#Edición1

La Humana Academia

8 Minutos de lectura

Por Joaquin Perea

El desorden, la confusión, los desenlaces fuera de lo normativo; hemos fantaseado siempre con ello. Es excitante y a la vez necesario, para poder abolir nuestra cuadrada cotidianidad, ser testigos de algo así. No podríamos experimentar tal estimulo si no fuese que damos por descontado que el error en la noche donde la industria cinematográfica norteamericana se homenajea a sí misma, es inconcebible. Mejor aún: fantaseamos permanentemente con encontrar la más mínima fisura en el gran montaje que nos regalan los distintos acontecimientos masivos que son televisados a lo largo del globo, provenientes del país presidido por Donald Trump.

Como no confiar en ello, si el preciso engranaje mediático es capaz de llevar a un personaje de los reality shows a la sala oval de la Casa Blanca. Quizás Trump sea un claro ejemplo del caos —ese desorden de lo habitual— llegando a ser electo en el país más trascendente del planeta. Envueltos en un tiempo de cambios inesperados, los premios Óscar no quisieron ser menos y la última edición será recordada más por el error que por la calidad cinematográfica de sus homenajeadas. Si “La La Land” era la favorita para gran parte de la crítica, ¿Por qué la Academia se decidió por “Moonlight”?

El pasado 26 de Enero se llevó a cabo, como todos los años desde 1929, la entrega de los premios que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas tiene reservados para sus más preciadas gemas audiovisuales. No solo se homenajean a quienes llevan a cabo la dura tarea de retratar en una pantalla las historias que nos emocionan, sino que también merecen igual trato (fuera de lo que percibimos en la televisación del evento) los miembros de la Academia y demás personas afines a la industria de cine norteamericana.

Industria que injustamente ha sido vanagloriada como la que más y mejores productos entrega al público: la industria cinematográfica que lidera en cuanto a lo que produce es la India con la poderosa suma de entre 1500 y 2000 largometrajes al año. Sin embargo el monstruo del norte está avalado por el poder de occidente, capaz de vender en el más inhóspito rincón de Corea del Norte una Coca Cola.

Las de Hollywood las encontramos por donde sea, solo basta con encender el televisor y pasearse por algún canal de películas. O quizás quieras encontrar títulos en Netflix. Para apreciar el arte que nos puede entregar el cine Oriental, la cuestión puede complicarse un poco más.

Todo marchaba a la perfección en la octogésima novena edición de los premios, incluso hasta un poco gris a causa de la insípida conducción del presentador Jimmy Kimmel, quien materializó nuevamente la tendencia de la organización a entregar el liderazgo de la ceremonia a los conductores de los Late-Night Talk Show norteamericanos. Las categorías más importantes fueron una muestra del embrollo que había sufrido la academia el año anterior al ser duramente criticada por no incluir artistas afroamericanos en sus nominaciones, error que no podía volver a cometerse en el año de la asunción de un presidente abiertamente racista y xenófobo.

Las dudas más importantes previo a la entrega rondaban entre quien se adueñaría del Óscar a la mejor labor masculina y femenina (tanto en reparto como protagónico). El resto de las disputas, parecían resueltas en que “La La Land” se llevaría la gloria. No es solo impresión de unos cuantos: la cinta dirigida por Damien Chazelle (Whiplash, 2014) había arrasado en cuanto festival de cine se cruzase en su camino, lo que indicaba un claro favoritismo para mantener el sendero triunfal trazado hasta allí. Cuando comenzaron a llover las estatuillas en Mejor Diseño de Producción, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora y Mejor Canción Original, el fantasma del fracaso para el musical comenzó a armar las valijas en señal de retirada del Dolby Theatre, Hollywood. Más disipadas parecían las dudas cuando el propio Chazelle fue distinguido como mejor director, algo que generalmente suele venir de la mano con la confirmación como mejor película al producto del premiado director en la última —y más preciada— terna de la noche.

Luego de un discurso en donde Chazelle se presentó notablemente emocionado, no solo por el premio sino por entender que para la Academia el director ocupa un lugar privilegiado junto a otros como González Iñarritu, fue el momento de Emma Stone. Aquella pelirroja que a pesar de sus cortos 28 años de edad ya cuenta con un amplio currículo en las grandes ligas de Hollywood, fue premiada como mejor actriz en rol protagónico. Impredecible para muchos fue todo lo que sucedió a continuación, puesto que cuando la Academia inclina la balanza hacia una película tan laureada este último tiempo como “La La Land”, resulta casi imposible que al finalizar la noche, no sea el mismo film quien se lleve el bañado en oro más importante como Mejor Película.

Fue la icónica pareja de Bonnie & Clyde la encargada de descifrar el secreto que guardaba el ultimo sobre rojo de la noche. Problemas de la empresa que auditó la ceremonia, un Warren Beaty que ya no tiene las mismas luces y la película de los productores Fred Berger, Jordan Horowitz, Gary Gilbert y Marc Platt subiendo a recibir el máximo galardón con la felicidad de quien se lo espera aguardando la confirmación. Revuelo, caos, hombres alborotados con auriculares y comunicadores portátiles que deambulaban el escenario fueron la postal que finalizó con uno de los productores de La La Land disimulando su fastidio al percatarse que la estatuilla que tenía en su mano no le correspondía e invitando al equipo de Moonlight (Barry Jenkins) a recibir su premio.

¿Moonlight? ¡Pero si nos agolpamos en los cines a ver La La Land porque todos pronosticaban su triunfo en la máxima cita del cine Occidental! No solo el televidente se encontró atónito de ver que un espectáculo que nunca falla, falló y tuvo a dos películas recibiendo un premio cuando le correspondía a uno, sino que el asombro fue doble por un desconocido Moonlight al que el espectador raso desconocía hasta entonces. El error a la hora de entregar un galardón no es un hecho inédito, a decir verdad. Basta con remontarse a 1963 cuando el fabuloso Jack Lemmon, presentador de los premios ese año, invitó al escenario a Sammy Davis Jr. para que haga entrega del premio a Mejor Banda Sonora. Al igual que en esta edición, a Sammy le entregaron el sobre equivocado (el de mejor Banda Sonora Original) y terminó por revelar de forma anticipada quien ganaría el siguiente premio de la Academia. Claro está que era una categoría sumamente menor en comparación a la de Mejor Película y que el gran Davis Jr. piloteó a situación con todo su carisma dejando atrás el infortunio y produciendo la risa de los presentes.

¿Por qué Hollywood eligió a una película distinta a la que lideraba los pronósticos en casi todos los portales especializados en cine? Para responder esa pregunta hace falta rever el prontuario del jurado de la Academia para entender la tendencia que influye en cada elección. Se han sucedido ceremonias donde la sorpresa no tuvo lugar: nadie se imaginaba allá a comienzos de la década del 40 que Casablanca no se llevaría la estatuilla en la ceremonia de 1943. Mucho menos en el caso de la cinta de Francis Ford Coppola, “El Padrino”, aquella adaptación de la magnífica obra de Mario Puzzo que en 1973 tuvo al mundo en sus manos. Otro caso fue “Amadeus” de Milos Forman (1984) quien también llegó a la máxima cita como favorita y fue correspondida por el jurado.

No fue casualidad que durante el mandato del primer presidente afroamericano de la historia de EEUU, la temática racial se magnifique viéndose reflejada en las distintas producciones y posteriores categorías a las que fueron nominadas por el jurado. Mientras en las calles del sur del país la policía asesinaba a sangre fría a ciudadanos afrodescendientes

Sin embargo, la rebeldía tuvo igual o mayor cantidad de presencias en la historia de los Óscars a la hora de decidir cuál pasará a formar parte del selecto grupo de las mejores películas según la Academia: es hasta gracioso recordar que en 1942 el premio se lo llevo “¡Que verde era mi valle!” y no la obra de culto “Ciudadano Kane”, un diamante de la leyenda Orson Welles que había obtenido nueve nominaciones ¡y sólo se llevó una! En nuestro tiempo, es aberrante concebir la idea de que la película de Welles no haya obtenido el reconocimiento que merecía. Sin embargo mucho tiene que ver la situación económica y social de aquel Estados Unidos que acababa de insertarse en el segundo conflicto bélico más importante del siglo hasta entonces y el problema que representaba la temática del film, la cual atacaba directamente al magnate más importante de la época, William Randolph Hearst. A Hollywood le llegó la noticia de una grandiosa película a la cual los cines no querían distribuir, le otorgó el privilegio de ser nominada en nueve categorías pero sólo dio el siguiente paso en Mejor Guion Original. Había rebeldía en Welles, compromiso social y técnicas audiovisuales nunca antes vistas, pero la Academia prefirió mantener la compostura en la decimosexta edición y su indiferencia no produjo grandes sobresaltos ante la opinión pública de aquel entonces.

Setenta y cinco años después de aquel episodio, la Academia modificó sus formas a lo largo de todo ese tiempo. Siempre manteniendo el lazo que lo une a la realidad social y política que enfrenta el país que la alberga, pero con berrinches esporádicos. No fue casualidad que durante el mandato del primer presidente afroamericano de la historia de EEUU, la temática racial se magnifique viéndose reflejada en las distintas producciones y posteriores categorías a las que fueron nominadas por el jurado. Mientras en las calles del sur del país la policía asesinaba a sangre fría a ciudadanos afrodescendientes, Steve McQueen subía al escenario de los premios para ser reverenciado por todos los presentes por su obra “12 Años de Esclavitud” (2013). Todos creímos a “The Revenant” (Iñarritu, 2015) como ganadora en la 88° edición ya que contaba con un director adorado por el jurado y un DiCaprio sediento de oro tras varias fallidas nominaciones. Sin embargo el triunfo fue para “Spotlight” de Thomas McCarthy, quien mostró la labor de investigación de un diario local ante los abusos sexuales a menores por parte de miembros de la iglesia en Boston, EEUU.

Bailamos, cantamos y lloramos con la más reciente historia de amor que Chazelle materializó en La La Land. Además vimos a Hollywood retratar al viejo Hollywood, el de Gene Kelly cantando bajo la lluvia, a Bogart y Bergman esperanzados porque siempre quedará Paris. La melancolía millennial por vivir grandes historias de amor en tiempos donde aquello murió tras nuestros proyectos personales. Sin embargo la dupla Gosling-Stone no pudo crear en el espectador el toque que Hollywood busca desde hace algunos cuantos años: sensibilidad social. No fue una falencia de Chazelle ni de la dupla protagónica, simplemente el film no era eso. No fue la historia de un afroamericano ensimismado por el flagelo de un barrio marginal, una madre que no puede controlar su adicción a las drogas y ve a su hijo ser contenido por una pareja de extraños y el descubrimiento de un hombre que sexualmente se ve atraído por otro de su mismo sexo.

Marginalidad racial y homosexualidad en tiempos de Trump. ¿Acaso no es lo que la Academia espera para un largometraje? Lo que prosigue es de esperar: un público que se vuelca a los cines (los cuales reestrenan el film ganador o proyectan una película que no estaba en sus planes) para observar un Moonlight que los golpea, que abre sus mentes a un mundo que les es ajeno y por tanto, nos obliga a generar un compromiso diario ante las injusticias. Será hasta abandonar la sala, o quizás unas cuadras más adelante cuando el efecto se disipe. La Academia, nuevamente airosa, hizo del error el más sublime mensaje. El premio a un Hollywood que se enorgullece de lo que fue y de lo que es. De bailar y enamorarse a sufrir las injusticias sociales. No le fue posible entregar el premio a ambas producciones, pero la humana academia estuvo lo más cerca que pudo de hacerlo.


[button color=»black» size=»» type=»» target=»»]Joaquín Perea. Nació el 11 de Noviembre de 1993 en Santiago del Estero. Estudiante de Ingeniería en Informática. Oscilando entre computadoras y películas. Übermensch[/button]

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