#Ensayos#Notas

Todos esos lugares a donde todavía no queremos volver

8 Minutos de lectura

Por Ramiro Llanos Paz.

Como todos los años en junio a nivel internacional se celebra el mes del orgullo lgbtqy+, en la cual Argentina no queda fuera, sin embargo, es en el caluroso noviembre donde suceden las conocidas marchas del orgullo, fecha modificada por cuestiones históricas. Transcurrido este mes y el rainbow-washing es necesario celebrar y reflexionar en torno las conquistas: matrimonio igualitario (que cumple 13 años en Argentina), Ley de Identidad de Género (2012), cupo laboral trans (2021) entre otros grandes aciertos políticos y sociales. 

Sin embargo en este texto queremos indagar en torno a esos espacios aún no conquistados y a esos lugares a donde todavía no queremos ir.

Desde una mirada más cotidiana, desde la experiencia pero también reflexionando sobre las políticas públicas indagamos en esos espacios comunes que al parecer no lo son tanto.

Hoy en día vemos en los medios y en redes sociales una enorme diversidad de personas, perfiles, páginas que pertenecen a la comunidad o que hablan sobre ella y sus experiencias. Se convierten estas en un paradojal fenómeno donde se mixtea el mito de la aceptación y las declaraciones de odio  -que por ciento han aumentado por ejemplo, en países como España un 140 por ciento en estos dos últimos años-. Entonces ¿cómo se representa ello en nuestros barrios, grupos de amigxs, universidad, clubes?

Según el observatorio nacional de crímenes de odio LGBT en el año 2022 ocurrieron en Argentina ciento veintinueve (129) crímenes de odio, en donde la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género de todas las víctimas fueron utilizadas como pretexto discriminatorio para la vulneración de sus derechos y la violencia contra ellas. 1

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Aunque la OMS sacó de su nomenclador patológico a la homosexualidad ya en 1990, en muchos países aún está penalizada como delito –incluso con penas de muerte-, y en muchos otros sus derechos se ven de alguna manera restringidos. Pero tal vez los primeros problemas a los que una persona diversa se enfrenta empiezan en su niñez, muchas veces sin ni siquiera haber salido de casa a experimentar nuevos círculos de sociabilidad. Padres, madres, hermanos y hermanas víctimas de la desinformación y también de la pereza emocional que no les permite construir vínculos empáticos elaboran un verdadero campo minado en donde es mejor que no seas, pero si eres, es mejor no parecerlo. El escenario presenta una nueva función si aun siendo, lo pareces y ya no es posible ocultarlo. 

Los vínculos entre niñez diversa y familia es tal vez uno de los más complejos de describir, porque las familias que también son diversas al parecer portan con una norma: las dificultades para contener y ayudar a un desarrollo normal a sus integrantes no hetero cis. La desconfianza, el temor a no ser aceptado, los comentarios homofobicos de familiares frente al televisor o sobre terceros, los mandatos de masculindad y las preguntas por la novia inexistente ya a partir de edades muy tempranas, las comparaciones con el hermano hetero deportista y los tanques de idearios altamente misóginos van coartando, ahogando las posibilidades de ser uno mismo el círculo familiar, ese que supuestamente todo lo soporta y al que siempre podemos recurrir. 

Aunque esos marcos de acción y también de reacción se van ablandando con el tiempo, donde existe al parecer una inevitabilidad histórica de recambio de pensamiento, siguen existiendo mecanismos intrafamiliares donde los miembros lgbtq+ son tratados como diferentes, donde hay temas de los cuales es mejor no hablar, o donde la aceptación se vuelve muchas veces una puesta en escena tan grotesca que resulta absurda de creer. A veces la familia es uno de esos lugares a donde queremos ir. 

Casi el 40 por ciento de los jóvenes entre 13 y 24 años que se identifican como LGBTQ+ han considerado seriamente el suicidio en el último año. Ese número es aún mayor para los jóvenes transgénero y de género no binario, el 54 por ciento de los cuales ha considerado seriamente el suicidio en ese mismo período de tiempo;el 29 por ciento lo ha intentado. Eso es según un nuevo informe innovador de la organización sin fines de lucro de defensa LGBTQ+ Trevor Project, que encuestó a más de 34,000 jóvenes en 2018 para compilar la encuesta más grande jamás realizada sobre la salud mental de los jóvenes LGBTQ+ en Estados Unidos

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Y si hablamos del barrio ¿cómo se llevan ustedes con sus barrios? Esto varía de tantas formas como personas haya en el mundo. Si viviste toda la vida ahí, si te mudaste, si es un barrio en un pueblo, en una gran ciudad, si es un barrio popular o un barrio cerrado, o a veces incluso puede no ser un barrio.

Así como una madre siempre sabe, el barrio también. Es de esos a los que no se puede engañar. Sabe cuándo caminas sus calles, si vas solo, con amigas mujeres y ningún hombre, sabe que nunca te vio jugar al fútbol en la canchita del barrio, sabe si pasas mucho rato solo cuando el resto de tus amigos y amigas adolescentes están descubriendo el primer amor, sabe además  de los desprecios, de las miradas acusadoras… y a además conoce a la perfección sus esquinas… esas malditas esquinas apestadas de varones pasando el tiempo, y que  se convierten en ese lugar por donde una persona diversa nunca quiere transitar. Ellos siempre dispuestos a marcar la diferencia, a decir qué es lo que no hay que ser, a marcar distancia del maricón, a burlarse en voz alta buscando validación paki, pero paradojalmente muchos de ellos son los que cubiertos por el anonimato son capaces de confesar su deseo marica (victimarios y víctimas al mismo tiempo, presos de un sistema que los empuja a una lucha interminable por pertenecer), llevan la marca de ese pakismo tan rancio, pero tan real, y a veces tan pero tan predecible. Los barrios o los pueblos no sé de donde sean ustedes, son esos lugares que por alguna razón extrañamos pero a donde nos animamos a volver.

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Hay diversidades que nunca pudieron llegar a la escuela, porque “la vida” las expulsó a la calle muy temprano, otros fueron algún tiempo y otros lograron atravesarla. Pero a veces pienso que es la escuela-colegio ese lugar que una vez que se atraviesa uno podría ser reclutado con honores previos a cualquier batalla, porque seguramente hay escudo, hay espada y hay experiencia. La escuela viene un poco a demostrar que ya no hay escapatoria, que si no te gusta el aula no hay otra, que si tus compañeros son unos imbéciles violentos tendrás que lidiar con eso, imagínense esto en personas o familias que no tienen la posibilidad de elegir otra institución. Es también donde uno muchas veces, si sobrevive, forja esa personalidad que más tarde se convierte en una caja de herramientas pero pesada y efectiva. Una vez más aquí aparecen las salidas de closet forzadas, las parejas fingidas para evitar el acecho, las faltas a educación física para evitar que se vean las inhabilidades para el deporte, el caminar derecho, el engrosar la voz, el hablar lo menos posible para que nadie descubra ese secreto pintado en la frente. O a veces directamente no ir al colegio, para evitar el rechazo de los varones pakis tan irresistibles ellos no quieren hacer grupo con el maricon por miedo a que los acose… claro ellos si saben bien de qué se trata eso. Ni hablar de los golpes, de los empujones, del hazme reír en los recreos… en fin cuando no puedas quedarte en casa es mejor quedarse en el aula. El colegio aparece entonces como el último reducto de obligatoriedad impuesto por la familia de clase media. Ese que si o si hay que terminarlo, pero es lo último, después de ello ya podrás tener tus propias elecciones (pero no sexuales, recuerda que de eso no se habla). 

Entonces cuando alguna persona lgbtq+ alguna vez comente por qué la escuela o el colegio es ese lugar a donde nunca quiere volver tal vez tenga que ver con todo esto. 

El Informe Regional de Seguimiento de la Educación en el Mundo, elaborado por la oficina regional de Unesco, efectuado con datos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay, indica que entre el 47 y el 81% de los estudiantes LGBTI se sienten inseguros en las escuelas por su orientación sexual.

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¿Es el inicio de la edad adulta  donde por fin uno puede empezar a ser uno mismo? Tal vez. Ya los escenarios anteriores se han sorteado. Es momento de estudiar algo que uno elija, o trabajar de lo que uno le plazca o consiga. Elegir sus amigos, sus actividades diarias ya no impuestas. Pero… hay problemas. Los discursos de odio y los imaginarios en torno a la comunidad están presentes en todos lados, muchas veces con fieles servidores que ahora camuflados se encargan de marcar la diferencia. En el club, en el gimnasio y por supuesto en el trabajo.

Esa diferencia tiene como base la tan preciada “heterosexualidad”, que si además le sumamos el condimento hombre la fórmula se vuelve sólida casi indestructible. Pero si a eso le sumamos la posesión de capital económico, académico o social la fórmula se torna insoportable. Todo lo que esté por fuera siempre estará en una escala inferior. Y aquí sí, no alcanza con serlo sino que hay que parecerlo. 

La masculinidad heterosexual cis debe ser reafirmada dejando en claro la identidad y para ello es necesario diferenciarse del resto a cada paso. Sus ideas siempre tendrán más valor, la voz siempre debe sonar alta, cuando más fuerte más reforzada esa masculinidad (de cristal), cuanto más en evidencia dejen al resto sobre lo tan en desacuerdo que están más niveles se subirán en la escala de macho todopoderoso, inmortal. En ese cuadro tan complejo, mujeres y diversidades muchas veces caen en la necesidad de segundear a sus interlocutores evolucionados por evitar violencias, para sentirse un tanto protegidxs, o simplemente para vivir un poco más en paz. Muchos otros solo deciden evitar ciertos espacios, generando dos consecuencias: el resguardo de uno mismo por un lado (tan legítimo y necesario); pero por otro lado se produce una habilitación sin límites  a que esos espacios sigan siendo comandados por las mismas personas y sus lógicas.  Es por ello que estos espacios como laburo, son de esos lugares a los que volvemos por necesidad pero a los que si pudiésemos elegir seguramente no regresaríamos. 

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Pero hay que ser justos. Si hay lugares a donde todavía no queremos ir o todavía no queremos volver hay otros en los que nos encanta estar. Tal vez el primero sea ese del vínculo afectivo más perfecto de todos que es el de la amistad. No importa cuanto bardo haya en el mundo, siempre es lugar para volver los matecitos con amigos, las charlas de apoyo y también de análisis de todo lo que nos hace mierda. Siempre son buenos lugares también las fiestas esas donde cada uno es como quiere, aunque no te guste bailar y no seas un adicto a la música fuerte, estar ahí donde nadie se detiene en vos por tu aspecto o tu forma de caminar se convierte en un lugar seguro para siempre volver. Es un lugar para volver también, la militancia que muchas veces nos enseña que nuestros pesares son compartidos y sobre todo modificables. Y yo agregaría la música y el cine. Esas reinas de la cultura pop que abrigan a la comunidad, que dan señales de empoderamiento, de creatividad y de colores ultrahomsexualmentemagnéticos. Y además las películas, esas que enseñaron a muchas generaciones que otros mundos  -ficticios y no ficticios- son posibles. Podríamos no nombrar a muchxs, solo como ejemplo piensen en Almodóvar, es en sus películas donde las travestis, los maricones, los marginales  tenían un lugar  principal, vaya paradoja,  que a pesar de sus  historias tan atropelladas las predestinaciones de las que hablan las estadísticas podían cambiar.

Finalmente, un lugar al que creo que todos queremos volver es a ese con amigos, compañeros de colegio y de trabajo, profesores, vecinos, familiares que día a día, sin pereza, con respeto y a conciencia deciden ponerse a nuestro lado como pares en la batalla de conseguir un mundo más igualitario.

Referencias:
1 Datos no exactos, pues solo se contabilizan denuncias y relevamiento en medios de comunicación

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