Por Ignacio Ratier
Un clima de abatimiento reinó en la Argentina desde el día de la derrota con Croacia hasta ayer. No fue la vuelta del FMI o alguno de los tantos problemas políticos y sociales que se amontonan. Fue la selección, que puso en riesgo la clasificación a octavos y mantuvo a todo el país en vilo hasta que el árbitro Cüneyt Cakir cerró el encuentro frente a Nigeria. Fueron cinco días que paralizaron el mundo.
¿Quién es Sampaoli?
A un día del encuentro con Croacia, el entrenador habló en conferencia de prensa. No confirmó el equipo y tampoco prescindió de su lenguaje confuso. Más tarde apareció una posible formación, con esquema diferente y nuevos nombres. Línea de 3 (5), con Messi y Agüero adelante. Afuera Pavón, Di María, Rojo y Biglia. Adentro Mercado, Acuña y Enzo Pérez. En las redes, como es común, las aguas se dividieron, lo cual me generó una nueva preocupación: ¿cómo escapar de eso? Debe haber algún matiz para rescatar en todo este desastre, pensaba.
No quise caer en los extremos. No quise pensar que Sampaoli es un genio incomprendido y que su accidentada sintaxis e indefiniciones son maniobras de distracción ejecutadas al sólo efecto de generar desconcierto en rivales, prensa e hinchas. La estrategia era jugar mal, diría Gallardo. Tampoco quise caer en el chiste fácil y afirmar que sus capacidades son limitadas ni decir cosas como que en su lóbulo frontal hay un mini Pato Fontanet rociando con kerosene a dos hipsters que acaban de salir de un boliche en Palermo.
Sampaoli, como reza la vieja muletilla, seguramente, es más complejo. Intentaba convencerme de eso mientras lo observaba con su traje y remera escote en V, probablemente, de una marca del tipo de Siamo Fuori. Justo esa.
El 21 de junio jugamos la segunda fecha de la fase de grupos. El 21 de junio, pero de 1905, nació Jean Paul Sartre. La evocación vino como anillo al dedo. Como manotazo de ahogado o último recurso ante la falta de respuestas, me propuse recurrir al existencialismo a la hora de preguntarme quién es Jorge Sampaoli. Preferí obviar la indefinible naturaleza humana del DT y dejar que sus actos me señalen las pistas que permitirán seguir desentrañando el gran misterio. Terminado el mundial, tendremos la evidencia sobre la mesa y podremos dilucidar más tranquilos acerca de sus condiciones y sapiencia.
De cualquier modo, la angustia y la melancolía que tiñen las épocas mundialistas, hacen del existencialismo algo inevitable: un respirador artificial ante la imposibilidad de entendimiento de las cosas.
El verdugo balcánico
El primer mundial del que tengo recuerdos es Francia 98. Croacia, nuestro verdugo en la segunda fecha, tuvo un gran desempeño en aquel entonces. Llegó a semifinales, donde cayó con el equipo anfitrión, que luego alzaría la copa. Luego, los croatas se quedarían con el tercer puesto, ganándole a Holanda, que nos había dejado afuera.
En mi casa, por eso días, se nombraba mucho a Davor Suker, delantero de esa famosa selección y ganador del botín de oro por ser goleador del torneo con seis tantos. Todos los adultos lo invocaban en charlas de sobremesa o en cualquier otro momento de la rutina diaria: era el jugador revelación y la estrella del equipo revelación de la copa. Tenía cinco años y, al escuchar en reiteradas ocasiones su nombre, imaginaba, no pregunten porqué, un pote de edulcorante. Ese gran delantero, dueño de mis primeras memorias sobre el país eslavo, es hoy el presidente de la Federación Croata de Fútbol.
Pero su historia es interesante para saber de dónde vienen los jugadores que nos golearon sin compasión y nos hicieron sentir vulnerables, moribundos.
Suker debutó en selecciones juveniles con la camiseta de Yugoslavia. A fines de 1990 usaría por primera vez la croata, luego de la separación de su nación del consorcio balcánico. Recién en 1991 Croacia declaró la independencia y en 1992 recibió la habilitación para disputar torneos de la FIFA y la UEFA.
A diferencia de los países escandinavos, caracterizados por sus altos índices de desarrollo humano, sus exitosos modelos de Estado de bienestar partícipes de los rentables negocios que permiten redistribuir la riqueza, los países eslavos vienen de largos años de fricciones interétnicas, conflictos bélicos y fallidas experiencias políticas.
La ex Yugoslavia, desde entonces y pese a las dificultades, no ha cesado en su producción de grandes deportistas, destacados en diversas disciplinas, con carácter y talento. Futbolísticamente hablando, se puede decir que juegan con defensas menos cerradas que la de equipos como Islandia, pero, con un mejor manejo de la pelota y mayor verticalidad en sus ataques. Fuertes, habilidosos, técnicos. De sangre caliente, como nos gusta decir.
Jueves negro
Cantamos el himno, como es habitual en cualquier encuentro entre seleccionados. Tarareamos un ruidoso y repetitivo “oh, oh, oh”. Los jugadores, dispuestos en hilera, enseñan su rictus. Messi se refriega la cara: muchos quedarán en esa imagen y dirán que es la clave para entender el partido. El estadio grita, empuja con voluntad un deseo de épica y distinción. Nos reconcentramos y seguimos la costumbre al pie de la letra. ¿Qué se esconde ahí? Me animo a arriesgar, el mito de una supuesta superioridad: “los mejores jugadores del mundo”. Lo que noto en ese entusiasmo fingido, forzado tal vez, que se apropia de nosotros, es un esfuerzo por ocultar, en realidad, el complejo de sentirnos menos. Lo sabemos, pero no lo admitimos: no somos los mejores del mundo. Gritamos “oh, oh, oh” para negar que en esos once rostros, que la cámara enfoca secuencialmente, no hay guerreros heroicos sino hombres perfectamente humanos, como nosotros.
Desde el comienzo del partido se podían olfatear los problemas. Entre los centrales y los laterales volantes se había creado una zanja que luego explotarían los croatas, de la mano del potente Rebic, autor del primer gol, y Perisic. Un sistema poco ensayado, en el que los jugadores no se sienten cómodos. Una sensación de inseguridad que pudo materializarse en los tres goles rivales, a raíz de los errores/horrores de la defensa.
Los errores
Cualquiera que haya jugado al fútbol sabe lo difícil que es convivir con un error.
Quien escribe y suscribe es de esos que tienen en su haber una larga lista de mocos. Malas entregas, pérdidas de marcas u otras decisiones que derivaron en goles contrarios o yerros de oportunidades.
Si para cualquier aficionado es complicado conciliar el sueño tras equivocaciones en intrascendentes ligas amateurs, a lo de Caballero no hace falta agregar nada. Desde ese momento, el arco pertenece a Franco Armani y para el calvo arquero no hay hecho más doloroso que el error en sí. Ni siquiera las viles agresiones sufridas en las redes a manos del trolleo silvestre pueden siquiera acercarse al vacío que se abrió en él después del infortunio. Olvidar. Perdonar.
Pásale el balón a Messi
Todo millenial criado bajo el ala de la TV/Cable recuerda la serie animada Hey Arnold. Uno de los tantos capítulos que persisten en mi memoria es “Pass ball to Tucker”. En él, Arnold y sus amigos integran un equipo infantil de basket en el que juega Tucker, el hijo del entrenador. El chico está sobrecargado de presiones, su padre recurre a una táctica rudimentaria: todo lo debe hacer su hijo, todos los balones deben ser pasados a él para que resuelva todas las situaciones del juego. El niño, que perfectamente puede ser una versión caricaturizada de un pequeño Milos Raonic, todo el tiempo suda: las gotas de transpiración y el gesto de sufrimiento se acrecientan a medida que los partidos pasan y no puede resolver los problemas de su equipo.
En ese caso podemos describir dos problemas que también pueden explicar lo ofrecido hasta aquí por la selección. Una cuestión psicológica y otra táctica, atadas una con la otra. Porque el fútbol es un deporte colectivo en el que de vez en cuando se presentan actos salvadores de figuras individuales. Sin embargo, no hay hazaña posible sin el aporte del equipo, y a medida que mejor funciona éste más chances hay de lograr resultados. Jugar bien no es un capricho, es el medio más razonable para llegar al triunfo. Depositar toda la fe, toda la carga, en una persona es cuanto menos irresponsable. Cuánto más depende de una persona algo en lo que participan otros, más cerca se encuentra ese sujeto de frente con sus limitaciones. Y todos sabemos lo que pasa cuando los talentosos se encuentran con sus limitaciones: se desploman.
En esa misma línea, cuando la táctica se reduce nada más que a levantar la cabeza y buscar a tu figura principal, todo se hace previsible, lento y las variantes posibles se agotan en un penoso discurrir. Si Arnold no tira los libres, el equipo de Tucker convierte menos. Si la Argentina no busca por otros caminos, no tendrá sorpresa y simplificará la tarea a sus rivales. Condenamos a Messi a la foto de todos los partidos: él rodeado, en soledad, por cinco rivales.
El jueves, frente a Croacia, pasó eso. Un muro se antepuso a Messi y la pelota no llegaba. Argentina se vio obligada a hacer otra cosa, cuando todo parecía indicar que no sabe hacer nada más que lo primero: pasarle el balón a Messi.
El genio del desorden con sentido
Luego del partido circuló por las redes la historia de Luka Modric, figura del Real Madrid y autor de un gol digno de capturar en óleo; un gol riquelmeano. El croata, cuando tenía apenas cinco años fue testigo de la ejecución de su abuelo por parte de soldados serbios en 1991, en plena guerra por la independencia de su país. Su infancia estuvo destinada a la supervivencia y a la carga de hechos terribles en la memoria.
En su ficha dice que tiene 32 años y mide 1,72 cm. Es menudo y tiene el aspecto de un roedor. Sin embargo, en él vive un genio del fútbol. Opacado por las estrellas con las que convive en su equipo, Modric es de esos jugadores a los que no le prestamos la atención suficiente. Despliegue físico, marca, quite limpio, rigor a la hora de entrar en fricción, salto, cabezazo, buena pegada, velocidad, control, gol, asistencia, inteligencia. Es tal vez uno de los mejores que he visto en mi vida. Cuatro Champions League en cinco años, dato insoslayable para que cualquiera que dude se convenza.
El día del partido, Modric mostró todas las cualidades señaladas arriba. Hizo doble función: tapó las salidas de abajo con presión alta y aprisionó a Messi en las marcas triples que propuso el técnico. Además, formó parte del muro que intentó que nuestro diez jugase lo menos posible, interceptando algunos pases. Modric fue Modric. Apareció por toda la cancha, llegó al gol, tapó centros, hizo el medio entero y, por momentos, relevó en las bandas. Condujo, salió jugando y pisó el área. Es que si tenemos que catalogar a este jugador de alguna manera, sólo se me ocurre una cosa: el genio del desorden con sentido. No es de esos mediocampistas que se pierden, se distraen, se desordenan y enseñan huecos al rival. El croata, siempre que se mueve, está tejiendo algo, como una araña rastrojera. Su desorden tiene una razón de ser que estructura el camino que su equipo desanda. No sé cuánto le queda a Croacia en el mundial ni cuántos mundiales le quedan a Modric, pero el sólo hecho de querer disfrutarlo justifica el deseo de que se le garantice toda la continuidad posible.
Las largas horas de desesperanza
Del puñetazo croata al partido con Nigeria. Cinco días de parálisis. Tristeza, desazón, ilusión, expectativas, amargura, angustia, disgusto. Todo junto, sensaciones que se complementan y se contradicen; estados de ánimo cambiantes.
En mi caso, todo me parecía triste desde un tiempo atrás. La forma en que clasificamos, las desavenencias de la AFA, la publicidad de Fargo. El rostro de Messi y la cantidad abismal de terabytes chatarra que en su nombre se generan a diario. Una de las cosas celebradas durante el mundial fue la versión del himno orquestado por Los Pericos y Ciro Martínez. También me resultó triste, tristísimo. La estrella que se fue de la banda y se desinfló, y la banda desinflada luego de la partida de su estrella. En todo proyectaba mi amargura.
El último título de la selección mayor fue en 1993 y TyC Sports nació en 1994. Probablemente una cosa no tenga absolutamente nada que ver con la otra, sin embargo, la estadística es una forma de justicia, de justicia poética si se quiere.
Desde esa cocina de paco que es el programa de Diego Díaz, se escenificó uno de los momentos más absurdos de la historia de la televisión: conductor y panelistas parados, haciendo minuto de silencio tras la derrota 3 a 0. Luego de la teatralización continuó el circo.
Luego, una de las noticias que mayor trascendencia tuvo fue la ruptura en la relación entre jugadores y cuerpo técnico, real. No obstante, las diferencias de ese tipo, en el fútbol, son comunes incluso en mundiales. Le pasó a Bilardo, le pasó a Sabella. Campeón y subcampeón. Sin minimizar el hecho, que vino a profundizar la herida social que significaba quedar afuera en primera ronda.
La frutilla del postre fue que, en medio de la crisis futbolística, aparecieron figuras sombrías, como Niembro, exigiendo desde una superioridad moral de goma eva la renuncia de Messi. O Caruso Lombardi jugando el juego de la posverdad, gozando de la única manera en que pueden gozar los mezquinos: con el diario del lunes. El periodismo más ruin, más choto, si utilizamos términos elegantes, dio rienda suelta a la retórica del psicópata: “queremos lo mejor para la selección”, decían, y, en paralelo, dejaron entrever barbaridades, por ejemplo, que Antonella había engañado a Messi e insistían con los problemas legales que éste mantiene con la justicia.
Después de esa tormenta de agua amarronada y ese halo putrefacto que despedían los pronósticos, muchos nos sentamos a esperar que todo pase, a lo Grondona.
El día D
Llegado el día, nos desayunamos otro plato de tristeza. El gobierno aprovechó otra vez la fiebre futbolera: desconectó los sueros de 354 trabajadores de Telam y desbloqueó otro nivel de inhumanidad a través de un comunicado que celebró la medida, porque la consideraba un paso clave en el “proceso de profesionalización de la agencia”. El día del partido con Croacia llegaron 15 mil millones de dólares del FMI. Uno no sabe a qué atenerse el próximo sábado cuando juguemos contra Francia.
Finalmente, jugadores y cuerpo técnico consensuaron la formación, al menos esa es la versión oficial, y el equipo fue el siguiente:
Armani, Mercado, Otamendi, Rojo, Tagliafico; Pérez, Mascherano, Banega; Messi, Higuaín y Di María.
En el primer tiempo, Argentina demostró actitud y, por momentos, buen nivel. Banega, Rojo y Messi fueron los puntos más altos. Otamendi anduvo distraído y Mascherano cometió errores que otros equipos no perdonarían. Más allá de las disonancias, los puntos bajos y algunos desequilibrios, se vio otra actitud y el golazo de Messi nos presentaba un escenario más que favorable. Había un aura diferente en ellos, un enojo bien canalizado, como dice Alejandro Wall.
Terminamos el primer tiempo con Nigeria presionando alto y empezamos el segundo de la misma manera. Perdimos en funcionamiento y aparecieron nuevas imprecisiones.
A los cinco minutos el árbitro sancionó un penal dudoso, ayudado por la inocencia de Mascherano en la forma en que sujetó al 6 nigeriano. Pensamos que iba corroborar con el VAR pero finalmente el juez reafirmó su decisión. Empate.
Con el 1 a 1 quedábamos afuera. Los nervios se agudizaron y Argentina se vio obligada a salir a buscar. Sampaoli hizo los cambios: Pavón por Enzo Pérez, Meza por Di María y Agüero por Tagliafico.
Dicen muchos que sentían que todo se terminaba, porque las jugadas no salían y Messi no lograba reconectarse. Pero a mí me pasó algo que, seguramente, a otros también. Había algo en el contexto que invitaba a soñar con un final feliz. Sentía que algo iba a pasar, que el gol llegaba en cualquier momento. Después pasó lo que todos ya vieron. Rojo fue de nueve y voleó con la boba. Y hasta ahí llega lo que puedo decir con palabras. Quise quedarme a vivir en ese momento.
Nuestras flaquezas siguen ahí, el trabajo que faltó sigue faltando. La estructura nefasta que sostiene nuestro fútbol continúa manejando los hilos. Los jugadores siguen teniendo las limitaciones de siempre. Pero algo se quebró. Y fue Rojo. Rojo es el culpable de que el sábado que viene entren a jugar once tipos que creen en algo. Eso nos permite seguir creyendo a nosotros.