#Notas

Los titanes del orden viril

4 Minutos de lectura

Por Nicolás Adet Larcher.

los titanes del orden viril

¿qué botines esperan ganar?

si nunca un perro mira al cielo.

Los Redondos

 

El 22 de septiembre de 2013, Moisés Vázquez se levanta de su cama porque escucha que alguien golpea con violencia la puerta de su casa. Son las 8:30 de la mañana y su padre, Ramón Vázquez, está durmiendo en el dormitorio. Moisés se acerca hasta la puerta, gira el picaporte y, sin aviso previo, empujan la puerta antes de que él termine de abrirla. De golpe, tres efectivos de la policía aparecen del otro lado y le preguntan a Moisés por su padre, le dicen que lo están buscando. Moisés los mira y les pide una orden judicial, pero los policías no tienen nada en sus manos.

Ramón, que había escuchado todo desde el dormitorio, se levanta de golpe y manotea un habeas corpus que tenía por recomendación de unos abogados de derechos humanos. Porque la policía ya lo había buscado unos días antes para culparlo por un robo. Porque, si la policía lo determinaba, cualquiera podía ser culpable de cualquier cosa que pasara en la zona.

-Que habeas corpus ni que mierda – le contesta uno de los policías.

Y se lo llevan.

A Ramón, decía la policía, lo buscaban por el supuesto robo de un domicilio en el que había trabajado como albañil. En una ocasión, ya lo habían detenido sin ninguna prueba y lo habían tenido 24 horas en un calabozo sin que nadie le tomara una declaración.

El único dato que tuvo Moisés en ese momento fue que a su padre lo habían llevado a la Comisaría Décima de la ciudad capital. En las inmediaciones del barrio de Moisés, entre las casas bajas y las calles de tierra, pronunciar el nombre de la Décima es agitar la inquietud entre los vecinos. La policía es mala palabra. En una reunión entre amigos o familias, la mayoría puede contar algún testimonio sobre su paso por la décima, sobre torturas y detenciones arbitrarias, sobre los gritos de los detenidos por los golpes.

En la Décima hay una piecita con una ventana que da al patio de la comisaría. Es la piecita elegida para las torturas a los detenidos. Hay unas cuantas sillas de plástico, una silla de lona con el logo de Coca-Cola, una mesa con un equipo de música, el libro “La Federal” de Alejandro Guerrero, una hoja con el nombre de Ramón Vázquez bajo el apodo de “Tordo”, una pistola semiautomática Bersa Thunder 9, y un colchón contra la pared. El colchón se usa para tapar la ventana, para no ver. Y el equipo de música para subir el volumen de la radio, para no escuchar. Para que los gritos no pasen de esas cuatro paredes.

En esa piecita torturaron a Ramón, y lo mataron cerca de las 9:30 de la mañana.

Adentro de la comisaría, Moisés y su familia esperan. Mientras corren las horas, ven a policías que van y vienen por el lugar. Susurran cosas, alguno pronuncia la frase “pasó algo grave”. Una mujer sentada comenta que es raro que no dejen pasar a ver a los detenidos a esa hora. Quienes se acercan son recibidos con las negativas de “estamos con un problema”.

Pasarán cinco horas hasta que Moisés descubra por boca de los propios policías que su padre está muerto, que murió por asfixia y que lo dejaron en el Hospital Regional en un móvil policial, que la policía dijo que se descompensó, pese a tener un tono azul en la piel y una marca roja en el pecho, y que ellos no eran responsables de nada.

El informe de la autopsia no acompañará la versión policial y dirá que Ramón no murió por una descompensación. La autopsia dirá que murió por una broncoaspiración gástrica a los 43 años.

 

«Adentro de la comisaría, Moisés y su familia esperan. Mientras corren las horas, ven a policías que van y vienen por el lugar. Susurran cosas, alguno pronuncia la frase ‘pasó algo grave’. Una mujer sentada comenta que es raro que no dejen pasar a ver a los detenidos a esa hora. Quienes se acercan son recibidos con las negativas de ‘estamos con un problema’.»

 

***

Pasaron cinco años desde el día en que mataron a Ramón Vázquez, desde que los medios de la provincia difundieron la falsa versión de que era un delincuente, desde que decidieron no contar cómo la policía torturaba y mataba en los barrios. En ese tiempo, la causa fue tomando forma y el 7 de agosto empezaron las audiencias para juzgar a los nueve policías imputados. Cuatro de ellos fueron detenidos desde el primer día por la jueza Rosa Falco y en esa condición llegaron al juicio. Estamos hablando de Roberto Chávez, Genobio Díaz, Hernán Villarreal y Nazareno Moreno, quienes están a un paso de recibir la pena de prisión perpetua por los delitos de privación ilegítima de la libertad, incumplimiento de los deberes de funcionario público y por torturas seguidas de muerte.

 

Fotografía: Ariana Irastorza.

 

Moreno era el encargado de la brigada, aunque dijo en una de las audiencias que las decisiones que se tomaban eran democráticas. Todos tenían voz y voto. No había una bajada de línea. El riesgo institucional que implicaba estar a cargo de las torturas efectuadas en la comisaría evitaba que una sola persona llevara ese peso. La indagatoria a Moreno posibilitó que se pidieran nuevas penas para imputados dentro del proceso. Hasta eso, ningún policía había decidido hablar y cada vez que la querella hacía una pregunta, los policías apelaban a la mala memoria. Al “no me acuerdo”.

A cinco años, el caso de Ramón Vázquez permite visibilizar y entender cómo funcionan los mecanismos de tortura dentro de las fuerzas de seguridad en democracia y en los barrios de nuestra provincia. Cambian los nombres, pero los patrones se repiten entre barrios y entre provincias. Mientras tanto, las familias como la de Moisés piden justicia.

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