Por Juan Leopoldo Ramos.
Todavía se siente el temblor del acontecimiento del último sábado: Cristina Fernández publicó en sus redes sociales un video de casi trece minutos de duración donde acusa las políticas actuales panorámicamente (“la expectativa o la ambición personal tienen que estar subordinadas al interés general”), luego modifica con “un poco de humor feminista” una fórmula del Peronismo inscripta en modo invertido al espíritu de la época y el gobierno actuales (“primero la Patria, después el Movimiento y por último una mujer”) y anuncia la fórmula para la candidatura presidencial en las próximas PASO: “Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la formula que integraremos juntos. Él como candidato a presidente, yo como candidata a vice”.
Podemos hablar de temblor y de acontecimiento porque se trata de una “jugada política” inesperada por varias razones, entre las que podríamos contar: la no candidatura presidencial de Cristina Fernández, a pesar de “lo bien que está midiendo en las encuestas” o la elevada consideración de su “imagen pública”; la candidatura de Alberto Fernández a la presidencia, a la luz de las críticas feroces que él ha venido realizando a CFK, recogida en algunas entrevistas a través de los últimos años, aun a pesar del lugar reconocido por Cristina en la última gran aparición pública a consecuencia de la presentación de su libro “Sinceramente”; la candidatura de Alberto Fernández a la presidencia, tratándose, dicen sus detractores, de un tipo que ha sido funcionario desde Alfonsín hasta aquí de distintas propuestas políticas: Menem, Duhalde, Ruckauf, Cavallo, Kirchner, Massa, Randazzo y ahora Cristina, por lo cual voces peronistas como la de Guillermo Moreno, han salido a criticar con dureza a AF por ser un no peronista peligroso para la causa, y a Cristina por ponerlo allí.
Alberto Fernández por sí mismo ha dicho algunas cosas por Twitter, por televisión y en reuniones del partido, de la que nos llega un audio de Whatsapp que es el motivo del presente comentario y donde nos detendremos. El discurso de Alberto ha rondado el significante de la importancia de la Unidad, por sobre otros significantes que el candidato ha podido enunciar, articulando la propuesta electoral de la agrupación Unidad Ciudadana lanzada por CFK después de terminar su segundo mandato presidencial y cuya plataforma reza de inmediato en su propuesta pública: “El Gobierno de Cambiemos no tiene límites. Por eso el límite lo tenemos que poner todos y todas en las próximas elecciones”.
La cuestión de la Unidad, condición de cualquier gobernabilidad, de la más primitiva a la más contemporánea, es una categoría política deseable y necesaria; sin embargo, cuando es abordada en términos metapsicológicos, es decir psicoanalíticos, no desde cualesquiera de las psicologías o psiquiatrías o neurociencias o filosofías, sino desde el psicoanálisis como praxis sobre la experiencia subjetiva, la Unidad es una categoría áspera, turbia, oscura, más cercana al goce que al deseo, a la muerte que a la vida, a la destrucción que a la construcción. Esto puede sonar a contradicción: ¿cómo que la Unidad puede destruir? Sin embargo es lo que los psicoanalistas solemos hacer: intervenir sobre lo que parece una cosa pero resulta otra.
La Unidad tiende al borramiento de las diferencias bajo la égida homogenizante de un Uno que establece dónde está la zanahoria. Tiende a considerar como ruido eliminable la voz que diside o el pliegue indócil que se corre de la línea punteada definida por ese Uno. Tiene resonancias de ausencia de conflicto, liso, llano, uniforme, perfecto. Significa modos de hacer existir una forma ideal que encarna el Ideal del discurso único, unificante dejando de lado de lo malo, de lo Otro, toda manifestación extraña al Ideal que el Uno inscribe como el horizonte de posibilidades para Ser: que ni se te ocurra ejercer algún tipo de diferenciación porque sos boleta o algo parecido. La Unidad remite en términos de registro fundacional de la vida psíquica a la unidad con la Madre, verdadera zona mortífera para todo ser humano que devenga tal. El psicoanálisis prueba teórica y técnicamente cómo cuando no podemos romper con la Unidad-con-la-Madre, que es el primer Uno –vendrán más, siempre– no hay devenir humano en términos de lo más propiamente humano, que sería la condición de lo Abierto, la posibilidad de la libertad. Hay que romper con la Unidad, hay que diferenciarse, pero sin romper al Otro, sobrellevar la diferencia, sin la locura de la genuflexión ante el Uno homogenizante, sin la locura de separarse para uno volverse ese Uno. Qué difícil, no imposible.
¿Esto implica que la Unidad de Unidad Ciudadana es una propuesta mortífera? No. Las teorías políticas tienen sus propias categorías y el psicoanálisis no se ocupa de lo político directamente, pero sus conceptos han podido ser utilizados para algunas teorías políticas con las modificaciones consideradas necesarias, para no cometer el obstáculo epistemológico de la transpolación teórica. Y dentro de las teorías políticas o de la intelección de las condiciones de posibilidad para el funcionamiento de la democracia como forma de gobierno será fundamental la Unidad. ¿Entonces dónde radica La Amenaza de la Unidad? De lo que se trata es de eludir y disolver determinada forma de significación del significante Unidad.
¿Qué es lo que hay de ominoso en el audio de Whatsapp que está circulando donde Alberto Fernández le habla a compañeros y compañeras del Partido? ¿Qué resulta inquietante de lo que ahí dice?
Se escucha con suma claridad a AF dirigirse a un grupo de compañeros donde en unos minutos enuncia algunas cosas muy interesantes.
“Tenemos la obligación de hacer algo para estar juntos y para generar una opción, es una obligación con la gente”; “Necesitamos un acuerdo básico de qué país queremos”, recuperando la interpelación de la función política del ciudadano actor de la función pública.
“Todos los votos valen uno, sean ilustrados o canallas”, aludiendo al fracaso de la masturbación intelectual ilustrada; al fracaso del Goce-de-la-Inconsecuencia de las izquierdas funcionales a la prolongación del gobierno de Macri o de cualquier poder si lo que se plantea como propuesta de gobierno no tiene efecto crítico para la gobernabilidad y se reduce a pantomimas adolescentes, o sea, de exceso idealizatorio; al fracaso del enojo y la condena a la mayoría que votó a Macri.
“Cómo construimos una fuerza que se vuelva alternativa para 2019”; “Hacer política es construir una fuerza que sea capaz de ofrecer una alternativa” que es ni más ni menos que el pliegue donde lo Otro interroga lo Mismo de lo Uno para separarse, para inscribir una diferencia que, como reza el sitio online de Unidad Ciudadana, “ponga límite” al exceso del Uno del Macrismo. La función de la alternativa sólo es posible por la posibilidad de la libertad que puede interpelar los imperativos, para hacerlos a un lado y recorrer un camino-Otro, más propio, más cercano al deseo (propio).
“Basta de aventuras, a las aventuras ya las jugamos todos… Con Cristina sola (…) con un Kirchnerismo crítico (…) y ninguna resultó”; “la aventura nos deja un Macri en el poder” en donde hay una conciencia y crítica de sí, hacia el partido, hacia los partidos, interpelados por el logrado “divide y vencerás” del Macrismo. Expresión interesante en el discurso de AF en tanto es una vía superadora y a la vez el revés de lo que dirá más adelante y que veremos cómo puede atentar contra una superación.
(Necesitamos un) “…acto de tolerancia e inteligencia: volvamos a juntarnos todos”; “Con nuestro purismo no nos juntamos con el otro y el que sigue es Macri”, de nuevo se activa aquí el componente superador, superador de lo anterior de la propuesta kirchnerista. Se trata de la tolerancia ante la diferencia y la inteligencia para llevar adelante esa diferencia de modos no violentos que atenten contra el lazo social, fundamento y horizonte para que esto no retorne al estado salvaje. Ese purismo es, de nuevo, el triunfo del Uno que baja la línea de qué es lo puro y qué es lo contaminante, donde han hallado su gramática los totalitarismos.
La superación, la Aufhebung, magnífica categoría de G.W.F. Hegel para dar cuenta del eje de este comentario: ¿cómo hacemos para que el pasado no sea un animal grotesco que nos termine devorando?
La superación dialéctica en donde se abraza –jamás abrasa, con “s” nunca, porque las heces y el pasado se llevan mal, o traen el mal– el pasado para re-leer el presente y lanzarse a Otro-futuro es lo que hace temblar las expectativas sobre la fórmula presidencial cuando se consideran las críticas hacia el recorrido político de AF, de un lado y del otro del kirchnerismo, al prestar atención al final de su discurso: “Abrazarnos todos, borrón y cuenta nueva”; “Es difícil olvidar pero hay que olvidar, no queda otra forma, porque hacemos política… No me quiero casar con ninguno, quiero hacer política”; “Hay quienes dicen que hay que hacer autocrítica, por ejemplo, sobre 2015, pero ya nos hicieron todas las críticas, ya pasó. De acá para adelante, demos vuelta la página y empecemos a construir otra historia”.
El “borrón y cuenta nueva” circula en nuestra lengua popular y consideramos que en principio da miedo. Está muy bien abrazarnos, está muy bien reconciliarnos, está muy bien querernos, está muy bien lo nuevo de una cuenta pero si y sólo si lo viejo de ella fue saldado. El diccionario nos dice que “saldar” es “pagar enteramente una cuenta o deuda”: ¿si hay borrón hay pago definitivo de una cuenta o deuda? Nos sale al cruce la propuesta de un referente del FIT en un programa de televisión del fin de semana: “No hay que pagar la deuda externa”. Con la lógica del no pago de una deuda o cuenta hacia el Otro: ¿Qué acontecimientos pueden advenir? ¿Qué consecuencias psíquicas le esperan a quien aspira a eludir un acuerdo o pacto, en el marco de un lazo con otro, rompiendo las reglas del juego y, unilateralmente, enloquecidamente, haciendo su propia ley?
Los psicoanalistas, parafraseando a Lacan, saliendo a unir nuestra subjetividad al horizonte de nuestra época, podemos contribuir al debate, a la disputa por el poder político, por la decisión de cómo gobernar, lo siguiente: las consecuencias de un sujeto que hace borrón y cuenta nueva, o que entiende que la crítica de los otros son suficientes y las autocríticas ya no son entonces necesarias tiene por delante un destino asegurado: la repetición.
¿La repetición de qué? De lo que no fue pagado de una deuda o cuenta con el Otro. La elaboración freudiana sobre aquello de lo que se padece en las neurosis y las psicosis nos entregó esta fórmula escalofriante: lo que no se reconoce como propio vuelve como ajeno. Vuelve. Como ajeno, como del Otro. Pero es propio. Si no puedes asumir tu oscuridad, tu oscuridad no desaparece, al revés: no va a dejar de aparecer, de modos perturbadores y dolorosos, hasta que puedas asumir la parte que te toca en esa oscuridad, elaborar la culpa por el “crimen” cometido, hasta pagar la deuda de la cuenta.
Quizá CFK haya ya testimoniado un acto de este tenor de parte de AF y en el fuero privado o bilateral o partidario se produjo algo que no trascendió a la esfera pública. Quizá AF ha podido ya elaborar la serie de diferencias que ha tenido hacia CFK, no hacia la persona de CFK, que sepamos, hacia sus políticas, que ahora él encabeza en un nuevo proyecto y que su no “casarse” pone en duda.
Esto no significa que no se pueda discrepar con CFK. No estamos hablando de eso. Estamos preguntándonos por qué actos psíquicos podría realizar, si triunfa electoralmente, el futuro presidente según haya hecho con sus diferencias ora un oscuro borrón y cuenta nueva, ora una formidable Aufhebung, una elaboración subjetivante de lo que dijo y lo que no para hacer de la propuesta un proceso con articulación consecuente, deseante, entre lo que diga y lo que haga. Teniendo en cuenta que se quiere superar a Macri, quien justamente no pudo conectar sus dichos con sus actos porque en su plataforma electoral no hablaba como un neoliberal, siendo uno y, finalmente desde la Rosada, actuando como uno.
Tyrion Lannister, el estadista, el pensante, el que “bebe y sabe cosas”, el que entendió, después de mucho ver pasar reyes por el trono, que la Unidad como unificación arbitraria, unilateral, en una palabra, violenta, nunca termina bien, que de lo que se trata es de la Unidad como acuerdo que reconoce las diferencias y, en lugar de borrarlas, de anularlas como si no hubieran existido y no existieran, hay que alojarlas, ponerlas sobre la mesa, para darles importancia y lugar, para pagar lo debido y respetar lo acordado. Tyrion, el que logra entender que el pasado si es pisoteado sólo puede ser repetido, advierte: “Quién mejor para guiar al futuro, que quien conoce el pasado”.