Por Nicolás Adet Larcher
¿Cuánto de los libros que leemos se pierden en nuestro interior?, era una pregunta que se hacía Juan Forn. Concretamente decía “hay una cosa que tenemos, una cosa semi muerta en nuestro interior y es que cada vez que terminamos de leer un libro, que es cuando estamos completamente copados por ese libro, casi nunca tenemos un interlocutor con quien compartirlo”. Ninguna palabra posible llega a representar tan desgarradoramente ese sentimiento.
El desafío de las reseñas de libros está en hablarle a un público que, por lo general, no ha leído el libro que uno está reseñando. Entonces, en ese acto mismo de transmitir las sensaciones de la lectura, lo leído se convierte en invitación y lo muerto que describe Forn deja de ser intangible. Hay algo visceral que se pone sobre la mesa y que corre el afortunado riesgo de convertirse en algo vivo. No hacen falta palabras exuberantes, o que se pretendan como tales. Hace falta haber sentido el latido del texto, su ritmo, su música.
Edunse (la editorial de la Universidad Nacional de Santiago del Estero) publicó hace unos meses Cusifai, una novela de Diego Ignacio Albarracín, un artista performático. Creo que no hace falta más presentación para hablar de la obra de Diego. Andrea Ostrov escribe en la contratapa del libro que estamos ante una novela “disruptiva y de gran originalidad”. Otro fragmento también rescata la utilización del lenguaje y define a su escritura como “cyber-barroca”. Destaco esto porque me parece acertado, porque hay un placer estético que burbujea constantemente en el libro y está en sus juegos de palabras simples u ornamentadas, su narrativa desencajada y meta, sus articulaciones oníricas para desfragmentar las escenas.
Diego construye una voz inmaterial, sin cuerpo. Una voz que sobrevuela la ciudad como en Enter the Void de Gaspar Noé. Una voz que linkea escenas de películas con canciones de Jamiroquai, con ángeles de algodón, textos de Ricardo Rojas, Walt Whitman, la lucha irrenunciable de volver vintage “este horrible mundo de High Definition”, conversaciones entre mates, lluvias artificiales con suciedad punk, música electrónica, una voz que es capaz de volverse ácida, “se nota la alegría en el ambiente, estamos todos de moda”, como también puede decir “por la mañana, buscaba tu primera mirada que cortaba mi noche insomne esperando a que me sacaras del color sol de tus ojos marrones”.
Cusifai es un libro que se corre de la linealidad de una narrativa. Es un texto que nos lleva de un lugar a otro sin una secuencialidad clara. Es un hipertexto. Es una novela hecha de retazos, escenas cotidianas, conversaciones, sueños, poemas. Son ventanas que se abren, mensajes que llegan, notificaciones de algo que pasa mientras suena música de fondo. La revolución necesita una estructura pop, decía Vicente Luy. Hay una óptica fragmentada, como la realidad misma. He dicho que hay una voz inmaterial y esa voz recorre un mundo rasgado, disperso, palpable, virtual, contradictorio. Cuando estoy tirado en el sillón leyendo este libro y veo un fragmento que dice que los edificios bailan al ritmo de Black Swan de Thom Yorke y las nubes llueven margaritas que cambiaban de color, inmediatamente tengo que agarrar mi teléfono. No como distracción, no tomo el teléfono para quedarme atrapado en una red social, lo tomo para buscar la canción que acabo de leer. Porque me gusta el artista, porque lo escucho cuando dice “has hecho todo lo posible por complacer a todos/pero no está sucediendo” y porque entiendo el código de los bombos que retumban en el viento y en su cielo gris. Lo que hago es completar la obra desde afuera, desde el lugar que la nutre ya sea sintiéndome parte o queriendo serlo. Descubriendo algo que no conocía y volviendo al sonido familiar. Entiendo que hay musicalidad en ese texto no solo porque se habla de una canción, sino porque es esa canción la que describe una sensación que acompaña a lo escrito y que me acompaña a mí, como lector. Las mejores obras artísticas son las que hablan de otras obras, directamente o indirectamente. Ese mantra de primero lector y después escritor. Alguien que da cuenta de sus obsesiones e invita a la fascinación y el descubrimiento. A la complicidad, también.
«Es una novela hecha de retazos, escenas cotidianas, conversaciones, sueños, poemas. Son ventanas que se abren, mensajes que llegan, notificaciones de algo que pasa mientras suena música de fondo. La revolución necesita una estructura pop, decía Vicente Luy.»
Edunse nos tiene acostumbrados a libros con mucha sobriedad y cuidado. Hay un trabajo meticuloso en todos los procesos que acompañan a lxs autores, desde el manuscrito hasta la publicación de la obra. Hace rato que desde la editorial se mueven textos que abren muchas pestañas para profundizar en temas históricos de nuestra provincia y otros libros que continúan conversaciones propias de la escena literaria local.
En el caso de Cusifai, hay una apuesta por algo distinto al resto del catálogo, algo más experimental que arriesga y que funciona.