#Entrevistas

Julián López: «creo que uno escribe para hablarle un poco a los gritos a su propia contemporaneidad»

9 Minutos de lectura

Por Ignacio Ratier.

Julián López (1965) nació en Buenos Aires, es autor del libro de poemas Bienamado y, además, ha integrado diversas antologías. En el año 2013 publicó Una muchacha muy bella (Eterna cadencia), elegida novela del año por Revista Ñ, y luego editada en Holanda, Francia y Estados Unidos. Este año, Literatura Random House publicó su nueva novela, La ilusión de los mamíferos, la cual fue muy bien recibida por la crítica. Subida de Línea conversó con él sobre su última publicación, cuya apuesta por un estilo que se nutre del lirismo y una alta intensidad poética, hacen de López un autor al que hay que prestar atención.

 

***

Me parece que es de esos libros que exigen más de una lectura.

Vos sabes que me dijeron eso, “lo terminé y lo volví a empezar enseguida”.

¿Cómo sostener esa intensidad poética a lo largo de una novela? Uno lee la primera página y piensa que lo que está ahí puede, tranquilamente, funcionar como un poema.

No sé exactamente cómo se hace o cómo hice. Pero cuando el texto empieza a aparecer y cuando el texto tiene una textura poética o tiene una musicalidad importante, después es entregarte a eso y cuidarte del registro, del tipo de palabras que utilizas, que nada desentone demasiado con eso. Y cuando relees lo que escribiste, empezás a trabajar en eso. Es aceptar el tono que empieza a tener el texto. Cuando estás escribiendo algo, no usás cualquier palabra, a eso que estás contando le corresponden palabras determinadas. Entonces es colegir el tipo de palabras, el registro que utilizas; escribir es eso siempre, me parece.

En un pasaje el narrador dice que en el momento de la separación se abre una grieta por la que empiezan a caer los recuerdos. Noto algo proustiano en el modo en que avanza la novela, un ejercicio en el que los recuerdos que aparecen están unidos, quizás, por el dolor que produce esa separación.

Sí, sí, lo dice, no recuerdo exactamente cuando, esa cosa como si la memoria se descongelara a partir del evento de la separación. Creo que incluso son recuerdos de la infancia los que empiezan a aparecer. Me parece que, en ese sentido, la separación, en el libro, y lo que hace el narrador protagonista, esto de hablar y contarle al otro lo que vivieron juntos, cosas que el otro se supone que ya sabe, es un ejercicio sino de memoria de poner en palabras lo que fue para que eso que fue sea definitivamente verdad. Viste que dice: “hasta que yo no pueda contar esto, esto no va a ser ficción, y en tanto no sea ficción no va a existir y si no existe yo no puedo salir de acá, no puedo olvidar”. El relato es una estrategia, sino de olvido, para poder salir de ahí. El tipo comienza el libro diciendo “ahora voy a almorzar con vos y te voy a contar”. Es una estrategia para empezar a poder olvidarlo.

Mencionabas los recuerdos de la infancia. Pensaba que ahí hay una forma muy sutil de tocar el tema de su homosexualidad, sin ser explícito.

No sé si específicamente la cuestión de la homosexualidad, en realidad eso está más presente en el recuerdo de la abuela, cuando ella en la mesa familiar lo defendió de algo que él todavía no conocía de sí mismo. Él dice algo así como “mi abuela me pudo ver”. Con los recuerdos del padre, me parece, pasa otra cosa. Otra vez, el tipo de vínculo que tuvieron, muy mediado por el silencio y por el misterio que es la relación entre dos varones.

 

Ilustración: Junco Gómez.

 

Tienes un compromiso político que se ve claro en tu forma de participar en las redes sociales. Sin embargo, en este libro, que es muy político a mi modo de ver, la política no tiene un lugar predominante, al contrario de tu novela anterior.

Uno podría pensar que cualquier novela es política y a mí me parecía que el narrador de la novela empezara diciendo “no soy un oficinista” es una decisión política. Como si dijera “yo no voy a hablar de las identidades”, como si se estuviera rebelando al sistema de identidades. Me parece que es lo más político que tiene la novela, una novela que habla del amor entre dos varones pero que no aborda la cuestión gay. Era algo que a mí me importaba mucho, yo no quería hablar de la cuestión homosexual. Quería hablar de la posibilidad del amor o del encuentro amoroso entre dos varones.

Yo noto, por lo menos en la literatura que consumo, que los encuentros entre dos personas suelen tener como eje una frontera difusa entre lo erótico y lo pornográfico, es algo muy común. Y en la novela hay imágenes de este tipo, sin embargo, pareciera que el centro está en un lugar más espiritual.

Cuando me di cuenta que lo que estaba apareciendo es una novela de amor, me puse la condición de que tuviera escenas fuertes de sexo. No quería estilizar nada ni que fuera una historia de amor entre dos varones que no se tocan y no se besan. Busqué mucho la escena sexual fuerte. Lo que pasa es que sí, contadas por el narrador, son escenas que están irradiadas por dos cuerpos que están enamorados. El sexo está atravesado por la mirada amorosa. Por ejemplo, la escena más fuerte es cuando él espera al otro, angustiado, en el living y el otro entra y lo encuentra así: esperándolo, angustiado. Ahí hay una referencia a la película de John Cassavetes, Una mujer bajo influencia, cuando él le dice “te estaba esperando, Cassavetes”. Es la escena más larga y contundente de sexo, donde directamente cogen y el lenguaje se pone un poco a tono, pero es una escena de sexo atravesada por la historia de ellos dos.

Luego está la decisión de escribir en segunda persona, no es algo fácil de lograr, por lo general, el escritor evita llegar a eso. ¿Qué lecturas te llevaron a la segunda persona o qué modelos tenías a mano para trabajar ese tipo de narración?

No tenía modelos o referencias, lo tomé como un desafío poder escribir en segunda persona. En general me resulta muy difícil que eso se logre bien, es decir, que no se sienta como un aspaviento de escritor, porque la segunda persona tiene algo muy aparatoso si no está laburada, si no sacás cualquier tipo de referencia que todo el tiempo esté subrayando el artificio, queda realmente muy artificial. Entonces me interesaba la idea de ver si lo podía lograr y a la vez tenía que estar atento a eso. Me acuerdo que en un momento de la escritura había puesto algo como “vos entraste por la puerta y vos me dijiste”, cuando lo releía me daba cuenta que yo no podía hacer esa apelación, porque eso ya implicaba la segunda persona. Era “entraste y me dijiste”, directamente. Entonces, eso que aparecía en la escritura naturalmente tenía que estar calibrándolo en la lectura y en la corrección. Fue bastante desafiante.

¿Cómo es tu relación con la escritura?

Bueno, tengo una relación muy neurótica con la escritura. Soy de esos escritores que tienen todas las mañas, me cuesta mucho sentarme a escribir, necesito mucho tiempo de acumulación mental, incluso cuando finalmente empiezo a escribir un texto me doy cuenta: “ah, esto lo vengo pensando hace mucho”. Me angustia escribir, no quiero, entro y salgo, procrastino, lo dejo estar, hasta que, no sé bien porqué, no sé qué es lo que pasa, algo empieza a aparecer, como con más fluidez y es una cosa muy feliz. Después, cada texto es diferente.Con Una muchacha muy bella  fue muy feliz, en el sentido de que fue una escritura muy veloz, muy continuada y muy lisa. Con esta última novela fue mucho más interrumpida, más ardua.

He leído a algunos escritores sostener que el proceso de escritura no tiene nada de placentero, lo relaciono con lo que me dices de la angustia.

Para mí tiene muchos momentos que no son placenteros, pero hay un momento, cuando es placentero, que es incomparable. Cuando empieza a suceder la escritura, es decir, que te empiezas a despegar de la idea del terreno demasiado incierto que te angustia y que te sobrepasa; cuando empezás, más o menos, a meterte en un tono, en un ritmo y podés acompañar la aparición de las palabras, es una felicidad incomparable.

¿Puedes imaginar qué sería de tu narrativa sin la poesía?

No sé qué decirte, evidentemente, me sale así la escritura. De todas maneras, lo último que publiqué me salió así, yo no sé qué va a pasar en el futuro, tengo otras cosas, cuentos que escribí, que no tienen esta textura tan lírica. Sin embargo sí te puedo decir que a mí me interesa el trabajo con el lenguaje, porque sí hay cosas, como una marca que da cuenta que hay una relación particular con las palabras. A mí me interesa, definitivamente, la poesía, me parece que es la aspiración máxima, la idea de un destino de escritura.

 

«sí te puedo decir que a mí me interesa el trabajo con el lenguaje, porque sí hay cosas, como una marca que da cuenta que hay una relación particular con las palabras. A mí me interesa, definitivamente, la poesía, me parece que es la aspiración máxima, la idea de un destino de escritura»

 

¿Cuáles son tus principales influencias?

Supongo que mis influencias van cambiando. Te puedo decir que para mí fue un gran descubrimiento la escritura de Néstor Sánchez, fue muy conmovedor empezarlo a leer. Di Benedetto también es un escritor que siempre admiré mucho. Truman Capote, Marguerite Yourcenar. Hay un montón, después me acuerdo de Sara Gallardo y también me volvió loco. Y siempre la referencia para mí es Passolini, una escritura muy cargada de lo ideológico, de lo político, porque escribe desde la urgencia de manifestar qué es estar en un momento político y social determinado en la tierra. En algún sentido, creo que uno escribe para hablarle un poco a los gritos a su propia contemporaneidad, para dar cuenta de eso, que uno está vivo en un momento determinado, al lado de sus compañeros.

En varias escenas de la novela se suma como elemento que contribuye a la generación de un clima la música que está escuchando el narrador. ¿Eso se reduce a un recurso literario o trasciende y la música forma parte también de tu proceso creativo?

Vos sabés que no puedo escuchar música mientras escribo. Para nada. Me desconcentra mucho, cualquier tipo de música. Hay gente que escribe escuchando música clásica, yo nada. Creo que lo que hago con esas cosas son sistemas de referencias que ubican con mucha precisión, con mucha generosidad, a los personajes en el momento en que están. En algún sentido, apelan -eso me doy cuenta después- a consumos culturales que el lector puede reconocer, estamos hablando de dos personajes de clase media porteña, urbana -aunque no necesariamente debes ser porteño para reconocer esas marcas-, pero, bueno, es eso, pinceladas que completan la idea de construcción de estos personajes. Igual es raro, el otro día le decía a alguien “son dos tipos que tienen cuarenta años” y esa otra persona me decía “no, para nada, para mí tienen veinte, veinticinco años”, y me encantó. Yo no hago ningún tipo de referencia a la edad de los protagonistas, sin embargo, ellos están en un momento del mundo determinado en el que suena una determinada música.

¿Qué tienes para decir sobre lo que sucede en el país?

Bueno, yo vivo lo que está pasando en el país con mucha preocupación, me parece que los escritores y las escritoras, y todos los que pertenecemos al campo cultural, estamos muy preocupados porque nuestra actividad no está pasando un momento distinto al de todas las actividades. La cuestión económica, por un lado, y la cuestión de la ausencia de políticas que muestren algún tipo de lineamiento de cuidado del patrimonio cultural, de la producción de literatura, en un país que produce tanta literatura, de la promoción de la lectura, de la promoción de libros, en ese sentido, es un momento de mucha preocupación.

 

«Y siempre la referencia para mí es Passolini, una escritura muy cargada de lo ideológico, de lo político, porque escribe desde la urgencia de manifestar qué es estar en un momento político y social determinado en la tierra. En algún sentido, creo que uno escribe para hablarle un poco a los gritos a su propia contemporaneidad, para dar cuenta de eso, que uno está vivo en un momento determinado, al lado de sus compañeros»

 

 

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