Por Julia Pascolini.
1.
Cuando la muerte llega
inesperada,
radiante,
que alucina los ojos
de los vivos todavía
en la miseria de la pérdida,
que enreda a las almas
ahogadas en el recuerdo
y sólo recuerdo porque
ya no hay nada, ni una foto,
que asemeje la mirada
de quien nos mira de frente,
de quien nos besa sin asco,
de quien nos toca sin tiempo
Cuando la muerte llega,
inesperada,
cual balde de agua fría
esperando devenir tibia y,
no,
ya no puede,
ya no quiere,
está cansada
Cuando la muerte
nos asalta por los hombros,
nos susurra al oído,
nos canta
Cuando nos pellizca la cintura
solo por recordarnos
-siempre tan atenta, la muerte-
que no soñamos nada
del dolor al que nos ha sumergido
la muy soberbia,
que nos arde la carne
porque estamos incendiados
por dentro
Que el dolor que sentimos,
que el ardor que aceptamos estimular,
nos recuerda lo lindo
que fue antes de la muerte,
lo solos que nos sentimos
cuando estamos solos,
cuando estamos
conmigo
2.
Pasados los días tornaré en recuerdo,
en el sorbo de mate hirviente
que dejó llagas sobre tus encías,
en el primer hematoma de rodillas
que dejó la hamaca del parque,
en el primer día de escuela, solitario,
nostálgico, inolvidable
Tornaré en el recuerdo inagotable
de lo que el viento lleva consigo
Devendré en pájaro
y cuidaré tu espalda desde lo alto,
sólo como se cuida la memoria
Tornaré en el peso de las palabras no dichas
y en el de las conversaciones que dan arcadas
Tornaré en las pesadillas que peor te acechan,
en el cielo tormentoso que amenaza con destruirlo todo
Tornaré en la voz dulce implorando tu paciencia,
en el color del pasto suave sobre el que piso sin miedo
Quisiera ser más que recuerdo,
que nostalgia,
que deseo
Quisiera ser el presente nebuloso
que pasea a tu lado
Quisiera ser el huracán que salve
tus dudas y aclare tus dolores
Quisiera ser
3.
Nos hemos degollado
ante el intento inesperado
de hablarnos al oído
sin sucumbir de rabia
mientras tanto
Hemos perdido la noción
del espacio
compadeciéndonos de los deberes
inasibles que nos hemos impuesto
Tenemos la yugular ahí,
a flor de piel, esperando alguna cura
que la repare
Sangrando por doquier,
haciéndonos temblar y dubitar
en cada paso
Y cuando la planta de los pies
ha ampollado lo suficiente
caminamos en la arena
durante horas,
de día, cuando el sol hiere
y raja
de madrugada cuando
la visión es pobre, moribunda
y los vidrios de los restos humanos
cortan desprevenidamente
lo que queda de piel
Perdoname, Julia
si soy demasiado dura
es que a veces te prefiero
viva y vos tan
muerta