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La poesía santiagueña en discusión

18 Minutos de lectura

Por Ignacio Ratier.

Los últimos datos publicados por el Sistema Nacional de Información Cultural de la Argentina (SInCA) indican que la poesía sigue siendo el género menos consumido del campo editorial: el 1,2% de los lectores leen poesía habitualmente y el 14,6% leen «de vez en cuando», según las encuestas realizadas en 2017. Sin embargo, en buena medida, las nuevas producciones literarias en Santiago del Estero (la periferia geográfica) corresponden a dicho género (la periferia literaria).  Tal es así que, desde hace algunos años, los medios gráficos tradicionales han comenzado a ceder espacio a las nuevas voces de la poesía, y se han realizado ferias (oficiales e independientes) con exposiciones de productos de editoriales locales que vieron la luz en los últimos años.

Esto ha traído consecuencias. Por ejemplo, se ha vuelto parte del sentido común denonimar «jóvenes poetas» a quienes realizan su búsqueda literaria a través de modos emergentes, mientras que se ha trazado una divisoria de aguas entre los que observan un boom rupturista en el campo literario y los que sostienen que el fenómeno es demasiado incipiente como para asumir posiciones optimistas. Las miradas disímiles acerca del estado del arte de la poesía en Santiago del Estero y la problemática demarcación generacional para dicotomizar el tipo de producción literaria invitan al debate. Por eso,  Subida de Línea conversó con Gaby Yauza (escritora y editora en Perras Negras), Claudio Rojo Cesca (escritor y ex editor en Larvas Marcianas), Gabriela Álvarez (abogada y poeta santiagueña radicada en La Plata) y Soria y Obes (colaborador en este medio) para problematizar estas cuestiones. Se les consultó por la categoría «jóvenes poetas», la legitimación con la que cuenta el género en la provincia y sus miradas acerca del campo literario local. A continuación, sus intervenciones.

Gaby Yauza

Hay muchos sentidos en juego cuando se habla de poetas o escritores jóvenes. En principio, configura un panorama con divisiones etarias, y luego, se dan por sentado características. La rebeldía o la ruptura, por ejemplo, no son características privativas de la juventud, tanto como el conservadurismo no lo es de la adultez. Conozco chicos que desarrollan una escritura rebuscada, barroca, “a la manera de”, no hay proyecto de ruptura con respecto a nada ahí. O tal vez sí, habría que ver con qué. Entonces, hablar de poetas jóvenes, como categoría de análisis o simplemente como una manera de aglutinar, me parece pobre, un criterio cómodo, superficial. Tal vez funcional a los tiempos de producción de los medios, pero, poco propicio para una mirada crítica y reflexiva.

Me parecería más interesante describir otras dinámicas: quiénes publican, cómo, dónde, qué espacios de circulación tienen las publicaciones, cómo fueron cambiando según los contextos socio-económicos. Creo que en estos rastreos saldrían a la luz las relaciones entre los escritores de distintas generaciones, las tensiones, los imaginarios que definen cada espacio. Para algunos respeto es algo cercano a la idolatría, para otros, es algo que se comparte en la militancia. En este aspecto me quiero detener. Cuando hablo de militancia, me refiero a la convicción que comparten algunos escritores sobre la necesidad de afianzar un trabajo colectivo, solidario y regional. Y esta mirada no sólo tiene que ver con la tarea de gestión. Explorar escrituras que den cuenta de subjetividades atravesadas por las nuevas tecnologías, por los consumos culturales de la época, nostalgias de dinámicas ajenas, de otros mundos posibles, es una manera de decir y de desear. Y estas maneras son tomas de postura. Históricamente, muchos de nuestros referentes, además de músicos, escritores, cineastas, arquitectos, dibujantes, han sido militantes de ideologías precursoras, de maneras de ver y contar el mundo. Pienso en un Rodolfo Walsh, en Oesterheld, en la poesía de Jacinto Piedra, y un montón de otras referencias.

La legitimación social, me atrevería a conjeturar, viene más de la militancia que de la escritura en sí. Lo que circula y se lee, es lo que se milita. Es toda una tarea la de armar lecturas, sostener un stand en una feria, hablar con la gente, ofrecer libros, leer en las escuelas. Sobre este último punto, me gustaría destacar la tarea que realizan algunos profesores de Lengua y Literatura incluyendo en sus programas, lecturas de escritores fuera del canon académico, que es un corpus medieval, más o menos. Son asuntos pendientes que en algún momento sería interesante abordar, la relación de los ámbitos académicos con los escritores.

Volviendo al punto de la legitimación, creo que el gran mérito de los escritores posjuarismo (ahí te tiro una variable de análisis posible) ha sido correr los mecanismos de legitimación. Participan poco de concursos, puesto que, desde un vamos, no comparten ni la temática de la convocatoria, ni los criterios de selección del jurado y, en algunos casos, tampoco comparten las políticas culturales de los organismos convocantes. Entonces, ¿qué legitimación puede ser posible desde esos lugares? Mayor legitimación genera un bar colmado que un primer premio. La legitimación viene también de integrar catálogos regionales de editoriales con las que se comparte políticas de gestión y estéticas. Otro mecanismo de legitimación para mencionar es la presencia en ferias y eventos culturales, cada uno con sus perfiles. Los medios de comunicación tradicionales, diarios más puntualmente, no me parecen mecanismos de legitimación, más bien funcionan como estrategias de difusión. Los diarios no suelen tener criterios estéticos en la instancia de selección del material que van a publicar. Suelen ser heterogéneos y accesibles.

«El gran mérito de los escritores posjuarismo ha sido correr los mecanismos de legitimación. Participan poco de concursos, puesto que, desde un vamos, no comparten ni la temática de la convocatoria ni los criterios de selección del jurado y, en algunos casos, tampoco comparten las políticas culturales de los organismos convocantes»

Con respecto a la escena santiagueña, los agentes culturales todavía tenemos una gran deuda que tiene que ver con la humildad, para dejar de lado egos insólitos, y la honestidad, para dejar de lado gestiones ventajeras y dañinas. Hablo en general, no sólo de escritores, sino también de músicos, de la gente de teatro, de la gente de audiovisuales, de las artes plásticas. Sin embargo, hay espacios que propician la gestión respetuosa, solidaria, con proyectos culturales creativos, elaborados con fundamentos, que potencian el arte de las personas. Creo que esos espacios se merecen no sólo nuestro apoyo, sino también, sobre todo, nuestra militancia. Y esto último me parece suficiente para ser optimista.

Claudio Rojo Cesca

Creo que la etiqueta de jóvenes poetas ha dado problemas en nuestra provincia porque rápidamente la asociamos a un lenguaje y no tanto a un grupo etario. Me ha servido más hablar de poetas sub 30 o sub 40 o sub lo que sea. El tema es que para quienes nos hemos acercado a la poesía desde los márgenes, sin orientación de canon, nos tienta referir como jóvenes a los autores que se apartan de lo más abrasivo de la tradición. Para mucha gente de mi generación (tengo 34 años), la tradición santiagueña, en la música y en las letras, ha sido asfixiante, no solo porque nos abducía a un deber ser de las formas y el contenido, sino porque nos alienaba de nuestra experiencia con las palabras, el cuerpo y la cultura.

Hablo de hechos muy concretos, como por ejemplo que durante un año el centro de estudiantes de mi escuela no haya permitido que toquen banditas de rock de los propios compañeros porque consideraban que su música “no respetaba las raíces de la música de la provincia”. Ese germen estuvo dando vueltas mucho tiempo, generando efectos y apartando a quienes no se consideraban parte de la hegemonía. Si la poesía santiagueña se ha dado a la divulgación con tanta facilidad en los últimos años, también es gracias a las voces que han tenido el coraje de sintetizar experiencias más próximas a la manera de ser de un lenguaje que nos atraviese, sin pretender quedar bien con ninguna iglesia y ningún museo. Reconocer eso, qué de nuestro lenguaje nos aliena y nos hilvana, es, según entiendo, lo más importante para que la poesía sea vibrante y genuina. Inevitable recordar con una sonrisa la desafortunada declaración de Nassif el año pasado en un medio tucumano. Aquello de que “faltan voces jóvenes en la poesía argentina”. En esos días presentamos el pomeario de Andrés Navarro, publicado por una editorial de Córdoba (Nudista). El libro se llama “Historia universal de Santiago del Estero”, casi como una mojada de oreja a tan mezquina declaración. Lo más fácil, desde luego, para quienes se sientan propietarios de cierto capital simbólico, es negar públicamente las voces emergentes, quizá porque son, llamativamente, las voces que no hablan de ellos y no glorifican lo que hicieron. Además: ¿puede alguien realmente no ver la cantidad de autores y autoras con menos de cincuenta, de cuarenta, de treinta y hasta de veinte años que producen hoy en día? Hay que tener muchas, muchísimas ganas de no ver qué pasa en otras veredas.

El tema de la legitimidad es algo que escapa a mi manera de pensar la poesía. Me parece interesante, sí, que al hablar de “lo social” como un campo de legitimación nos animemos a un territorio que excede a la academia. No me gusta ser paternalista con los lectores. Ellos saben cuándo algo los conmueve. ¿Qué nos van a decir? ¿Que no nos copemos con Blatt o Lezcano porque en algún momento existió Borges?. En nuestra provincia hay sectores que evalúan con demasiada circunspección el hecho poético. Hay mucha trascendencia aspiracional y muy poco baile, poca cumbia, poco rock&roll. La poesía también tiene que ver con un excedente en nuestra capacidad de racionalizar nuestra relación con las palabras que nombran al mundo. La poesía que me importa a mí, al menos, la que arma un pogo en tu cabeza y se lleva puestos todos los umbrales de tu capacidad de sentir.

«En nuestra provincia hay sectores que evalúan con demasiada circunspección el hecho poético. Hay mucha trascendencia aspiracional y muy poco baile, poca cumbia, poco rock&roll. La poesía también tiene que ver con un excedente en nuestra capacidad de racionalizar nuestra relación con las palabras que nombran al mundo»

Con respecto al tema de los legitimadores en la provincia, puedo decir lo siguiente: admiro a los poetas que no se ponen en adopción. Gente que no se ampara en nombres y apellidos de tipos que han pasado la vida autogestionando una supuesta fama. Esa idea de legitimidad que dan los papilos y las mamilas en Santiago es la que, como lector y escritor, combato. También está esa otra legitimidad que pretenden administrar ciertos formadores, que cuando sienten que se les mueve el gacebo salen a nombrar autores, escuelas, tradiciones y movimientos, como si la poesía tuviera que tener bocas para cada anzuelo. Veo en eso un gesto de élite: “Nosotros somos los que sabemos y los que decidiremos cuál literatura será la que perdure y cuál no”. De última: ¿qué cosa creemos que la trascendencia nos debe para que nuestro proyecto sea perdurar de ese modo? Está bueno escribir sin el cepo narcisista de querer engraparse a la historia. Y, además, siendo Santiago del Estero tan pequeño, no es difícil darnos con la sorpresa de que, en algunos casos, los legitimadores terminan siendo, literalmente, parientes de los legitimados. ¿Qué han hecho esos espacios (considerados por sí mismos “de legitimación”) que funcionan hace décadas en Santiago además de inaugurar sedes, vaciar la diversidad y ejercer privilegios en Ferias? Con todo, es saludable que mucha gente haya empezado a escribir en los márgenes de estas parroquias, precisamente porque sus referentes han elegido mantener la poesía más cerca de los museos que de la vida. Y repito, que a las voces emergentes las lean en todo el país es el indicador más claro de que la vía era apartarse de estos espacios.

Hay una película entrañable para la infancia de mi generación: Jurassic Park. La trama es harto conocida: un grupo de genetistas recrean, en un parque temático, la vida prehistórica. Uno de los personajes, escéptico de todo el proyecto, pronuncia lo siguiente: “la vida se abre camino”. Lo mismo pasa con la poesía. Que a nuestros autores sub 40 se los lea, desde hace algunos años, en el resto del país, no ha dependido de las agendas narcisistas de ninguna iglesia. Es el laburo y el acompañamiento constante de escritores, gestores y lectores, y, sobre todo, la capacidad de crecer que tienen los autores comprometidos con el acto creativo. En esto no tiene parte ni la erudición academicoide ni la ignorancia rebelde de nadie. El artista es otra cosa, se constituye por una infinidad de variables, y hablar de eso implicaría otra conversación. De todos modos, y ya que traje el ejemplo de Jurassic Park, me gusta su moraleja más obvia: no está bueno clonar dinosaurios. Hay que escribir y generar espacios para compartir y militar la cuestión. Y eso es lo que hacemos. La institucionalidad que anda por fuera de eso, francamente, medio que la mira por tv.

 

Gabriela Álvarez

El sentido que yo le doy al término poesía joven tiene que ver con lo nuevo. Para mí “lo joven” alude a voces que logran ingresar a un ámbito que se encontraba con un cierto orden de funcionamiento. Me refiero a que lo “nuevo” viene un poco a alterar ese espacio. Pienso que pasa en muchos ámbitos del arte o de la vida. “Lo joven” en este marco se vuelve así como algo disruptivo e incluso diferente. Pienso en lo disruptivo sin ser necesariamente mejor ni peor a lo anterior, sino como algo en donde comienza otra manera de hacer las cosas, otra conjunción de elementos, aspectos diversos que modifican lo estético, la práctica, el mensaje o el contenido de un discurso, y el resultado.

Y, más específicamente, con respecto a la poesía sí creo que hubo un proceso de reapropiación y alteración en sus formas e intento verlo como la expresión de un fenómeno global. Las grandes ciudades están siendo focos de creación artística y de discursos que trascienden los límites de lo que se podría identificar como una “identidad nacional”. Creo que lo cosmopolita en ese sentido impregna las prácticas y los discursos en muchos sentidos. Y en “la poesía joven actual” noto que se plasma de un modo singular o subjetivo, ideas, sensaciones o sentires globales. Me sucede de leer poesía contemporánea de diferentes países y notar ciertas conexiones en el uso del lenguaje, en lo estético e incluso en lo discursivo.

Sin dudas internet  ha revolucionado nuestro modo de comunicarnos y a la vez nos imponen formas de contemplar y organizar la realidad.

Siento que las generaciones anteriores tienen cierta negación con lo “nuevo”. Y lo escucho en diferentes lugares. Y pienso que a veces ni siquiera pasa por un plano de las ideas o de lo ideológico, pero sí creo que es un aspecto político y a la vez algo intrínseco del “ser”. Es poesía o no es poesía, es a veces la discusión. Creo que desde el momento en que algo “está siendo” hay que dejar de negarlo. Y ese es un paso importante para conquistar un espacio y para marcar un camino que no sea de exclusión sino más bien de diversidad. Creo que la marginalidad de la poesía es política también, y a veces esa marginalidad no se refleja con el compromiso que existe de quienes creemos en ella.

En mi caso, de todos modos, he comenzado mas bien tarde a leer a los/as poetas contemporáneas. Simplemente creo que son caminos diferentes por donde uno anda y desanda sus búsquedas.

Y con respecto a Santiago del Estero, creo que es necesario aclarar que hace mucho tiempo me he ido de la provincia. Y pienso que la escritura está marcada por la experiencia personal, y por la perspectiva social y política con que se reflexiona, hace y dice. El profundizar mi proceso con la escritura y hacerlo de un modo más consciente y comprometido, si se quiere, me llevó a abrirme un poco más hacia lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Y en ese sentido, aprendí mucho de lo que estaba sucediendo en la provincia. Vi cierto espacio de producción que no conocía en otros momentos. Espacios más colectivos, tal vez, que le imprimen al hacer cierta “identidad”. Ya sea en el campo mismo de la escritura, de la edición, de la difusión, de la transmisión. De todos modos creo que eso está cambiando constantemente, se hace y se deshace, hay intención, motivación y rupturas, movimientos de la palabra, caos, y necesidad de liberación. Eso se plasma en diferentes formatos a la hora de ver y materializar el cómo trasmitimos la poesía. Siento que todo pasa de un modo más rápido y efímero, pero sostenido a la vez. Y ese aún es un hilo que nos encuentra.

Creo que como mencioné a veces lo que “falta”, las ausencias, lo que no se hace, lo que no logra resultados esperados, tiene que ver con la otra cara de la misma moneda. Con las dificultades con que nos enfrentamos para proyectarnos individual y colectivamente en este ámbito artístico y literario.

No me gustan mucho las dualidades. Pero como proceso pienso que algo intenso existe, al menos en lo personal lo vivo así. Y esa intensidad no es individual, deviene y se expande al ser compartida, aprendida, en la escucha, en las proyecciones y en la creencia del hacer. La poesía se vuelve no sólo una expresión estética sino la materialización de cierta vitalidad y deseo de crear realidades. La creación es una necesidad transgresora en todos los ámbitos. Y es transgresora desde que atraviesa órdenes tan complejos como el tiempo, la existencia, lo territorial y la historia. Ojalá esa intención y creación nos sea favorable a la hora de pensar en las relaciones de poder que involucra y en las intenciones políticas que la motiven.

«La poesía se vuelve no sólo una expresión estética sino la materialización de cierta vitalidad y deseo de crear realidades. La creación es una necesidad transgresora en todos los ámbitos. Y es transgresora desde que atraviesa órdenes tan complejos como el tiempo, la existencia, lo territorial y la historia»

Soria y Obes

A los fines analíticos postular una poesía joven es algo bien distinto a una demarcación generacional. Producir el corte etario y decir: de aquí hasta aquí son los límites de la generación, es bastante sencillo. Pequeños y más grandes proyectos editoriales se montaron sobre esta demarcación, y no está mal, así como en el fútbol hay categorías sub 20, sub 30, los escritores también pueden agruparse bajo la categoría joven, e incluso subdividirse en sub 20, sub 30, etcétera. Quiero decir con esto que es mucho más fácil proponer una antología de poetas jóvenes que otra bajo el título poesía joven. Alguien podría decirme que poetas de veinti tantos años qué otra poesía escribirán sino una poesía joven, y es legítimo este punto de vista. Lo es mientras no problematicemos la condición de joven de esa poesía y aceptemos la raya sociológica como el método correcto. ¿Qué pasa, por ejemplo, con alguien que escribe poesía escolar; una poesía de relleno con giros cursis muy propios de los actos escolares? Esta poesía es eterna y como tal su práctica destinada a encarnarse en cada generación: ¿qué nombre le pondremos?, ¿será joven porque independientemente de considerar si es buena o mala poesía está escrita por alguien joven?, ¿o no será joven porque independientemente de si es buena o mala poesía, y producida por jóvenes, resucita formas y temas ya vistos?

El dilema se nos plantea al primer paso, es inevitable. Y ojo que se ha quitado a propósito definir qué entendemos por poesía, porque directamente renunciaríamos al proyecto hipotético de la antología. Para que quede claro: en todo este lío, lidiamos con valoraciones; y las valoraciones, hasta aquí ha llegado la división del trabajo, requieren de un partícipe necesario (y suficiente?): la crítica. Cualquier producción cultural tiene su tribunal ad hoc, y cuando el campo no está lo suficientemente constituido es posible pensar en varias cuestiones. Una de ellas es el valor de estos «tribunales» en tiempos donde las actividades críticas están articuladas, o no, al uso de las plataformas sociales. Es interesantísimo este aspecto porque buena parte de la producción poética, de los jóvenes especialmente, o sea la materia de análisis de la crítica, se publica en estas plataformas y queda abierta a la mirada del gran público. El gran público forma parte del cambio de sistema; hagamos de cuenta que hoy tenemos un juicio por jurado, digo, por la ampliación del número de quienes evalúan la pieza artística, y no sólo eso, esas mismas voces, esa construcción coral, aplica un sistema de sentencias casi en las antípodas del discurso crítico y con la misma eficacia. Tampoco nos hagamos ilusiones: el público de la poesía es reducido y ese gran público que opina a través de likes y emoticones, un Otro a la medida del yo o en la medida en que el yo encuentra a través del otro los avales del propio valor, reproduce por canales nuevos un circuito de validaciones que hoy por hoy son importantes.

«El gran público, esa construcción coral, aplica un sistema de sentencias casi en las antípodas del discurso crítico y con la misma eficacia. Tampoco nos hagamos ilusiones: el público de la poesía es reducido y ese gran público que opina a través de likes y emoticones, un Otro a la medida del yo o en la medida en que el yo encuentra a través del otro los avales del propio valor, reproduce por canales nuevos un circuito de validaciones que hoy por hoy son importantes»

No perdamos de vista que estamos por la elucidación de cuáles son los valores (formales, ideológicos) que puedan fundamentar que una poesía sea considerada joven. Esto es crucial. Lo es porque exige que saltemos el cerco estadístico y biológico de la edad y nos metamos a construir conceptos, comparaciones, todo un trabajo cualitativo que requiere un entreno con esas herramientas. Y si me preguntas quién es el idóneo para hacerlo, sin dudarlo digo que los críticos. Los críticos culturales, literarios, los críticos de poesía, no importa el título con el que se encare la tarea, pero es necesario que a la par de una producción social del arte, de la poesía en este caso, exista un campo de la crítica constituido, fértil.

No estoy en condiciones de decir cuál es el estado de la crítica literaria en la provincia, pero me cuesta aceptar la petición de un crítico, de un Andrés Rivas para leer a nuestros poetas jóvenes, como soltó Mario Lavaisse en una entrevista, dando por hecho un par de cosas que no son para nada evidentes. Lo primero es la posición de valor desde donde se enuncia la demanda: oigan, nosotros escribimos bien y nos merecemos a Andrés Rivas. Merecemos un crítico acreditado y si no es a él a otro con la misma competencia. Creo que eso es lo que quiso decir con el reclamo. Y esto ocurre siempre que uno tira el centro y va a cabecearlo, estoy exagerando, es figurado, pero pasa que cada función tiene su perspectiva y la tentación a legitimarnos abusando de la posición es grande.

¿Puede un poeta ejercer la crítica y en este punto subrayar la atención de la crítica profesional a una obra, la de sus congéneres, que aún no la han registrado?. Por supuesto que puede hacerlo, la crítica literaria no es un monopolio de los profesores o doctores en letras, la membresía no está objetivada en estas profesiones. Es lo de menos. Lavaisse pegó un mangazo asumiendo el lugar del acreedor: el poeta hace de crítico porque la crítica está vacante. No hay crítica; me explico mejor: no hay crítica del nivel -Rivas cumple el papel del prestigio de la crítica o al revés- que puede satisfacer la justicia del reconocimiento. Porque eso está presente en esa entrevista grupal (https://www.elliberal.com.ar/noticia/416171/poesia-cargada-futuro), no sólo a Lavaisse se le pregunta sobre la actualidad de la poesía de la que son parte. Quieren indagar en la realidad de un deporte y van a un club al que le atribuyen (editorialmente) la representación de toda la actividad. Sé que las intenciones de esta iniciativa son buenas, pero bajo esos presupuestos lo que se obtiene es de un valor muy relativo.

Vuelvo a la incitación inicial: pedir una crítica de tales y cuales características da por supuesto un valor intrínseco que no está justificado. O sí; el itinerario que proponen a los escritores (jóvenes) resulta una invitación a la autopromoción; es una oportunidad que el periodismo cultural no regala habitualmente y lo aprovechan hasta el último. Es así. Recuerdo la frase de Lavaisse porque provocadora como es, fue tomada para titular la primera entrega de la entrevista. Esteban Brizuela la había posteado en su muro (de Facebook) para generar un debate; pensaba realmente que Rivas podía seguir el ejemplo de (Beatriz) Sarlo de leer a las nuevas generaciones y oficiar de acomodador privilegiado de los lectores, de los que nos sentimos parte. Lo discutimos. A mí me sigue pareciendo raro aplicar esos paralelismos entre medios culturales marcadamente distintos. Y aparte porque aquí hay críticos que hacen muy bien su trabajo y no dudo que leen los trabajos de los escritores jóvenes. Por esos días circuló un audio con una entrevista radial que le hicieron a Eve Salvatierra y a Ramón Chaparro, este último planteaba, lo recuerdo con mucha gratitud, a las producciones populares y al folclore entre ellas como un foco de interés para el trabajo crítico. Me pareció de una gran lucidez y generosidad llamativa. Estaba retomando el trabajo arqueológico de Di Lullo, con el agregado de la crítica literaria aplicada a fenómenos contemporáneos. Ahí entran las letras del folclore, de la chacarera, toda una producción que no ha merecido, que yo sepa, una atención de la crítica.

Digresión: las letras del folclore vienen de lejos, en lo que innova Chaparro es en darles un trato noble, hacerlas objeto de una mirada profesional que supera la condición de relleno de una melodía. Por eso veo con buenos ojos la presencia de una crítica especializada, ¡ojo!, no digo que sea capaz de fabricar objetos que no existen o de rediseñar propuestas literarias desde abordajes sofisticados, nada de eso, digo simplemente que es necesaria para la regulación del campo; sin acomodadores, sin organizadores críticos del trabajo artístico nos quedamos un poco en penumbras, con suerte hacemos mal el trabajo y usurpamos el rol. Es lo que pasa cuando no tenemos un ojo extraño que nos tome la foto: nos hacemos la selfie. Es un documento auténtico y autogestionado pero no tiene afuera, tercero, otro, y lo más probable es que terminemos enamorados de ella.

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