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Dividí dos

4 Minutos de lectura

Por Victoria Dahbar Kofler.

“Aquí, no sé dónde, hay un dragón sucio.
Y quiero arrancarle las alas,
envolverlo en una manta
y dormir con él para siempre”.

Discurso J. Phoenix (Toronto, 2019)

1. 

Son las 2:21 a.m y hay tres perros merodeando la misma plaza que merodeo a las 2:21 a.m ¿por qué no duermen como los perros de las casas? 

Callejeros. 

– ¿Vos dices que quién fue, que quién quiso envenenar al Tata con matecocido? 

Pero mirá si le voy a contestar al perro este, las ocurrencias de esta hora. Pero fijate vos la pregunta. A mí qué me importa el tipo de veneno que se usó en los noventa en Santiago del Estero. A mí qué. 

– ¿Vos crees que del diccionario sacó las ocurrencias para los años? ¿De dónde más si no? 

¿A vos, perrito, se te ocurre creer que a mí me interesa qué puede un diccionario? No me obsesionan esas cosas. Es algo peor, más quirúrgico. 

El tercer perro se llamó al silencio. Digo, se llamó. 

Le clavé la mirada y supimos que era un solo nombre el que nos devolvía la verdadera historia. 

Mate.

Cocido. 

Procurá no ser presa para ratas. 

2. 

El tipo de veneno. 

La primera vez que escuché el nombre “Eusebia” estaba en la cocina de la casa paterna y me di cuenta que eran dos las cocinas y que eran más de tres los patios y que el pasillo, en cambio, era uno solo. Eusebia, verde y savia. La cocina de la casa paterna de mi infancia ya no existe, la derribaron para armar un gimnasio. Esa cocina era amarilla y grande, parecía un campo de girasoles y el balcón les convidaba en festín. Los pájaros llegaban entre rejas negras, comían las migas y cantaban locamente por la siesta que era la única misa en la que mama y papa gustaban de andar. 

Mama era sumamente sexy cuando, en el balcón, desparramaba las migas del mantel y explicaba que no estaba ensuciando, más bien, alimentaba aves. He visto cómo el viento alimentaba su cuerpo, sus ropas, sus telas. Lo he visto temblar ante su sonrisa, traerle el sol, mostrarla, avisarnos que su belleza iba a ser nuestra odisea. Le he tenido miedo a ese balcón porque significaba la libertad de andar sola por la casa. Le he tenido terror a los pájaros, me ha producido fobia su vuelo, no saber qué podía encontrar debajo de tanta pluma. He sentido de muy chica la nostalgia de la siesta en el interior de Santiago en una cocina amarilla y enorme como un girasol. En alguna de esas vueltas la mano volvió, qué linda manito que tengo yo, tan linda y chiquita que dios me dio. Estamos invitados a tomar el té. Esa cocina fue el único lugar que vio a mi familia todos reunidos. Una cocina me produjo el sueño y la vigilia, el terror y el horror. 

Ahora no importa que haya sido derribada, en mi mente es un lugar hermoso. La llevo a todos lados y mi corazón tiene el amarillo de la mesada, el azul de los ventanales, la alacena inmensa, el balcón con las migas y los pájaros y el canto y el cielo y el patio y las piedras y mis papas durmiendo la siesta mientras yo pruebo la calma.

Eusebia, te he nombrado, por ser el lugar donde la unión se produjo. Incompleta, indiscreta, desordenada, con falta de cohesión y coherencia… a puro desborde. Argentina. 

3. 

Voy a arriesgar, si voy / a definir la amistad. Hay un café que me espera y mil birras que me esperaron. Cuando tuve que afrontar la imposibilidad de algunas cosas, los dolores inevitables, que no cierre, que no salga como quiero o cuando quiero o lo que quiero. Bueno, esa espera es un diálogo, y ese diálogo es un tiempo. A veces fue entre silencios y otras creaciones de sentidos y hermosa palabra en rienda suelta. En cualquier caso, la amistad me significa llegar al café y pausar el mundo. Pase lo que pase, esas horas serán mi alivio. Esas pequeñas intimidades construidas, atenciones y respetos, justezas en la acción para también producir incomodidades. Siento que la regla general me pide que llegue, en cambio la amistad es isla, todavía me espera. Es tiempo abierto.

Mis amigas saben esperar para escuchar el llanto de la mujer derrotada, después de las primeras veinte vueltas que doy diciendo que todo estuvo, está y estará bien. Empieza el puchero y ya saben, mirada mediante, que cayó un velo. Expuesta me cuidarán del próximo partido, ya saben que no pierdo la Esperanza, y vuelvo. Lo intento siempre una vez más. 

Cuidar de mis amigas me ha convertido. Jamás hubiese conocido músculos emocionales concretos de no ser por la entrega. 

La lealtad también significa saber retirarse. 

4. Bordear la suerte 

Me vuelvo elástica, dulce como un chicle gigante, casi llego, podría mi piel escaparse por hoy, rodearte. Voy a agujerearme la epidermis para pasarte oxígeno. Todas las imágenes que describo tienen algo que ver con la forma en que nos reproducimos. A veces creo que la ciencia tiene la razón mayor. Me sigo expandiendo y sigues creciendo dentro mío. Repetimos lo de todos. Quiero ser madre, no quiero ser tu madre. Quiero ser mi propia madre. No quiero ser mi madre. Pero te amo. Aún deseando no hacerlo. Deseo tu cuerpo. Te deseo y me quemo la mente pensando. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Frío. Te amo. Helado. Te amo. Hielo de limón. Amarillo. Te amo. Yellow. Te amo. Y. E. Lou.

Todavía estoy en la terraza de mi jardín intentando comprender ¿por qué las palabras tienen una imagen para mí diferente a lo que me piden que signifique? Rebelde. Yellow. Amarillo en inglés. Suena a hielo y a blanco. También lo que suena me constituye. Quizá ahí he reencontrado un ritmo. Mi ritmo de cascada vegetal, de aire a la altura del cielo y hamacas y toboganes. 

5. 

De Murakami, su don de convertir lo absurdo en belleza cotidiana, feliz día del amigo y gracias.

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