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Que los cítricos no sean premonitorios. Impresiones, preguntas y acusaciones después de la lectura de Un verdor terrible.

7 Minutos de lectura

Por Ju Donzelli.

Mientras espero mi turno para vacunarme con la rusa tengo en la mochila Un verdor terrible (Anagrama. 2021) de Benjamín Labatut. En una escena digna de cuento, gendarmes vestidos de oliva están frente a una hilera de computadoras, unas chicas con máscara y barbijo nos hacen pasar a la sala de convenciones del Sheraton, nosotrxs nos movemos en fila como cadetes de un regimiento. Abro el libro y, ante los ojos de Fritz Haber, el químico y militar alemán, un grupo de soldados ve asomarse una neblina, y caen desvanecidos y asfixiados ante el gas cloro, en el que es considerado el primer episodio de guerra química de la historia. 

Recientemente, Benjamín Labatut quedó finalista en el Booker, junto con nuestra querida Mariana Enríquez. Nacido en los Países Bajos en 1980, se radicó en Chile en la adolescencia. Un verdor terrible reúne cuatro cuentos y un epílogo. Y aunque podría conducir a un equívoco, un gran término para nombrar lo que hace en este libro es ciencia ficción. 

¿Habla del futuro? 

Pf. “Quién necesita a estas alturas ponerse a inventar catástrofes”, parece decir el escritor. 

Y el pangolín que hicieron sopa le da la razón. 

Si me pongo esquemáticx, el libro trata sobre matemáticos, químicos, físicos y algunos de los descubrimientos científicos en el siglo XX. Fue un siglo complejo. Pregúntenle si no al fantasma de Fritz Haber, uno de los tantos personajes del primer relato del libro, “Azul de Prusia” (sin duda, mi favorito). Según el cuento, después del ataque con gas cloro a Ypres, Clara, la mujer de Haber:

Lo acusó de haber pervertido la ciencia al crear un método para exterminar humanos a escala industrial, pero él la ignoró por completo. Para él, la guerra era la guerra, y la muerte era la muerte, fuera cual fuera el medio de inflingirla (2021: 32). 

En una ironía trágica de la que Sófocles estaría orgulloso, las mismas palabras y acciones de Fritz Haber lo condenan. Es él quien prepara el Zyklon, un pesticida que se usó para despulgar barcos y controlar plagas. Tiempo después, el ejército alemán usaría una variación del mismo pesticida, el Zyclon B, para exterminar judíos en los campos de concentración nazis. Y si bien Haber era cristiano y había participado en el ministerio de guerra alemán, su ascendencia era judía… Saquemos nuestras propias conclusiones. 

El primer relato del libro es increíble. El protagonista de esa historia no es Haber, sino, el azul de prusia. El hilo conductor de esta catarata de información, hechos y personas es el primer pigmento sintético, la pre-evolución del cianuro y el Zyclon: 

El azul que adornaría no solo el cielo de La noche estrellada, de Van Gogh y las aguas de La gran ola de Kanagua, de Hokusai, sino también los uniformes de la infantería del ejército prusiano, como si hubiera algo en la estructura química del color que invocara la violencia, una sombra, una mácula esencial heredada de los experimentos del alquimista, quien despedazó animales vivos y ensambló sus partes en horribles quimeras (2021: 23). 

¿No es hermosa y terrible la composición de Labatut? Indaga, vuelve en el tiempo hacia los alquimistas, avanza de nuevo y arma un montaje documental para mostrar a lx lectorx que en el origen mismo del color está la mácula esencial (¡cuán griego, cuán trágico!), el preludio del horror. 

El tópico literario, disfrazado de rigor, no es otro que la dupla azar/destino. * 

¿Existe la ciencia ficción que no indaga futuros sino pasados terribles? ¿Que se preocupa por el impacto personal y no social de los descubrimientos científicos?

Eso, ¿es simplemente ficción? ¿Ficción documental? ¿Biografía? ¿Todavía se usan las preguntas retóricas para tener la atención de lx lectorx? 

Los cuentos, sobre todo los últimos tres, tematizan a los hombres de ciencia ante el límite que los excede. Sus propios descubrimientos enfrentan a los personajes (los históricos y sus dobles ficcionales) a lo que Kant llama lo sublime: algo tan violento para la imaginación que desborda nuestros esquemas de representación, abismándonos al terror. 

No en vano, esos acontecimientos marcaron puntos de giro en la ciencia y en nuestra cosmovisión: “La singularidad de Schwarzschild” habla de las consecuencias de la teoría de la relatividad y el descubrimiento de los agujeros negros; “El corazón del corazón”, de los esquemas matemáticos y la obsesión Grothendieck; “Cuando dejamos de entender el mundo”, de Heisenberg, Bohr, Schrödinger, y toda esa riña cholula sobre las partículas elementales y la mecánica cuántica (esa que le hace decir a un Einstein furibundo que Dios no juega a los dados con el universo). 

Tras vacunarme, afiebradx y con todos los síntomas de co-vid, voy a dormir con mi novia. En la cama me pregunta cómo siguió el libro. Me resisto a contestarle porque me da vergüenza emocionarme con la literatura. 

En ese momento estoy con el cuento de Schwarzschild, el segundo en mi podio. Me siento unx locx mirando el techo y hablando de agujeros negros, trincheras y las llagas en la boca del personaje. Le digo: “imaginate que uno se angustia pensando en la eternidad, en lo infinito, bla bla. Este tipo está peor, él realmente entiende en qué medida todo pierde importancia: su infinito, su desborde es más terrible porque tiene herramientas para dimensionarlo. Ese tipo solamente se puede sentir solo”. 

Schwarzschild trata de estar errado, quiere que sus cálculos (que resuelve literalmente en-medio-de-la-guerra) no conduzcan a la singularidad que se imagina: Dentro del agujero que sus métricas predecían, los parámetros fundamentales del universo intercambiaban sus propiedades: el espacio fluía como el tiempo, el tiempo se extendía como el espacio. (…) Dedujo que si un hipotético viajero fuera capaz de sobrevivir a un viaje al interior de esa zona rarificada, recibiría

luz e información del futuro, permitiéndole ver eventos que aún no habrían sucedido. Si pudiese alcanzar el centro del abismo sin ser despedazado por la gravedad, distinguiría dos imágenes superpuestas, proyectada simultáneamente en un pequeño círculo sobre su cabeza, como las que uno ve al utilizar un calidoscopio: en una percibiría toda la evolución futura del universo a una velocidad inconcebible, en la otra, el pasado congelado en un instante (2021: 63). 

¡Qué pesadilla! ¿Te imaginas ser la fucking primera cabeza en el mundo que comprende que hay un punto del universo donde el tiempo y el espacio, (¿qué?, ¿cómo se dice?) confluyen? ¿Te imaginas ser la primera, la única persona en saberlo-saberlo, en entenderlo como nadie lo entiende

De esa tragedia íntima que es saber (y no) habla Un verdor terrible. 

Elijo la palabra “cuentos” aunque parece una falta de respeto a los procedimientos de escritura de Labatut. En una entrevista dice: 

Escribo en base a la investigación, así que mis primeros borradores son 100% no-ficción. Luego voy introduciendo ficción, poco a poco, según la historia que quiero contar, para tratar de alcanzar una verdad más profunda que la que muestran los hechos desnudos (2020. Labatut en Retamal). 

Wow, genial. Toda una ética de la escritura… 

Pero me jode que también lo haya explicitado en los reconocimientos del libro: “Esta es una obra de ficción basada en hechos reales. La cantidad de ficción aumenta a lo largo del libro” (2021: 213). No conforme con esa declaración, hace una lista de los textos de los que ha extraído los hechos y referencias biográficas. 

Si Labatut leyera esto, le preguntaría: ¿Era necesario Labatut et al? ¿Tenías que sacarle brillo a las fuentes? ¿Tenías que romper el encanto, mostrar el procedimiento? ¿No habría sido hermoso, fantástico, tener a tus lectorxs dos meses chequeando papers y comprobando por su cuenta la exactitud de las fechas? 

Eso sí. Una pequeña parte de mí acepta la lista por amor a las escenas metaliterarias: hace que lo imagine enfrascado frente a los libros o la notebook, criando hongos bajo las axilas mientras lee fuentes y estudia ecuaciones que probablemente no entiende, con el mismo ímpetu que Grothendieck. 

Lo que une al escritor y al científico es la obsesión.

La primera edición del libro fue en abril de 2020. Se puede inferir que lo terminó de escribir unos meses antes de la pandemia, el caos y la destrucción. El último relato del libro es un epílogo que podría encajar en lo que llamamos autoficción. Un Benjamín Labatut ficticio (si es que hay uno real) pasea con su hija y se encuentra con un jardinero sospechosamente versado en matemática, un filósofo-ciruja. El jardinero le habla de la última cosecha de los limoneros: En su primavera final, sus flores brotan y florecen en enormes racimos y llenan el aire con un dulzor tan fragante que te hace picar la garganta y las narices a dos cuadras de distancia; sus frutos maduran todos a la vez, ramas completas se quiebran bajo su peso, y luego de un par de semanas el suelo a su alrededor está cubierto de limones podridos. Es extraño (…) ver tanta exuberancia antes de la muerte. (2021: 212) 

Justo después de que habláramos sobre las vacunas y las zonas rojas, le leo esos párrafos a mi vieja, con quien a veces compartimos impresiones, literarias o conspiranoicas. Le pregunto, un poco en broma y un poco en serio si cree que la humanidad está en un estadio final, como los cítricos que cuenta el jardinero. 

Ella dice algo del exceso de los limones y de la superpoblación humana, y se ríe. Yo también me río. 

Total, es solo literatura. ¿No? 

Referencias

Labatut, Benjamín. (2021). Un verdor terrible. Anagrama. 

Retamal, Pablo. (27 de octubre de 2020). Benjamín Labatut, autor de Un verdor terrible: “El sufrimiento es una cuestión de sensibilidad y conciencia”. Club la tercera. https://www.latercera.com/culto/2020/10/27/benjamin-labatut-autor-de-un-verdor-terri ble-el-sufrimiento-es-una-cuestion-de-sensibilidad-y-conciencia/

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