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Luciana Sousa: “Las influencias siempre aparecen tamizadas por algunos misterios de la escritura”

6 Minutos de lectura

Por Nicolás Adet Larcher.

Luciana Sousa nació en 1986, estudió Comunicación y Letras, trabajó como periodista en varios medios y realizó cursos de narrativa con escritores como Alberto Laiseca, Juan Diego Incardona y Vicente Battista. En 2017, en el Hay Festival fue elegida dentro de lxs mejores 39 escritorxs latinoamericanos menores de 39 años. En Luro, su primera novela, una mujer embarazada trabaja en una estación de servicio ubicada en un pueblo pequeño de La Pampa. Un día, su rutina se altera cuando descubre a un inmigrante africano escondido en el baño que luego desaparece. La búsqueda del africano será una excusa para escaparle a una realidad rutinaria y agobiante.

 

Lo que me llama la atención de la novela es la elección del escenario. Que sea en una estación de servicio y en un lugar un poco difuso, sin la división tajante de ciudad o campo.

La novela la escribí hace un tiempo. En mi cabeza estaba dando vueltas la idea de las fronteras y el tema del campo y la ciudad. Eso me había llamado la atención a partir de la discusión de 2008, ese enfrentamiento de dos instituciones como “la ciudad” y “el campo”. A mi me parecía que no estaban tan definidas como se planteaban en esa discusión. Por otro lado, al escenario de la estación lo elegí por una cuestión personal: yo viajaba mucho por ruta 3 cuando era chica, con mi viejo íbamos a un pueblo al sur de la provincia de Buenos Aires, cerca de Viedma, que se llama San Blas, un pueblo de pescadores sobre la costa. Pasaba por varios pueblos y no llegaba a entrar al pueblo, la única impresión que me quedaba era la de la estación de servicio. Entonces, ahí se me hizo la idea de la vida en un lugar que es una frontera, no termina de ser directamente el pueblo, pero tampoco es en el medio del campo. Son esos lugares donde hay mucha circulación y a la vez está la cuestión de que no pasa nada, como que no son escenarios importantes a primera vista. Me gustaba la idea de pensar que podían pasar muchas más cosas que las que uno se imagina.

También se puede ver una decisión de dejarle al lector muchas cosas sin decir, digo, de plantear una sucesión de hechos que no están del todo desarrollados.

Es el estilo de literatura que me gusta. Siempre digo que uno trata de escribir como le gusta leer y hay autores que en algún momento parece que escatiman información, pero también te inquietan con esto de no tener toda la información. Me acuerdo que cuando le di la novela a mi editor, él estaba muy molesto porque yo en ningún lugar aclaraba quién era el padre del bebé que iba a nacer. Le decía que también me interesa ver qué pasa, digo, uno no va por la calle demandando a las madres solteras que le digan de quién es el padre y estamos acostumbrados a que en los formatos de libros o series se revele mucho más de lo que nosotros exigimos. Entonces, a mi me pareció muy loco, primero que se fijara en una figura ausente como el padre y segundo que estuviera presente esa demanda. La teoría del iceberg de Hemingway tiene que ver con saber mucho del personaje, pero solo mostrar la punta de lo que se ve, una porción muy chiquita en relación a todo el fondo de la historia. Trabajé un poco en esa línea y guiada con lecturas de ese momento, como fue una novela de Mario Levrero que se llama La Ciudad, que me permitió trabajar con el desprendimiento de tanta descripción y explicación, que me parecía que no era necesaria. Sentía que también atentaba contra el ritmo de escritura que iba teniendo la novela, si yo me ponía a engordarla en algunos pasajes se iba a poner densa.

 

«Siempre digo que uno trata de escribir como le gusta leer y hay autores que en algún momento parece que escatiman información, pero también te inquietan con esto de no tener toda la información»

 

 

Mencionaste a Levrero, ¿qué otros autores sientes que son influencias al momento de escribir?

Hay una variedad muy grande. Las influencias no son directas, a mi me gusta Levrero, pero también me gusta Bolaño, me gusta Arlt, Rulfo. También hay autoras que ahora tienen más visibilidad como Sara Gallardo, Josefina Vicens, bueno, Clarice Lispector que tiene un nombre importante. Son lecturas a las que siempre vuelvo y en donde encuentro cosas nuevas en cada visita. No es que yo escriba a la manera de Arlt, pero si lo vuelvo a leer me vuelve a dar cosas que me siguen pareciendo atractivas. Me encanta la literatura norteamericana, siento que tiene mucho que ver con la literatura latinoamericana, sobre todo la literatura del sur, Faulkner tiene una influencia directa. Pero las influencias siempre aparecen tamizadas por ciertos misterios de la escritura que hacen que uno no las piense directamente. A mi me han comentado que hay parecidos con la obra de Selva Almada, una escritora que admiro, pero que no leí tanto como leí a Rulfo o a otros autores latinos. Entonces me llama la atención como se emparenta más con algo contemporáneo que con lecturas de formación o de adolescencia.

¿Qué nos puedes contar sobre la reedición de tu libro?

El libro se publicó originalmente en Editorial Funesiana en 2016 y tuvo una tirada de 70 ejemplares, porque es una editorial de libros hechos a mano que tiene una distribución por correo a todo el país. Eso hizo que no fuera tan accesible. Lo que le dio al libro la nueva edición (publicada por Tusquets) es la distribución que tiene la editorial, al margen de respaldar el libro con su marca, creo que ahora hay una posibilidad de llegar a más lectores de manera más accesible que antes por Funesiana. Si bien llegaba, había que comprarlo por internet. Mientras estuvo en Funesiana, el libro estaba disponible libremente en internet a través de su pdf también. Con eso también tuvo un nicho de lectores que pudo hojear la novela y ponerse al tanto de qué iba. Creo que es complementario, creo que las dos circulaciones de la novela conforman dos públicos distintos. Es otra oportunidad para el libro. En el medio estuvo el reconocimiento del Festival, que fue importante porque me dio un impulso a mi a los tres meses de haber publicado mi primera novela. Eso aceleró los procesos , que suelen ser normales entre escritores, de publicar en una editorial más chica mientras construyen su voz y finalmente ser tentados por las grandes editoriales.

¿Cómo fue tu proceso de escritura en esta novela?

La escribí en el marco de un taller literario. Siempre fui a talleres y me gustó escribir ficción, después por cuestiones de formación estudié comunicación y letras y trabajé por el lado de la comunicación. Hay algo que me gusta mucho, que lo dijo un compañero que es cronista, que es esto de que mientras la no ficción mira para afuera, en la ficción uno mira para adentro. Hay muchísimo más espacio para la creatividad y la libertad, uno no está pensando tanto en el producto final como en ese momento de posibilidades infinitas. Es el juego de la ficción. Creo que la clave es que para mi no fue un episodio traumático el de escribir una novela, yo no sentía que estaba escribiendo una novela, la fui siguiendo. No tengo ese método de estructuras. Simplemente escribí y pensé que en algún momento eso se podía ordenar o modificar, aunque finalmente no fue así, sino que se respetó esa cronología propia. Me parece bueno para pensar a la escritura como un proceso que también puede ser de no mucha conciencia, para no empezar a autoboicotearte. Mientras que en el periodismo pienso que quiero decir en cada párrafo y voy contando caracteres y respetando ciertas “reglas”, tratando de pensar en un montón de consejos; en la literatura no, pienso en total libertad y siento que me funciona ese método.

 

«Hay algo que me gusta mucho, que lo dijo un compañero que es cronista, que es esto de que mientras la no ficción mira para afuera, en la ficción uno mira para adentro. Hay muchísimo más espacio para la creatividad y la libertad, uno no está pensando tanto en el producto final como en ese momento de posibilidades infinitas»

 

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