un libro sobre elecciones en Latinoamérica. Fui porque ahí estaría Andrés Malamud, un politólogo al que leo habitualmente y sigo en Twitter. Precisamente, por esa red social le había dicho que lo saludaría en el Congreso de la SAAP y le pediría una selfie. Me dijo que me arruinaría la foto pero que aceptaba. Y así fue. Hubo saludo, un poco de charla y foto. Un tipo piola, de buen trato, sin ínfulas de estrella.

Después conferencia de Juan Carlos Torres sobre “Los huérfanos de la política partidaria revisted”. Los huérfanos… es un libro que él escribió en 2003 acerca de los efectos de la hecatombe de 2001. El presentador contó que, en 2002, en plena miseria y crisis, lo había escuchado decir a Torre en conversación con colegas lo siguiente: “yo no estoy entendiendo bien lo que está pasando…”. Y, vaya paradoja, después escribió ese texto que aclaró un montón de cosas.

Torre habló de la diferencia entre adherentes (de identidad fuerte) y simpatizantes (de identidad volátil). Cambiemos, dijo, tiene más simpatizantes, en cambio el peronismo tiene más adherentes. Habló de la política descafeinada que ya no habla de “proyectos” y de “nación”; solo habla de “gente” y de “gestión”.

En un momento tiró una frase que me gustó: “como peronólogo alguna vez dije que el peronismo tiene un alma permanente y un corazón contingente”. Hermosa definición. Terminó la conferencia y el presentador dijo, “bueno, gracias a todos por venir”. Ni una pregunta aceptó Torre…. ni unita, diríamos los santiagueños.

Una curiosidad: en algunos paneles no se presentan a los conferencistas. Creen que todos los que estamos sentados entre el público los conocemos. ¡No, viejo, puedo no conocerte!, me dan ganas de decirles. Entonces, por ejemplo, dicen “aquí, Andrés hablará sobre bla bla”. ¿Qué apellido tiene Andrés? No se sabe, tienes que googlear su foto.

El politólogo y senador Abal Medina andaba por los pasillos de la Di Tella. Sonriente, como de campaña. Se lo veía en su salsa. Y claro, él viene del ámbito de los polítólogos y me dijeron que hace muchos años que es socio de la SAAP.  No sé exactamente por qué pero me cae bien el ex jefe de Gabinete.

Ya cerca de las 4 de tarde fui a la conferencia de Eduardo Fidanza, analista político y consultor. Cuando lo presentaron como un politólogo destacado, rechazó esa etiqueta y dijo que su única contribución fue haber enseñado 20 años a Max Weber.  Fidanza es uno de los capos de la consultora Poliarquía, que se jacta de ser seria. Contó que, en una encuesta, en un focus group, una mujer decía “soy insulinadependiente, y ahora tengo que optar entre la insulina y comer”. En esos tipos de testimonios –desgarradores, por cierto- no aparece el “yo quiero un país mejor…”, que es uno de los latiguillos del votante de Cambiemos, dijo Fidanza.

Habló sobre las particularidades de los encuestados que muestran una brecha entre diagnóstico de la realidad y expectativa sobre lo que vendrá. El famoso “estamos mal pero vamos bien”. Dividió el panorama de preferencias políticas entre un 18 % de “optimistas absolutos” (defensores a ultranza de Cambiemos), un 30% de “optimistas realistas” (los que aceptan que estamos mal pero bueno, es lo que hay, y no quieren saber nada con la vuelta del kirchnerismo), y un 47% de pesimistas totales. El problema, dijo Fidanza, es que muchos de los “optimistas realistas” están siendo invadidos por el pesimismo absoluto.

Después, un tanto cansado ya de escuchar disertaciones, anduve en la terraza de la Di Tella, en el quinto piso. La inauguraron hace unos meses y tiene una vista privilegiada de la ciudad, con la cancha de River de fondo. Hay bancos y mesas para utilizar, como para venir a tomar mate y charlar entre clase y clase. La sensación que me da es que quien viene a esta universidad y no estudia, ya fue, que se dedique a otra cosa. Si no te dedicas a estudiar aquí con todas estas comodidades, fuiste, rumbeá para otro lado.

Hacia el final de la tarde asistí al acto de apertura del Congreso. Presencia de Gabriela Michetti y Rodríguez Larreta. Cuando entraron al salón no hubo ni un aplauso. Y no es porque los asistentes al congreso sean opositores, nada que ver, en ese salón un 80 por ciento habrá sido votantes de Cambiemos. ¡Lo que pasa es que Michetti y Larreta no generan nada, ni bronca! El jefe de Gobierno dijo unas cuántas pavadas como que el homo sapiens venció a los dinosaurios por la fuerza de lo colectivo. Murmullos entre el público y sensación de “eeehh, chango, dejá de hablar macanas”.

Terminamos la jornada, junto con René y Federico, comiendo en un bodegón de sospechosa higiene, en Balvanera. Milanesa con papas fritas. Pollo a la calabresa. Olor a ajo terrible.

Fede es psicoanalista. Le preguntamos si Rolón es al psicoanálisis lo que Pigna es a la historia. Nos dijo que así es, y que banca a Rolón, porque escribe bien y porque hizo interesar a mucha gente en el psicoanálisis en medio del retroceso de esta práctica por el avance de otra clase de terapias. También nos confirmó que las consultas más taquilleras que tiene en el consultorio son sexo, enfermedad (o muerte) y plata. ¡Por suerte nosotros no tenemos ninguno de esos problemas! (primera mentira de este diario).

Jueves

Me levante y me fui a desayunar en Clásica y Moderna, una de las librerías más bonitas de Buenos Aires. De ahí me fui al Congreso a una mesa de “Teoría política, acción política e Historia”. Estuvieron algunos popes de la historia intelectual (esa rama de la historia que estudia el pensamiento, las ideas, los lenguajes del pasado) como Elías Palti y Darío Roldán, y un groso de la filosofía como Jorge Dotti.

La ponencia de Dotti se titulaba: “Las ideas no se matan: ¿matan las ideas?” La verdad que no entendí un carajo. Pero bueno, tengo la premisa de que uno siempre aprende algo si tiene voluntad. Por ejemplo, aprendí que Marx redactó las Tesis sobre Feuerbach, en 1845, en Bruselas. En ese libro, publicado póstumamente, está la famosa tesis 11 en la que Marx dice: “lo que hicieron los filósofos hasta ahora es interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo”. Lo poco que entendí (y quizás entendí mal) es que Dotti estaba en contra de aquella tesis, porque él dice que interpretar el mundo es ya una forma de acción política. Dijo también que el mismo Marx, décadas más adelante, se despegó de aquel maniqueísmo juvenil (entender vs transformar el mundo).

Vino después Palti e hizo un ensayo de “arqueología de lo político”, que es el tema de un libro suyo que se publicó en inglés y que lo tenía en sus manos como apunte. No es sencillo Palti, hay que estar atento, seguir su argumentación. Palti toma coca light mientras habla. Ya vi en otras conferencias suyas que hace eso. Nada de agua. Coca light.

Andrés Rosler fue el tercer expositor, un tipo que viene de la teoría política y la filosofía del derecho. Ya lo había escuchado un día antes con Gargarella. Este Rosler me divierte en los paneles, porque cuando sus colegas hablan él hace gestos: baja o sube el ceño, abre grandes los ojos, se toca la punta de los dedos de una mano con los de la otra armando un círculo, toma notas, hace caras cuando algún otro expositor dice algo que le llama la atención. Un personaje. Él habló de “El concepto de lo político” de Carl Schmit. Su tesis central era que ese libro es “anodinamente” nazi. O dicho en otros términos, levemente nazi.

Cuando llegó la ponencia de Darío Roldán yo ya no tenía ganas de escuchar nada. Porque se trataba de exposiciones que, por lo menos para mí, requerían estar con las antenas paradas. Lo único que sé es que Roldán habló de Toucqceville, y los 20 o 25 minutos que habrá durado la lectura de la ponencia me las pasé chateando, viendo estados de whastsapp, poniendo me gusta en facebook y todas esas cosas poco significativas que uno hace en el celular.

Después almorcé un terrible plato de sorrentinos, de esos que te sacan el hambre por muchas horas.

No me quedé para las ponencias de la tarde porque debía ir, por cuestiones de trabajo, a una reunión con un profesor en la zona de Olivos. Me tomé el colectivo en Avenida Libertador y cerca de las 17 horas llegué a destino. El departamento al que debía ir era a dos cuadras de la quinta presidencial. “Yo lo odio”, me dice este profesor en referencia a Macri, su vecino.

Cuando volví, cerca de las 19 horas, avenida Libertador era un infierno. El colectivo avanzaba lento y yo pensaba en lo hostil que es esta ciudad para los laburadores. Larguísimas horas arriba de estos medios de transporte, parados, amontonados, con ruido de bocinas que perturban. Dejame con mi Santiago, qué quieren que les diga.

Me ponía a pensar que hacía exactamente una semana estaba en Villa La Punta, un pueblo que parece Comala de Juan Rulfo, donde el tiempo transcurre lento y no hay nada que marque la diferencia entre el horario comercial y el horario de descanso. Salimos un día a caminar con mi familia y parecía que no había nadie en el pueblo. Solo una semana después estoy en esta ciudad insoportable y hermosa, bulliciosa y atractiva; superpoblada y encantadora.

Viernes

Hoy fue el día de nuestra exposición, pautada para las 9 de la mañana en el aula 109, primer piso de la Di Tella. En el departamento Mario anduvo levantado, espantando, desde las 6 de la mañana. Yo me desperté una hora más tarde. Salimos, hicimos una combinación en subte y después nos tomamos un taxi para el último trecho.

En el aula nos estaba esperando René, quien por fin apareció en el Congreso.

Mario estaba seguro de que no tendríamos público. Nuestra mesa se titulaba “Cruces entre el liberalismo y el realismo en el debate constitucional”. Más o menos, lo que tratamos de hacer en el proyecto es analizar los lenguajes políticos en la Argentina desde la perspectiva de la historia conceptual. Para este caso, nos propusimos observar con atención los debates constitucionales de 1852-1853 y tratar de encontrar en ellos en qué tradiciones (liberalismo, realismo) podemos inscribir los lenguajes y las fórmulas argumentativas desplegadas ahí. Expuso Mario en primer lugar, después lo hicimos René y yo, luego Anibal-Juan Pablo y se nos acabó el tiempo. Como lo había anticipado Mario, casi no hubo público, salvo unos cuantos que entraron a curiosear.

Al finalizar nuestra actividad, fuimos al bar del cuarto piso a tomar un café. Estábamos todos los miembros del equipo y otros dos chicos más.

A las 13 horas fuimos a acompañarlo a Mario porque tenía que hacer de presentador del libro “Las múltiples vidas del sistema de partidos en Argentina”, de Carlos Varetto; de “Charly”, como le dicen los amigos. Varetto es un politólogo al que conocimos en el Congreso de la SAAP en Mendoza en 2015. En la presentación Mario hizo varios chistes y dijo, bromeando,  “Charly es el nuevo Sartori”.

A la siesta había una mesa de “Periodismo y ciencia política: ¿qué relación?”. Me interesaba esa mesa, porque estaban dos politólogos (Andrés Malamud y María Esperanza Casullo) y dos periodistas (María O’Donnell y Juan Pablo Varsky), por lo tanto iban a analizar los cruces entre aquella profesión y este oficio. Nos metimos ahí con René.

Malamud elaboró ocho puntos que, según su parecer, debería tener en cuenta todo politólogo al escribir un artículo para un medio de comunicación. Estos son algunos de los que me acuerdo. No aburrir es fundamental, dijo, porque un lector que en el primer párrafo se aburre, puede escapar antes de llegar al segundo. Habló sobre cómo elegir el tema y dijo que uno de las formas de elección puede ser iniciar una polémica con alguien, refutando o planteando una cuestión debatible. Otras claves: entretener, simplificar, exagerar. Habló de la necesidad de encuadrar las temáticas, o sea de contextualizar.  Ejemplo de falta de contextualización y encuadre es el ya famoso: “Argentina iba a ser Venezuela”. Enfatizó la necesidad de comparar lo que sucede en el país con lo que pasa en otras latitudes. Y lanzó una frase que está buena: “el que solo conoce su país, no conoce su país”. La metáfora ayuda más que la definición, dijo.

Le siguió María Esperanza Casullo, una politóloga que conocí en Twitter, quien al comenzar se hizo tres preguntas: ¿qué es un político? ¿qué es un periodista? ¿qué es un politólogo? Recordó que a fines del siglo XIX esas funciones eran indistintas. Por ejemplo, Bartolomé Mitre era todo eso junto, y no había objeciones al respecto. Los deseos de objetividad e imparcialidad nacieron tiempo después. Y habló de la necesidad de aportar datos en las intervenciones de los politólogos. Eso es fundamental: ofrecer datos concretos.

En tercer lugar María O’Donnell hizo referencia al “Manifiesto de las mujeres politólogas”. Porque resaltó que era la única mujer en el panel, y contó que esa situación le toca vivir en muchas mesas de debate. Contó una anécdota sobre su padre, el gran politólogo Guillermo O’Donnell. Cuando María le dijo que quería dedicarse al periodismo, su padre le pidió por favor que si quería dedicarse a los medios, mejor estudiara cualquier carrera menos periodismo. Entonces se decidió por Ciencias Políticas. En esa carrera fue compañera de Malamud. Dijo que siempre tuvo claro que quería ser periodista, jamás dudó de eso.

Por último fue la intervención de Juan Pablo Varsky, un comunicador que siempre me resultó interesante, y no solo en sus opiniones deportivas. Destacó que antes un periodista podía decir cualquier barbaridad al aire y pasaba desapercibido su error. Ahora un periodista dice una macana y a los 2 minutos ya hay un tweet o un posteo en cualquier red social señalando la burrada. Y Varsky festejó eso, porque si bien es cierto, dijo, que exponerse en redes sociales es exponerse a insultos y acusaciones injustas, los beneficios que brinda la interconexión son muchísimos.

Más tarde había una conferencia de Jorge Fontevecchia sobre “Comunicación y política”. Quería quedarme pero ya debía volver al departamento de Mario para bañarme ya que a la noche tenía una juntada con Daniel y René en la zona de Palermo.

Palermo de noche es insuperable. Hubo cerveza y picada para despedir nuestra corta estadía en Buenos Aires.

Sábado

El congreso terminaba hoy. Pero ya estoy en casa. Tomamos el avión de las 6:20 de la mañana, casi sin dormir, medio destruidos.

Esta noche era la “Politikonga”, que es la fiesta de cierre del Congreso de la SAAP. Con René hicimos mal los cálculos, pensábamos que era el viernes por la noche. En Mendoza nos habíamos quedado con las ganas de ir. ¡Otra vez sin la frutilla del postre! Queríamos verlo a Natalio Botana bailando una cumbia, con una bomba de cerveza en la mano…

Estoy en casa. Lejos del ruido de la política. Se terminó “La política en entredicho” como era el lema del Congreso. Ahora vienen los “entredichos” con mi esposa por mi paseíto por Buenos Aires.

 

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