#Notas

Elizabeth y Macedonio

4 Minutos de lectura

Por Ramiro Gogna.

Sabemos por el profesor Manuel Silvero que entre 1887 y 1893 se establece Elizabeth Nietzsche en Paraguay, junto a su marido Bernard Förster. Allí fundan Nueva Germania a orillas del rio Aguaray Guazú. El proyecto de los Förster-Nietzsche es derrotado por suicidios, pestes y grados fahrenheit. Cuatro años después Macedonio Fernández, Jorge Guillermo Borges, Julio Molina y Veda fundan una comunidad anarquista en una isla incógnita sobre un afluente del Paraná. Nacía la Nueva Argentina. No hay utopías sin ríos, islas u orillas. 

De regreso en Alemania, Elizabeth emprende otra utopía, esta vez menos sorda y más perdurable. Transforma, mutila, reescribe, junto a Peter Gast, trescientos setenta anotaciones en el libro La Voluntad de Poder; organiza el Archivo Nietzsche falsificando cartas que la declaran sucesora y albacea de la obra del hermano, y prohíbe la publicación de Ecce Homo hasta 1908 por considerarlo un libro escandaloso. Se ha dicho cuánto estos pequeños episodios han aportado a la realización de la ficción biológica a través de la política en el siglo veinte. También se ha dicho o se debería decir que dicho proceso es más amplio que las tretas de conspirativas hermanas. Las utopías tampoco empiezan sin falsificaciones y letras tachadas.

Se lee en ese libro inactual que es la Nueva Argentina de Molina y Veda, como en código, cómo esas palabras que se forman con las primeras letras de cada renglón en la columna de policiales y que cifran un mensaje insoslayable y oculto, que Macedonio Fernández antes de regresar y empezar su vida profesional como Fiscal ácrata en Posadas, visitó la Nueva Germania atraído por el bemba que señalaba el paradero de la insigne hermana en ese país imaginado por él habitado.

En el año que Macedonio y sus amigos remontaban el río hacia la isla, Elizabeth escribía lo que después sería la introducción de Así habló Zarathustra y establecía quizás una línea de interpretación de la filosofía de su hermano como pensamiento de la voluntad de poder entendido desde el punto de vista del rango y las jerarquías, como anunciación del retorno de lo reprimido bajo las posibilidades de los hombres del presente mediante un nuevo inventario de valores. La introducción publicada en la revista Die Zukunft en 1897, citaba el siguiente pasaje de la Gaya ciencia: “¿cómo podríamos satisfacernos aún con el hombre actual?”

Molina y Veda recordando o inventando su utopía escribe: pronosticar la nada de un hecho venidero es generalmente aventurado y prematuro; predecir sus diversos elementos y describirlo en sus partes principales es hacer una novela. Escribiría con sumo placer esa novela. Novela y utopía comparten procedimientos, se ha dicho. Los jóvenes ácratas querían vivir en un país cuyos fundamentos fueran la capacidad de sus miembros de derrocar al gobierno si estaban en desacuerdo, pero siempre, los procedimientos radicales hay que guardarlos para las grandes ocasiones.  La nueva tribu tenía siete leyes básicas, la séptima de las cuales permitía la desobediencia a las leyes, y la quinta promovía el boicot a las escuelas por los padres.

La utopía descabezada se transfiguró en literatura y Macedonio ya no la buscaría en un territorio pluscuamperfecto, sino en la fusión entre vida y literatura ocurriendo a la vuelta de cada esquina o en la forma de un terror irrisorio pero anunciador como la creciente de un rio del Paraguay. Macedonio en Nueva Germania escuchó de los suicidios, de las ideas filosóficas de la hermana y sospechó que aquellas palabras iban a encontrar los oídos necesarios.

 

Ilustración: «Salvando el año» (2016) por Iñaqui Ortega.

 

Mientras la kürbis suppe desbordaba la olla y desparramaba anaranjado sobre la habitación de tierra colorada, Herr Kück le mostró dos fotos de la pareja: en la primera ella aparece de meriñaque negro, Förster con barba, sombrero de fieltro; en otra junto con indios tupi-guaraní recapturados de una tercera huida, posan sobre unas pilastras góticas a medio construir. Macedonio permaneció unas semanas esperando el regreso de Elizabeth que no ocurrió. El señor Kück le dijo que siempre pensó que lo que escuchaba no eran más que palabras, que Elizabeth y Förster no sabían oír. Sueños leporinos y tropelías de hombrecitos ridículamente siniestros, leyó en la borra dejada por la sopa de zapallo que se guisaba para comensales futuros.  Vio cómo se suicida un cosmos, cómo la historia imita al arte.

Años más tarde, en alguna pensión porteña, Macedonio escribió: alguien insinuó por primera vez las circunstancias en que una escena quedaría por siempre inclasificable, si real o soñada. Reflexiónese que tal ocurrencia puede estar produciéndose frecuentemente en nuestro existir… y júzguese cuánto de fantasía, pavura o misterio, como quiera sentírsele, corre con el tejido de nuestro cotidiano ser, en el paño de nuestras horas, que nos atenemos a que son reales y quizá están continuamente robadas de ensueños.  De repente, o desde siempre, la ficción se transformó en el carril de la historia, en el preciso momento en que esa cultura se creía que amanecía una mañana despejada de nubes mágicas.

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