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En un mundo justo, las gordas no nos escondemos

5 Minutos de lectura

Por Johana Lacour.

La mirada penetrante hacia una persona gorda por parte de algún familiar o persona cercana, al verla agarrar una segunda –o primera- porción de algo, es seguida de un comentario que censura la acción de comer, y luego continúa, casi siempre con: “es que te digo por tu bien”, o “después nadie te va querer”. Y cuando rematan con “es una cuestión de salud”, carcome la culpa de quien recibe esa frase fulminante que pareciera agotar la posibilidad de un “pero”.

¿La gordura es una cuestión de salud? Sí, claro, como muchas otras. Pero, ¿qué más es? Los cuerpos gordos no han sido siempre concebidos de la misma manera. A lo largo de la historia, el concepto de cuerpo se ha ido modificando, así como los consumos en la alimentación y con ello la concepción de qué es y qué no es saludable. Lo clave son las implicancias personales y colectivas de la discriminación por diversidad corporal hacia los cuerpos gordos, porque producen la exclusión del mundo de lo público.

La cultura del rechazo a los cuerpos gordos ha sido denominada por los activismos gordos como gordofobia y más adelante como gordo-odio (ya que no se debe al miedo sino al rechazo y el desprecio) y han ido haciendo visible que esto se expresa de múltiples formas que se sostienen y refuerzan entre sí. Al principio mencionamos la presión ejercida por los entornos más cercanos y el cuestionamiento hacia lo que se come y cuánto se come. Este es un aspecto aprehendido por los distintos dispositivos que construyen el mundo de lo simbólico: desde la poca o nula aparición de los cuerpos gordos en la televisión, sumado a que cuando aparecen lo hacen de manera “simpaticona”, en el mejor de los casos, o ridiculizados, en en el peor. Como olvidar el conocido reality show “Cuestión de Peso”, que en su formato ponía a la obesidad en el centro de la escena (literal). Sus participantes usaban una remera que decía cuánto pesaban y eran humillados/as en caso de no haber bajado los suficientes kilos. Aquí se puede ver claramente una bajada de línea: es el peso lo que define a una persona. Para esta cultura, el IMC (índice de masa corporal), es el marco principal donde se circunscribe la aceptabilidad de los cuerpos, es decir, una medición de la dignidad de las personas. En los años ’90 se profundizó la cultura de la dieta, en un mundo siniestro en donde te alientan a consumir, pero a la vez a conservar determinadas medidas que te hacen deseable, o no. A esto se le suma que engordar está relacionado con comer y comer en exceso relacionado con la falta de voluntad. Aquí se abre un mundo que supuestamente define a las personas “excedidas de peso”. Que los/as gordos/as son vagos, que son sucios/as y por supuesto poco exitosos/as. ¿Con qué se relaciona la solicitud de “buena presencia” en el mundo del trabajo? A ser delgados/as, claro, y otros atributos de la belleza hegemónica, pero sobre todo tener el IMC como dios manda. Nuevamente es el peso y la apariencia lo que define lo que nos merecemos.

Fotografía Ariana Irastorza.

Ahora bien, si volvemos a pensar la gordura como una cuestión de salud, es importante poder pensarla como un condicionante de otras posibles afecciones, al igual que, por ejemplo, ser una persona que fuma. Si bien han habido algunas políticas nacionales para desalentar el consumo de tabaco (las fotos heavys en los paquetes y sus altos costos), esto jamás ha implicado para quienes fuman, la exclusión constante de una gran parte de espacios y las connotaciones negativas emergentes de su condición de fumador/a. No hay otro condicionamiento para la salud tan perseguido, hostigado y usado como pedagogía de la vergüenza que la gordura. Si ser gorda/o es una enfermedad –como dicen muchos/as, ¿cómo es posible que ante esa “realidad”, la respuesta de la sociedad sea la exclusión? El cuerpo gordo aparece siempre como cuerpo enfermo, patologizado, para lo cual es importante aclarar que no todo cuerpo gordo está enfermo, ni todo cuerpo delgado es sano (y viceversa) y que la grasa no es solamente producida por el acto de comer excesivamente, sino que influyen otros factores psicosociales. Una persona de los sectores populares muchas veces solamente puede acceder a alimentarse de harinas, por ejemplo, y no puede acceder a una alimentación saludable.

Pero, ¿qué es lo saludable? Los posicionamientos que defienden la soberanía alimentaria nos dejan en claro que lo que comemos es político y, para algunos pocos, un negocio. La comida saludable debe traer consigo una economía que cuide los recursos naturales y que ponga en cuestión, en serio, al sistema productivo actual basado en la explotación. Por lo que es necesario, cuando mencionamos al sobrepeso y la salud, re-pensar al modelo alimentario y los consumos propuestos. No es objetivo de esta nota profundizar en ello, pero la cultura de la dieta tiene un claro vínculo con la industria alimentaria y sus intereses.

Por último, si pensamos esto con las particularidades norteñas, se profundiza la discriminación. Nuestras corporalidades distan todavía mucho más de las que aparecen como aceptables en los repertorios culturales,  ya que estos son pensados y distribuidos mayoritariamente por las zonas centrales de nuestro país, las desigualdades económicas dificultan el acceso de los diferentes capitales, nuestra cultura mayoritariamente conservadora hace aún más compleja la posibilidad de reivindicarse gordo/a para construir, desde ese lugar, una trinchera de lucha. Si hacemos una sumatoria, veremos que nos queda un largo camino para poner en pie narrativas gordas que nos comprendan y hagan visibles, desde el norte y en clave federal.

Fotografía Ariana Irastorza.

Lo importante es que no todo está perdido. La lucha por el derecho al aborto puso sobre la mesa el debate sobre los cuerpos y en los últimos Encuentros Nacionales de Mujeres (ahora siendo nombrado Encuentro plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries) aparecieron desbordados los talleres de activismo gordo y con ello la oportunidad de reconocernos junto a otras/os en nuestras desigualdades, pero también en las potencialidades de discutir el mundo que queremos, donde nadie se quede afuera. En los últimos tiempos también han tomado relevancia en las redes sociales las modelos “plus size” y el fat body positive, que le disputan al mundo de la moda el monopolio de la aceptación y proponen discutir una ley de talles que tenga en cuenta las medidas reales de la mayoría de la población a la hora de producir ropa en el mercado textil, ya que conseguir ropa de “talle especial” es una odisea que se cobra nuestro dinero y nuestro tiempo. Los activismos gordos críticos no solamente luchan por la habilitación para existir de las corporalidades diversas, sino también para romper con las jerarquías que impone el sistema capitalista y patriarcal, que controla lo aceptable y lo inaceptable generando violencias y discriminaciones.

Este es un tema sobre el cuál siempre ha primado únicamente la mirada médica, pero es una cuestión social que tiene implicancias en las personas a tal punto que el IMC es lo que determina si somos personas habilitadas de existir o no. Así como a lo largo del tiempo hemos pujado –y lo seguimos haciendo- por la necesidad de incorporar perspectiva de géneros y de derechos humanos a la justicia o a las ciencias médicas (entre otras), la perspectiva de diversidad corporal también es urgente y si bien se toca constantemente con los feminismos, no termina de ser abrazada y apropiada para construir desde ahí. La mirada interseccional de las desigualdades es lo que tiene la potencia necesaria para transformar desde nuestras propias realidades y genealogías revolucionarias. Es momento de cuestionar ese cúmulo de repertorios culturales que nos venden, que el éxito tiene el cuerpo fit. En un mundo justo, las gordas (y los, les gordes) no nos escondemos, estamos disputando la posibilidad de tener vidas habitables y libres de violencias.

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