#Ensayos

¿Recuerdan la primera vez que vieron The Wall?

3 Minutos de lectura

Por Victoria Dahbar.

“Daddy’s flown across the ocean / Leaving just a memory”

Another Brick in the Wall – Pink Floyd

“Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo 

Para mostrarle al mundo como era su casa”

Bertolt Brecht.

 

Un niño juega en los escombros de una ciudad y sostiene una bomba creyendo que es un juguete más. La vacía y crea/representa justicia sin saberlo. ¿Cuánto creamos/representamos antes de saber? ¿Cuánto vaciamos? La inocencia es sostener una bomba y no saber nada sobre los efectos que puede causar. La acción es la inocencia de no saber jamás qué viene luego. La ciencia ha luchado contra lo impredecible de la acción, el conocimiento también lo hizo. La bomba atómica nació de nuestra pretensión de ser mejores. Lo que llamamos “mejor” es el invento más terrorífico de todos. 

 

La primera vez que vi The Wall sentí el contacto de mis fibras, las más íntimas, con el mundo. Como si el muro propio, por entero, se hubiese derribado. Sin la necesidad de rever cada tanto la película, puedo escribir – y entender – sobre el río de metáforas que atraviesa nuestras vidas. Una vez que algo toca tus fibras nada vuelve a funcionar del mismo modo. La historia es una historia de los toques. 

¿El efecto clave de una obra de arte? Que cambie el mundo perceptivo para siempre. Mirar en los efectos ha de ser atravesar por los clásicos y pensar el tiempo, porque aquella obra vuelve una y otra vez a producir en seres históricos y distintos el estremecimiento y la dicha, o la angustia, o el placer, pero en fin; un tipo de purificación, una experiencia que renueva. Que permite, de algún modo, volver a nacer. Romper algo y mirar entre las líneas de lo roto un mundo antes desconocido. Todo lo que abre un mundo posible nos permite apropiarnos de la experiencia de la vida. 

La gran metáfora humana es solo comunicable a través del arte. La simbología interrumpida, la falta, lo que no llegamos a expresar.

The Wall es una obra fundamental no solo por su belleza musical y lo sublime de su imagen. Hay más. Hay una fusión del mundo fenomenológico con denuncias políticas y del mundo existencial enramado en eterno retorno. Las guerras no solo atentan contra cuerpos y poblaciones enteras. Atentan también contra su historia. Dejan a generaciones zambullidas en la más dulce melancolía. Los períodos de normalización siembran terror. Y el terror es un alimento traidor. Pienso en el protagonista, en su contexto y en que ¡al fin! su muro propio logra derribarse. Hablamos de la sensibilidad. De volver a lo humano, a lo demasiado humano y sufrir más. Poder abarcar la existencia con ese sufrimiento. Y danzar ante la vida, igual. Pienso también en la escena final porque no solo sucede que la historia se repite sino que, lo peor, no podemos hacer nada con ello. Constituidos en la guerra misma, las preguntas existenciales de esta obra atraviesan y desgarran a los más interesados en la ética. ¿Cómo lograr escapar de lo peor de nosotros mismos? Nuestra inocencia fecunda nuestro poder de acción y de la acción la contingencia es hermana. Por eso la flor en la oscuridad.

Las lecturas más significantes de la historia se hicieron abordando los efectos. Por eso sostengo que el efecto que The Wall les dejó debiese ser lo que más se atienda. A mí me enseñó que no hay otro modo de relacionarnos con la realidad del mundo que no sea a través de la metáfora. Después leí a Nietzsche, pero primero fue The Wall. Derribó mis muros. Me regaló sensibilidad. Me amigó con la contingencia. 

La familia, el gobierno, la educación y el sistema social. Instituciones que nos constituyen y de las que no podemos escapar. La autoridad que nos corrompe y que nos identifica. Que nos realiza. Que hace a nuestra identidad. ¿Puede el ser humano vivir sin ser parte? ¿Es el deseo de ser el Todo, de ser Dios, nuestra gran contradicción? 

Cabe, de todos modos, denunciarnos constantemente. Nos agota ser nuestros propios vigilantes. ¿Hay otro modo de ser un sujeto ético?

La paradoja es que primero fue el padre. ¿O la madre? ¿Acaso es aquí donde habita la tensión?

Las flores tienen sexo, fecundan la vida pero la vida lleva consigo la oscuridad del espacio. 

Qué hay de malo en la oscuridad después de todo. ¿A qué le tenemos tanto miedo? Todo lo que nos lastima está a la luz. Deseamos sacarnos los uniformes de una buena vez, estar desnudos, pero realmente, ¿sabe alguien estar desnudo ante el mundo? La desnudez es otro invento que añora la transparencia inexistente de nuestra especie. Y de todas las cosas. Es así como el gran ojo nos puede ver mejor. ¿Para qué queremos ver? ¿Qué queremos controlar?

The Wall profundiza en las preguntas más esenciales. Una incomodidad que tendrá de valiosa el ser posibilitadora de una mayor reflexión personal. Entonces, obra de arte, sí. Ética, también.

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