Por Belén Navarro.
Cabe la eternidad en este sol que hace de cualquier domingo un colchón verde de zapatos flotantes y algo parecido a una sonrisa desenfrenada incontables veces libre, en una porción de la ciudad donde el silencio parece decidir todo lo que de la historia del mundo ha de manifestarse. Hay un lugar de colores impronunciables que serán indiferentes cuando el sol sea capaz de mudar algo de sí mismo a otro extremo de la misma ciudad donde palabras nuevas construirán decretos fiables sobre frentes claras. Es entonces que el sol parece un remolino se convierte en uno junto a un iris de cristal como una lengua que adentro de otra lengua puede fundar un idioma que ningún interprete posible se considerará, jamás con valor de retornar a cifras absolutas.