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Fuimos todas: cómo se vivió el 8M en la Ciudad de México

7 Minutos de lectura

Nadie puede negar que América Latina va a ser toda feminista, todo el mundo se está dando cuenta que no estamos jugando, hablamos muy en serio. Estamos despertando y no hay vuelta atrás. México no va a ser la excepción, pero este sí que es un camino muy largo para recorrer.

Por Valentina Manfredi.

En los últimos cuatro años, mientras gobernaba Enrique Peña Nieto (PRI: Partido Revolucionario Institucional) y, desde el 1 de Diciembre de 2018 bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, mejor conocido como AMLO (Morena), se incrementaron los feminicidios un 111%. Según Frida Guerrero, activista mexicana, que lleva el conteo de víctimas de violencia machista, hasta mediados de febrero del 2020, 265 mujeres fueron asesinadas; 20 eran niñas menores de 14 años. Números grotescos, incluso en relación con la cantidad de habitantes en este país: 129.2 millones (hasta 2017). Y para sorpresa de pocos, las mujeres seguimos siendo mayoría también aquí: el 51.1% de la población la conformamos nosotras (INEGI).

Sin embargo, sigue siendo insuficiente para establecer una real voluntad política de cambiar nuestra realidad. Las violencias se potencian con nosotras sin importar edades o clases sociales. Un ejemplo de los muchos: 32 niñas de 10 a 14 años, al día, se conviertan en madres como consecuencia de un abuso sexual (SIPINNA). Por año, son 11 mil niñas y/o adolescentes las obligadas a vivir un embarazo producto de una violación. Todo en este país es macro, incluido el tamaño de nuestra indignación y rabia por esta falta de derechos.

Ser mayoría no siempre nos deja las de ganar

En México no se habla de femicidio, sino de feminicidio. Siempre se trata del asesinato de mujeres por razones de odio de género, pero al feminicidio se le suma la negligencia o situación de inactividad por parte de los gobiernos para evitar esas muertes. Es decir, que el Estado conoce de la vulnerabilidad en la que viven las mujeres y decide no tomar medidas. 

AMLO, el actual presidente, es conocido por intentar achicar la brecha que existe entre ricos y pobres. No esperó que vengamos nosotras a despertar a les dormides y exigir que la brecha también se achique entre las mujeres y nuestros derechos. Pero entre tanta desdicha, este 2020 parece ser un año un poco más esperanzador, un año transformador para feministas que luchan y ponen el cuerpo en sus espacios para que esa brecha no exista más. Un 2020 bisagra para México.

Y esa esperanza se nota: el feminismo tomó la agenda de México por 3 días; el 7, 8 y 9 marzo sólo se hablaba de esto.

Marcha 8M en la Ciudad de México

El sábado 7, el gobierno organizó y convocó a un Festival que se llamó «Tiempo de mujeres» en el Zócalo de la Ciudad de México; 2 conductoras conocidas en el mundillo como activistas, 3 artistas feministas, Sara Curruchich, Ana Tijoux y Mon Laferte que cuando les tocó su turno subieron al escenario a dar un discurso con palabras seguras y decididas para que todo el público que escuchara tomara noción del peligro que corremos. Las intenciones eran claras, había que concientizar y sensibilizar, pero el público no estaba del todo enterado. Muches estaba aprovechando un evento gratuito y sólo querían escuchar a Mon Laferte cantar sus canciones más tristes y desangrantes. Pero para quienes estábamos un poco más presentes en los discursos, y habíamos asistido también por la causam, podíamos escuchar las exigencias al Estado para disminuir la cantidad de mujeres asesinadas. Ana Tijoux gritó: «¡Qué no se hagan festivales para que se haga justicia!»

La selección de canciones, para nada casual, de las artistas también fue sorpresa en la tarde-noche. Mon Laferte abrió el show cantando un tema de Violeta Parra para hacerle honor a este país, y seguido de eso subieron al escenario un grupo de mujeres coristas que pertenecen al Coro «El Palomar», todas con pañuelo verde atado y así cantaron «Vivir sin miedo», un reclamo al Estado por las mujeres asesinadas y cómo sobrevivimos a eso estando juntas y organizadas. Se retorcía algo por dentro y caían lágrimas de, seguramente, impotencia. Mon Laferte, no fue la excepción a esas lágrimas.

El show siguió para cantar «La trenza», que habla de la importancia de las palabras de su abuela. «Pa’ Dónde Se Fue», cuenta de la ausencia de paternidad. «Canción de mierda» que habla un poco sobre cómo nos sentimos mientras estamos menstruando, y «No te fumes mi marihuana», pidiendo también por la legalización. Ahora hay una continuidad entre las acciones, el discurso y sus letras: gracias feminismo.

La masividad y la reacción a la falta de acción fue lo que se concentró el 8 de marzo en el Monumento a la Revolución, el punto de concentración para la marcha del domingo. Un diario de izquierda escribió que alrededor 100.000 personas estuvieron presentes en la marcha, entre mujeres, disidencias y también, por supuesto, hombres considerados aliados que no pudieron quedarse en casa. Pero todes sentimos que en esa marcha había mucha más gente, incluso que empezaba desde antes. El metro (subte) era una avalancha de mujeres donde se hacía casi imposible moverse, pero todas estábamos entusiasmadas y, aunque quizás algunos no puedan creerlo, nadie acosó a nadie en ese transporte público. Al contrario, en los vagones se empezaba a encontrar fotos de «Se busca acosador», que incluían la fotografía del sujeto denunciado.

«En el concierto de Roger Waters se supone que había 200.000 personas en el Zócalo, y sólo ocupábamos esa zona, imagínate ahora que estamos a unas cuantas cuadras y no podemos llegar por la cantidad de gente» se escuchó por detrás de donde estábamos. Decir un número es arriesgado, pero éramos muchísimas. Estudiantes, madres de desaparecidxs, profesoras, militantes, abuelas, madres, mujeres comprometidas con la causa. Una manada que vestía de color violeta que  se mezclaba con los jacarandas florecidos y nos dejaban una postal para recordar que sí, que este podría ser el camino de una revolución.

El recorrido de la marcha parecía  fácil, incluso corto, pero no fue así, no todxs pudieron llegar al punto final que era el Zócalo, donde estaban pintados los nombres de víctimas de femicidio de los últimos años. El orden de las columnas no existía, de todas las calles salían nuevos contingentes que se querían sumar a la calle principal donde marchábamos muy lentamente, pero la desorganización no fue un límite; todxs queríamos seguir caminando y cantando hasta el final:

«No somos una, no somos 100, pinche gobierno, ¡Cuéntanos bien!», coreábamos mientras la marea violeta crecía.

Pero no todo fueron canciones y carteles exigiendo que nos dejen de matar. También cantábamos, «somos malas, podemos ser peores», y si lo fuimos. Porque las mujeres méxicanas están hartas. Motivos, muchos. El principal: 10 feminicidios por día.

Uno de los motivos por los que no todxs llegaron al Zócalo, fue porque un gran número de personas, me animo a decir compañeras, que marchaban, estaban encapuchadas y vestidas de negro: las que se encargaron de dejar los mensajes que quedarán grabados un buen tiempo sobre esas paredes. Pero como respuesta la policía tiró humo, y en ocasiones también gas, para alejarlas. 

Hubo reclamos sobre algunos monumentos fuera del Palacio de Bellas Artes y, aunque muchos opinólogos nos defenestraron por tal cosa, el propio autor de la obra festejó que se lo hiciera e incluso pidió que se quedara así. La conciencia colectiva está creciendo en todos lados, quizás en algunos lados más lento, pero es inevitable: las paredes se limpian, nosotras no volvemos.

El fuego que se hizo con mantas y carteles con muchos cantos alrededor también fue protagonista como el buen aquelarre que somos. «¡Fuimos todas!» gritábamos, todas éramos culpables de eso. De la rabia que sentíamos éramos culpables. Gritábamos para liberarnos, y exigir mayores esfuerzos ante la impunidad que existe frente la violencia sobre nuestros cuerpos, frente la falta de respuestas que deja como única consecuencia que este movimiento crezca. Además de las asesinadas. 

El 8M en la Ciudad de México

La decisión política de que haya paridad en el Congreso, en el Gabinete Federal, de que la Secretaría de Gobierno esté a cargo de una mujer feminista como Olga Sánchez Cordero nos deja indicios de que estamos en marcha, pero todavía no es suficiente. El poder sigue concentrado en los hombres, son ellos los que presiden las Cámaras o tienen la última palabra. Porque no existe un análisis real de parte de los legisladores o partidos políticos de nuestras exigencias. Las ironías abundan: el PAN, un partido de derecha, y el ex presidente Felipe Calderón fueron los primeros en sumarse al Paro Internacional de Mujeres convocado para el 9 de marzo. Los siguió la Iglesia Católica. 

Ese lunes 9 se sintió la diferencia en las calles, «Un día sin nosotras» fue el lema del paro. Se estima que la adhesión de las mujeres al paro fue del 70% y que tuvo un impacto económico de 30 millones de pesos (CONCANACO). Muchas de las grandes empresas e instituciones se sumaron: Televisa, Sony Music, Grupos de Medios de comunicación, Escuelas, Universidades nacionales y privadas de todo el país, algunos para no ser señalados y otres porque creen que sin nosotras el mundo no sería el mismo. Las mujeres somos la parte más fuerte de los sectores productivos, pero también es real que muchísimas de las mujeres que tienen un trabajo informal no pueden ni siquiera considerar en que exista la posibilidad de ese paro. No existe un sueldo asegurado para ellas, y todes tenemos que sobrevivir.

La indignación generalizada tiene que motivar a quienes tienen el poder a igualarnos en condiciones, y no sólo de trabajo, sino de una vida digna. Porque mientras todo esto sucedía, 21 mujeres fueron asesinadas sólo ese fin de semana por culpa de la violencia machista.

Convocatoria: Mujeres produciendo y publicando

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