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Chau mi reina

3 Minutos de lectura

Por Daniela Rafael.

“BIENVENIDOS” dice el cartel pintado al final de la cancha de básquet. Es lo primero que veo o quiero ver, como si me recibiera el señor virus covid 19 y no los voluntarios del vacunatorio del Club Dorrego. 

Pase mi vida, por aquí mi corazón, dicen las chicas de la mesa donde dejas tu DNI. Alguien más te acompaña como un edecán hasta tu silla, saludas con la cabeza y los “holas” o “buenas tardes” son ecos.  

Espere su turno, me dice el edecán. 

A los pocos minutos: Rafael, Rafael

¡Yo, yo, aquí! (lo último que quería era la tilde de ausente). 

Siéntese, ¿en cuál brazo prefiere, izquierdo o derecho? 

Elija usted, respondo. 

Porque en verdad estaba nerviosa, emotiva, eufórica, contenida. Un estado raro.  

Son sus brazos, no los míos, me contesta. 

Bueno, en el izquierdo (la noche anterior había visto el documental de QAnon, tres capítulos, muchas horas o lo suficiente para que destierres la palabra “derecha” por unos días).

 Listo, ya estoy vacunada, debo esperar unos minutos. No voy a sacarme una selfie, pero sí siento que debo registrar de algún modo este momento. Le saco la foto al cartel. Luego del reposo de cinco minutos, emprendo la salida y escucho decir: Chau mi reina.

***

Veamos este asunto: 1) No soy una reina, 2) escribo, 3) observo demasiado los detalles, o las veredas y los cables, 4) Pienso más de lo prescripto como saludable, etc. 

¿A qué viene esta lista? Solo para presentarme porque lo que escribo aquí NO-ES-UN-CUENTO, tampoco es una crónica -sería faltarles el respeto a quienes de verdad escriben crónicas-. Esto es una mirada de lo que me sucede frente a algunos eventos u objetos. Viene sucediendo desde que comenzó la pandemia y el aislamiento. Desde entonces uso Instagram y Facebook para hacerlo. Mi opinión sin los personajes de intermediarios. De eso se tratan las redes, o te muestras o te muestras. Eliges el modo de exhibición, nada más. Y, claro, siempre tienes un objetivo, el mío fue usarlo de soporte para sacar en limpio, responderme o explicarme. Algo bueno que va dejando  la primera y segunda ola: la educación de mi ojo, la imposición del pensamiento reflexivo y, al final, la concreción escrita de todo eso. Ma-ra-vi-llo-so (para mí, cada cual con su mambo y la manera de resolverlo o no). Aclarado este ítem, continúo.

Salgo del Club Dorrego con la Astrazeneca corriendo por mis venas y escucho ese Chau mi reina. Busco mi auto, miro otra vez estas veredas que me obsesionan, miro los cables, que también me taran, las cagadas de los perros, las naranjas agrias listas para comenzar a desprenderse y pudrirse en las cunetas mal hechas, y todo parece estar bien, nada me agrede del entorno. Y pienso en eso que me acaban de decir –reina-, en el Bienvenidos, en la vacuna y en el virus, y se mezcla todo en mi mente. Quiero llorar, no sé si de emoción, no sé de qué. ¿Cómo definir ese cruce de imágenes y sentimientos? Escribiendo. 

Entonces me siento frente a esta máquina y las palabras se van desenrollando y se me ordenan las ideas. 

Ese Bienvenidos lo escribió don Covid-19,  él fue quien me recibió en el club, era él diciéndome que no soy ninguna reina, que es él quien reina. Pienso en esa vulnerabilidad sostenida dentro de mí y desde hace más de un año. Siento de alguna manera que se han subvertido los roles: yo soy ese grillo topo de mi jardín, escondido, esquivando, de cueva en cueva, para no ser eliminado por mí, la supuesta reina dueña de casa llamada Daniela, por poner un ejemplo muy brutal y tonto. 

El otro día terminé un seminario de ciencia ficción, no lo digo para mandarme la parte, sino porque tiene que ver con esta reflexión a la que llegué. Este género brinda las posibilidades de especular mundos, futuros, pasados, presentes, seres. No hay límites cuando se trata de la ciencia ficción. Al irme de esa cancha, del Club Dorrego,  pienso de inmediato en lo que he leído en ese curso. Algo de Donna Haraway, una de las más representativas del género: “Necesitamos cambiar el pensamiento, pero también las prácticas. No debemos pensar en exterminar los virus, sino en coexistir en equilibrio, para que los virus epidémicos no sean tan incapacitantes. Esto no es un problema político, de dinero, de fondos, sino de tomar acciones en conjunto. Necesitamos pensar en la vinculación de todo el mundo alrededor, en lo humano y lo no humano, lo viviente y lo no viviente, lo orgánico y lo inorgánico.

Antes no me detenía a observar demasiado los detalles, menos reflexionaba a fondo algún asunto, pero el virus, además de los sentimientos malos que me provoca, también me trajo el tiempo ralentizado y la necesidad de ver y dar testimonio o de expresar mi pensamiento sin protegerme o escudarme en la “ficción”. No soy una reina, ningún ser humano es rey ni dueño de este planeta.

Muchos seres, muchos bichos, configuran el mundo, aunque muchas veces no seamos conscientes.

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