#Notas

Cuartiadora

4 Minutos de lectura

Por Soria y Obes.

Existe el mito de que la mujer posee una inteligencia extra por la cual al hombre se le hace imposible sospechar los cuernos. Esta fatalidad lleva a los varones a formulaciones jocosas que practican entre sí donde la fidelidad, la tolerancia, y la paternidad, si éste fuera el caso, son puestas en entredicho sin ningún escozor.

«Te ha dejao’ tú señora, bueno, hay un montón de mujeres pa’ elegir. ¡Qué vas a andar cuidándola a ella! Hay montón pa que te juntes. Olvidate de la otra porque ya te ha cuartiao»
Audio de Coo que circuló por WhatsApp

«El pata y lana» es el sucedáneo de estas historias, el que propicia el engaño valiéndose del sigilo y la sorpresa, y de la inteligencia calculadora de la mujer. Cuartiadora es precisamente el nombre de la engañadora, y parece tomarlo de una virtud que modernamente se dice «tiempismo», y consiste en el manejo diestro del tiempo, un conocimiento metafísico de la oportunidad.

Es legítimo pensar que los atributos del «pata y lana» no pertenezcan a él sino en carácter transitivo, por necesidad compositiva, y sean producto en realidad de la mente prestidigitadora de la infiel. Es la mujer, constreñida a la vida doméstica, la que con mente matemática calcula los espacios, relaciona días, ocupaciones, compara itinerarios, la que organiza en definitiva el tiempo de su recreación, de los cuernos.

 

Pata y lana

A no dudarlo: el «pata y lana» puede ser cualquiera de nosotros, sea en su condición de artífice -aunque el plan no le pertenezca, o en condición de víctimas-, nadie muere mocho. La integración del «pata y lana» a los vaivenes de la vida social es un aprendizaje intuitivo de los gajes de la infidelidad. Ser infiel o que lo sean con uno es una probabilidad indeterminada, pero su ocurrencia en un sistema con predominio monogámico necesita amortiguarse por medio del humor. Al estado de latencia sobre algo que difícilmente tendrá pruebas cabales, el imaginario inventa un personaje simbólico que da el perfil.

¿El perfil? En realidad se repara en los pies, en La Pata: éste será el nombre que tomará el personaje. La Pata es el instrumento a través del cual el otro ocupará nuestro lugar. Reducirlo al singular habla a las claras de la importancia que se da a la locomoción, al interés tomado en términos del derecho, como medida de las acciones. Es un rol arriesgado por lo cual no es el mero tránsito, por decidido que sea, a ocupar el relevo. No es la Pata sola, es la Lana también, es una única entidad preservada contra las averiguaciones, la auscultación y las huellas del desliz.

La casuística de las infidelidades es más amplia, pero el detalle de que la pata sea de lana es un hilo ideal, aspiracional, que recorre a toda la gama. En el fondo está la idea romántica del crimen perfecto: solo tenemos un hecho trágico, puede ser simpático y amoroso también, y detrás de esto una plaga de hipótesis que a poco de explorarlas se diluyen. De allí que el humor festeje al Pata y Lana como vencedor, o sea un cuartiador no descubierto, un transgresor sin delito o sin pruebas que lo incriminen. Sin más se festeja una leyenda que cuanto más invocada en los términos de relato interpares, más se deprecia en sus efectos de realidad, en el revuelo crítico que una situación concreta apareja. El juego parecería que consiste en hacer chanzas sobre algo que se desconoce, a resguardo de las reglas tácitas de prudencia que deben guardarse en nombre al honor y otras altezas.

 

Nadie muere mocho

Tiene su patetismo la sabiduría popular. La muerte natural, que a ella se refiere, suele encontrarnos desprovistos de pelos en la cabeza. O si los tenemos en cantidades módicas, nunca en revuelto ni en sortija que es como se da el pelo mocho. Finalmente es la sentencia que pone en pie de igualdad a la sociedad de los varones. A la sociedad de los varones estigmatizados: los engañados, los cuartiados. No hay que exagerar, nos susurra la sabiduría: no hay hombre que al cabo de una vida haya salido indemne de una guampa. Esta cocarda no querida, pero a su vez intrínseca a la condición de macho engañado, es la segunda vuelta de tuerca en el plano de la infidelidad. Si con el «pata y lana» el humor podía rondar el real, que es el abismo del varón por no sentirse predilecto -quedar afuera del abrazo amoroso de la madre, o sentir (presentir) que este gesto ha sido dado a otro de manera más auténtica, efusiva, directa, con el dicho «nadie muere mocho», la grey de los mancebos, de los que alguna vez se sintieron Adán y compartieron la manzana deliciosa, se saben de vuelta de un inexorable: los hicieron mierda.

La pulverización de los narcisismos hermana en un mismo consuelo a los varones. Se saben engañados y ofendidos, pero como la afrenta corresponde a cada mortal con mujer a la par, no hay primera piedra ni autoridad que acredite la falta. Es un consuelo en solfa, incubado en los momentos de repliegue del yo, donde la manada habla a sus anchas de un nosotros, sea por multiplicación o por rebote especular. Se rinden ante una verdad folclórica, pueden tener el pelo ondulado o estar lejos del umbral de muerte, la tradición ha hecho lo suyo: nadie muere mocho. Si alguien intentase ir más lejos, preguntar por la causa de ese destino aciago, aparecerá nítida o punteada la mujer. Será ella el factor de combustión para que nuestros sentimientos o los de nuestros competidores se abracen con ella o se apaguen de ardor. Para que nos almidonen un camino de dicha, que será a su propia alcoba, o nos retiren de apuro, «pateando descalzos». En todo estará la mujer, también en ponernos cuernos, guampas, gorras, adornarnos una cabeza calva con postizos de animales cercanos al diablo. Porque la desigualdad constitutiva en las relaciones sociales, tiene su correlato en la dimensión imaginaria de los sexos, también.

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