Soria y Obes reaparece con un análisis ligero, hecho a la medida del pseudo-acontecimiento, luego de ver el video que circula por los grupos de Whatsapp, en el que el intendente de la capital tropieza con la lectura (o la lectura tropieza con él, no se sabe bien) en su discurso durante la inauguración del nuevo edificio del Concejo Deliberante de la ciudad. En medio de burlas y chistes fáciles, propone su aguda mirada antes de dar vuelta otra página que pronto olvidaremos por completo.
Por Soria y Obes
Dedicado a F.D
Lo que vivió Lito lo sufrimos todos. Bueno, en su medida y dependiendo que lo hayamos visto o nos hayan contado, ¿quién no se apiada del trance angustioso del Intendente?
Ninguno de los allí presentes fue a aprender de instituciones o a pescar una primicia que no la tenga el pueblo, pero hacer de jurado de lectura, y sin aviso, no quita el sobresalto y un poquito de vergüenza.
A otros iguales o más importantes les ha ocurrido, y ello no ha hecho mella en sus carreras políticas, ¿esperábamos tanto?, continúan orondos, hasta más distendidos luego de tensar la garganta para pasar el mal trago.
Leer mal un discurso ajeno, confundir las hojas, perderse en los entramados de la narración, puede pasar, la negligencia y el apuro son hijas irremediables del gobierno, esa vorágine impersonal que come contingencia y sueña resultados.
¿Qué dijo? ¿qué dijo?, no fue la pregunta inmediata en el recinto nuevo; el asombro estaba pendiente del porcelanato y del efecto diurno de las dicroicas rebotando en los durlocs, camuflados de paredes.
El susurro fue idéntico al del profesor que lee al galope algo que no sirve, insustancial, y de pronto la dicción legible, la lengua entrando en el surco del idioma nuestro, las palabras de ocasión que si bajaran el volúmen las escucharíamos, adentro, de memoria.
Hemos quedado con ganas de saber qué problemas de impresión tuvo el párrafo del sobrevuelo: agotamiento o saturación de tinta, marca el visor, pero claro, los recursos del Estado nunca hilan tan fino con las necesidades del usuario.
Nada cambiará después de aquel percance, perderse o ronronear en una lengua de silencios como la santiagueña, es parte de un código de faltas admitidas, débiles socorros íntimos que actúan como inauditos.
¡Y la representación!, exclaman molestos nuestros publicistas, mientras escriben Trump, Temer y el desliz de Infante en la columna de los contraejemplos. Las ficciones, ya lo saben los alumnos, se modelan como esculturas clásicas en el aula: proporciones áureas para las bellas artes y las bellas almas, que se dan porrazos con el realismo sucio de las calles.
Pongo por cuarta, quinta vez el video, y especulo si con cultura letrada uno saldría mejor parado de estos trances. Y no sirve de nada -me digo- pensar en estas claves del patetismo moral; mejor reír e imaginar que un tipeo absurdo se coló en el mensaje que el Intendente leyó sin caución.