#Edición1

Ser «lengua dura» en la escuela

9 Minutos de lectura

Por Héctor Andreani.

   Supongamos que estas “situaciones” nunca te hayan ocurrido, o unita al menos. Si nunca te sucedieron, sos una santiagueña/o que resolvió muy bien los problemas de las lenguas con las que vivió en la niñez o la adolescencia. Te propongo que imagines algunas situaciones. Algunas han sucedido durante muchas décadas del siglo XX, otras siguen sucediendo sin jamás haberse detenido. Varias de las situaciones están referidas a una lengua que muchos no conocen, pero muchos otros la hablan sin decirlo. No quise escribir 10 situaciones, porque el 13 me trae suerte:

 

1) Situación cotidiana: tus padres quichuistas te excluyen de sus charlas porque no quieren que aprendas quichua. Vos escuchas a escondidas, detrás de la puerta, y terminas aprendiendo tu “quichua” por exclusión. Imaginate eso de saber tu lengua, aprendida “medio a escondidas”. Ahora bien, trasladá esa forma de conocer el mundo a otras situaciones cuando seas adolescente o ya adulto, siempre en silencio, con miedo de preguntar.

 

2) Supongamos que te has criado con tus abuelos, porque tu padre es trabajador golondrina y tu madre es empleada doméstica en Santiago Capital. Como tus abuelos son muy quichuistas, te hablan a vos en quichua. Te dicen que no aprendas quichua porque serás “lengua dura” en la escuela. Increíblemente, te putearán en quichua cuando hayas hecho macanas a la hora de la siesta.

 

3) La maestra escucha que, cuando vos dices “muy linda había sío ¿qué no?”, ella te contesta: “No se dice ¿qué no?; se dice ¿no es cierto?”. La maestra fue formada en la idea de Argentina habla una sola lengua y comparte una sola cultura, sin saber que hay 12 lenguas indígenas habladas en el país, y Santiago es un conglomerado complejo de árabes, negros, indígenas, españoles, judíos, etc., todos rotulados bajo el adjetivo “santiagueño”. Encima, “¿qué no?” es un calco que proviene de una lengua que la maestra desconoce. Pero el otro problema, es seguir “cargando” la pesada mochila de la maestra con más tareas y capacitaciones impuestas, dentro de un contexto de caída generalizada del salario. La diversificación de tareas, entonces, se torna necesaria: llega el momento de contar con un maestro formado en bilingüismo. ¿Los hay? Muy pocos. Entonces, hay que comenzar a demandar que en las escuelas haya docentes y técnicos formados en educación intercultural bilingüe.

 

4) En el colegio rural donde cursaste el secundario, los compañeros del pueblo se burlan de vos porque sos del campo adentro. A veces pasa. Pero a veces pasa muy seguido. Si bien tus compañeros hablan “en santiagueño” igual que vos, hacen notar al docente que dijiste “se muido a flechiá al río”, en vez de decir “nos hemos ido a pescar al río”. Claro que ahora todos te verán “medio raro”, como si tuvieras “problemas de aprendizaje”. Por supuesto que tus compañeros también hablan exactamente del mismo modo. En realidad, ninguno tenía “problemas de aprendizaje”, sino determinados prejuicios que afectan al aprendizaje cotidiano. Los prejuicios sobre cómo habla una persona son los más complicados, porque creemos que las personas hablan del mismo modo que piensan. Eso a veces, en el sistema educativo, se convierte en prejuicio: si alguien habla o escribe “mal”, sus capacidades intelectuales quedan “marcadas” a fuego con el estigma, irremediablemente. Soy egresado de un profesorado en lengua castellana: puedo dar cuenta del régimen disciplinario al que estuve sumido 4 años al pedo. Porque el verdadero lenguaje que se debía aprender científicamente, nunca fue enseñado con perspectiva científica. Ciencia, no es lo mismo que el manual de gramática, que en este contexto es algo así como una biblia (¿nunca les pareció eso cuando fueron estudiantes?).

 

5) Si ese mismo docente nació en algún pueblo santiagueño entre el Dulce y el Salado, capaz que hable quichua o al menos entienda. Pero, como ahora trabaja de “docente”, tiene que enseñar (está convencido de) que en Argentina se habla (solamente) castellano. Aunque te parezca mentira, es un prejuicio muy frecuente. Para determinados trabajos, no importa en qué lenguas hables. Basta con que hables la lengua del patrón, que es el Estado. En este caso, la lengua del Estado. Dicho de otra forma: la modernización estatal jamás habría podido imponerse sin una lengua que lo simbolizara. Esto, muchas veces, suele ser el ABC de algo llamado sociolingüística.

 

6) Al docente le gustaría que hagas una lectura “correcta”, con la voz en alto. Tal vez vos te avergüenzas por leer medio lentito, no entiendes lo que significa “almácigo”, “almena” o “bifurcación”. A eso de leer con la “voz en alto” le llamaremos modalidad literaria de lectura. Es una forma exitosa de hacerte odiar la lectura: sucede cuando te piden que leas “en voz alta”, cuando en realidad a vos te gusta leer bajito. Y resulta que a muchos compañeros tuyos les gusta leer bajito, en grupo. Hay muchos libros en la biblioteca de la escuela, pero ni sabes qué libros hay porque nunca te llevan a verlos. Hay otros libros en la biblioteca: Blancanieves, dragones, Kafka, García Márquez, English Together I, Geografía de Aique, etc. Aunque son libros necesarios, no tienen relación con tu vida, tus saberes de la casa, tus alegrías y penas, tu forma de ver el mundo, tus lenguas. No hay libros que hablen de vos, eso quiero decir. El problema es el equilibrio “bibliográfico”, que jamás habrá. Necesitamos materiales sobre la experiencia próxima del alumno, para pasar a materiales que desarrollen otras experiencias cognitivas superiores (esto es de manual). Muchas veces, esa experiencia próxima está configurada en una lengua que no es la lengua “que se enseña”. Obviamente no voy a negar a un adolescente el deleite de leer “El encuentro”, tremendo cuento de Borges. Pero editar y publicar libros que hablen de vos o de tu comunidad (además de costar bastante) no son redituables en tantas provincias periféricas donde vivimos, porque el mercado editorial sigue siendo muy poco desarrollado. Es la hora, entonces, de ir generando los propios materiales didácticos en las lenguas que falten (o en las dos). No solo libritos de adivinanzas o coplas, sino materiales que amplíen los horizontes discursivos de la lengua que está faltando.

  Otra tarea que solamente un maestro formado en bilingüismo podría realizar. Y que, repito, casi no los hay. Se los necesita.

 

7) Capazmente que naciste quichuista y en primer grado te quieren enseñar a leer en castellano “correctamente”. Te propongo que pienses esta situación: imagina que hablas castellano, tu primera maestra (inglesa) te obliga a que leas bien en inglés porque el sistema educativo (en inglés) así lo impone por ley. ¿No te parece que no podrás leer “bien”, no podrás escribir “bien”, no podrás interpretar “bien” un problema matemático en inglés, no sabrás hablar “bien” el inglés, si no aprendiste a escribir primero en tu lengua castellana que aprendiste en la casa? Ahora bien, trasladá esa situación a cientos de miles de santiagueños con “problemas de aprendizaje”. Digo “cientos de miles”, en relación a todos los chicos que pasaron la primaria en el siglo XX. Nadie tiene la culpa de hablar como habla, menos los abuelos, menos tu mami, menos vos. Algún día, el Estado tiene que hacerse responsable de las lenguas que vos hables. Es un derecho, no un capricho.

 

8) Aunque tus maestros y profesores te enseñaban gramática y sintaxis (sustantivo, adjetivo, sujeto, predicado, etc.) creyendo que así ibas a aprender a leer y escribir “mejor”, en realidad ellos mismos nunca tuvieron en claro por qué enseñaban gramática y sintaxis. Preguntales por qué enseñan eso, y te dirán cualquier cosa sin justificación. Enseñamos esas cosas por inercia, como quien empuja una pelotita que va y va, sin que nadie la pare. En realidad, la escritura se hace “amuchándose” con tus compañeros discutiendo, poniendo en papel nuestros sentimientos, debates, ideas y pensamientos; no analizando sujetos y predicados. Siempre en grupo, peleando un rato. Nadie aprende a escribir copiando del pizarrón. Eso es copiar. Escribir significa escribir seguro de lo que escribes. Otra vez el tema de la balanza, que nunca se equilibra: un poco de pizarrón está bien, pero otro poco de escritura en taller de escritura, hace falta.

 

9) Nunca te enseñaron a tomar nota de todo lo que se hable en el aula. ¿Cuántas veces copiabas del pizarrón, escribiste al dictado, y resumiste de un libro algo que nunca entendiste cómo resumir? Por ejemplo, muchísimos profesores jamás usaron un “método de estudio”, pero te lo enseñan sacando información de un libro sobre “método de estudio” (eso es enseñar lo que no se experimenta; es como enseñar a hacer tortilla sin saber amasar). Tomar nota de la experiencia es registrar tu vida como persona que piensa las cosas. ¿Por qué los estudiantes del secundario, de los profesorados y la universidad, no saben registrar en papel, tomar nota de la realidad, escribir cosas que les pasan? Imaginemos el potencial de esta estrategia cuando hay que exponer, defender y debatir ideas. Qué lindo que es aprender a tomar notas, cuando don Braulio te está contando cómo lo espantó el almamula, mientras él trabajaba como hachero durante cuatro meses, con sus días y sus noches, sin mirar otro rostro que el propio.

 

10) Comparemos un poquito:

     ¿Qué cosas hacen en la clase de biología? Te enseñan a investigar, a sacar la clorofila de la hojita machacada con alcohol, a ver cómo germina el poroto en el frasco, a diseccionar un cerebro de vaca.

      ¿Qué cosas hacen en geografía? Te enseñan a buscar en un mapa, a trazar coordenadas, a conocer los datos de otros países, buscando en libros.

      ¿Qué cosas hacen en química? Aprenden las tablas de los elementos, mezclan sustancias, hacen shampú de pocotos.

      ¿Qué cosas hacen en lengua? Memorizar los verbos, analizar oraciones según las consignas del docente, matar un cuento buscándole 5 sustantivos abstractos. A los docentes en lengua no se nos ocurre –jamás- mezclar las palabras “lengua” e “investigación” en el aula. En las otras materias, se intenta hacer algo parecido a la ciencia. En lengua, hacemos religión a secas, nunca ciencia. Nos hemos olvidado de que la lingüística es una ciencia.  

 

11) ¿Por qué se suele decir que nadie del campo “sabe” escribir? ¿Por qué se dice que nunca tuvieron un libro en su casa? ¿Por qué nunca tuvieron que escribir para nadie? ¿Por qué siempre un técnico agropecuario o el cura escribía por todos los campesinos de la asamblea el proyecto de micro-emprendimiento? ¿Por qué la gente del campo cree que es “lengua dura” cuando hay que escribir algo? ¿Por qué los chicos que salen de escuelas y colegios, realmente no están seguros de escribir lo que quisieran escribir? ¿De qué sirve a los chicos saber de memoria 15 fotocopias de biología, si nunca sabrán escribir con seguridad 15 líneas? No hablo de seguridad policial (obvio) sino de autoría de la propia palabra. Aunque sea un reclamo chiquito, por escrito, a la radio, al comisionado, al cura, al docente. Algo escrito con convencimiento.

 

12) La lingüística (como ciencia rigurosa, no como “clase” de lengua) debería investigar el lenguaje-pensamiento de los hablantes, en relación con su vida, y las condiciones socio-histórico-económica-culturales de su entorno. Isabel Requejo escribió cosas muy interesantes al respecto. El viejo Saussure postulaba (aunque él no lo hizo nunca) que no se trata de enseñar a hablar, sino averiguar cómo lo hacemos. ¡Me muero con esta frase, tremenda llave a caminos inimaginables! No son sólo sustantivos y adjetivos. Las “clases de lengua” en la escuela, el colegio y la universidad, nunca fueron clases de lengua; más bien, siempre parecieron misas para memorizar el rezo.

   Estoy hablando de cambiar la “clase de lengua”, por otra cosa: sería mejor convertirla en un laboratorio de investigación lúdica sobre el lenguaje. Eso es la lingüística, aplicada al aula. Nunca te enseñaron a investigar el lenguaje humano (menos si sos santiagueño, y mucho menos si sos parte de los 200 mil quichuistas en la provincia). Simplemente fuiste el mejor promedio para recibirte de fotocopiadora humana. Copiando. Y la gran mayoría de la población santiagueña (con su “lengua dura” escondiendo sus lenguas y pensamientos) ni eso.

 

13) Es hora de comenzar a practicar la escritura. En la casa, solito o solita. O en familia. O en grupo. No importan los errores de ortografía (esos se van despacito con el tiempo y con el uso). Con amigas o amigos. Por “boludear” nomás. Jugar a escribir, o escribir en serio. Practicar a escribir algo que te pasó ayer. Algo que te haya molestado de alguien. Alguna noticia del periódico que no te haya gustado, y que quisieras responderle. Alguna coplita que te sale no sé de dónde. Algún pensamiento, como ésos que le salían a Martín Fierro. Alguna denuncia. Alguna declaración de amor.

Cuando te diste cuenta de que no es lo mismo escribir “nuestros paseos lentos en los parques” que “los lentos parques de nuestros paseos”.

Cuando te diste cuenta del potencial que significa (querer) escribir “Pero ka mundo mana unanchakoq kan ¿pikuna uchamanta tiyanku? Pueblos chaykuna porque pueblo votan, y na chaymantá paykunas ruwakun tukuy cosas na yachankiysh qamkunas [Pero si el mundo está lleno de corruptos ¿Por intermedio de quién están? Por intermedio del pueblo porque el pueblo es el que los elige para que después ellos hagan de las suyas todo lo que ya sabemos, -de Richar Guillín-]. En la quichua o en la castilla. O en las dos. En las tres. O en las que se te cante hacerlo cuando quieras escribir, y hablar. Mezcladitas o como quieran salir. Pero nunca en ninguna.

 

 

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