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Martín Rodríguez: «Con lo puesto, y para adelante. Los países no quiebran»

8 Minutos de lectura

Por Soria y Obes.

Decidí escribir a Martín Rodríguez, el mismo que en coautoría de Pablo Touzón publicó hace poco «La grieta desnuda». La idea surgió después de la lectura del artículo que apareció en Panamá, y que otra vez convocaba a la sociedad Rodriguez&Touzón, esta vez a ensayar sobre «Los usos de Pichetto». Inicialmente el móvil fue consultar sobre la fórmula literaria que en los hechos funciona ejemplarmente: rigor analítico en una escritura original, que escapa a un tiempo del carbónico de la prensa y de la jerga rígida de la academia. Y en un solo autor, digamos, porque es el efecto de ensamble y síntesis que no da lugar a pensar en dos autores. Todas las preguntas en torno a esta fórmula eficaz quedaron para una segunda parte. En esta primera entrega, Martín responde sobre el personaje Pichetto, su último cambio de piel, las derivas en el campo político, Alberto Fernández: el otro armador premiado, la estrategia del centro para quedarse con los votos que no pendulan, y el futuro leído en las emociones sociales de «un país que no quiebra», como afirma Rodríguez.

El conocimiento de la fórmula de Cambiemos, del vice de Macri, parece haber cobrado sentido después del anuncio de Cristina. Ella se puso el sayo. ¿Tienes data de otras elecciones nacionales donde el compañero de fórmula se haya hecho tan importante?

Siempre el armado de una fórmula es el fruto de muchas cosas: cálculo electoral, señal de apertura, concesión, y un largo etcétera. Podemos hacer una historia de los “vices” en democracia. Son toda una historia. Cristina se puede decir que su carácter de líder le permite inaugurar protocolos. Ella eligió ser vice y eligió quién puede ser presidente. Lo habrá hecho en virtud de la contemplación, a mi juicio, de sus límites, y eligió un dirigente expresivo de muchas cosas pero de una principal: un corrimiento desde la izquierda al centro para la captura de votos. En febrero le oí decir al gran analista Ignacio Ramírez la síntesis: o se buscan votos de izquierda al centro o del centro a la izquierda. Bueno, todo dicho: hay que buscarlos en el centro. Pichetto parece el fruto de una lectura menos “centrista” pero también contundente sobre un agotamiento: es la opción de Macri por más círculo rojo, no menos. Toda la llamada “ala política” se desplumó en estos años bajo la tutela un poco inquisitorial de eso que va de Durán Barba a Peña, cuyo comisariado nos dice poco y nada sobre el “fondo” de las políticas pero sí sobre las “formas” de la política. Pichetto ofrece una compensación por el lado de “lo político” y a la vez una señal de “apertura”, supongo yo que impulsada también por ese “Mundo” del que habla Cambiemos, y que es un elenco de inversores, funcionarios del Fondo, embajadores y Ceos de multinacionales que deben tener una pregunta en la punta de la lengua y con la que rompen el hielo en cada conversación: “¿y el peronismo?”.

«Duhalde conoce el paño, porque fue de algún modo el mentor de una intuición argentina: en caso de crisis, rompa el vidrio y saque un peronista. Crisis y anti peronismo no son buenas fórmulas para, justamente, atravesar una crisis»

Duhalde dice que la elección de Pichetto fue un manotazo de ahogado. Es su conjetura, ¿la compartes?

Duhalde conoce el paño, porque fue de algún modo el mentor de una intuición argentina: en caso de crisis, rompa el vidrio y saque un peronista. Crisis y anti peronismo no son buenas fórmulas para, justamente, atravesar una crisis. Como compañero de fórmula de Macri le va a dar más verosimilitud a algunos rasgos del gobierno: cuestionamiento directo a la tradición inmigratoria e igualitarista argentina en materia social.

¿Alternativa Federal fue el banco de empleo de Cambiemos en la búsqueda de un Vice?

El peronismo siempre es una versión del peronismo. El peronismo no es un “partido de centro”, como le gusta decir a Pichetto. Es de centro por promedio histórico. Al revés que los radicales que serían de “centro” por vocación. El peronismo se mueve entre extremos: abraza signos de los tiempos (en los 90, en los 2000) y arrastra su estructura de poder; todo en este escenario que desde 1989 parece definido como una “democracia de la desigualdad”. Y desde que nació el kirchnerismo, en virtud de sus “novedades” y su sesgo (su identificación con el peronismo de izquierda) se mantuvo de fondo un runrún sobre un “peronismo peronista de verdad”. Eso tuvo muchas caras, una de las cuales, alimentada por la prensa, era la del “poder de los gobernadores”: un poder romano, un poder detrás del poder, que en algún momento daría por terminada la experiencia kirchnerista. Y la cosa fue más bien al revés: después de 2001 el kirchnerismo le dio vida el peronismo, entre muchas cosas, porque le devolvió una estructura de sentimientos a esa estructura de poder. El kirchnerismo quiso ser algo más que un peronismo del orden, un peronismo de la gobernabilidad. Pero el agotamiento y el techo rígido del kirchnerismo promovieron la recuperación de ese brío cuya realidad más sinceramente “federal” se basa en la reconciliación de la economía sojera con el peronismo. Sería en realidad, entonces, más una alternativa verde, un peronismo de agronegocios, de región pampeana, y que compite naturalmente con el mapa del voto macrista. Por eso todo ese intríngulis con Córdoba. De modo que la “fusión” entre esta expresión “federal” y el macrismo estuvo siempre latente.

Alberto Fernández y Pichetto comparten que no son políticos carismáticos, no aportan votos ni territorio, pero a favor tienen el oficio de hábiles operadores políticos, conocedores de la rosca y la estrategia. ¿Puede interpretarse sus nombramientos como el reconocimiento a la inteligencia política?

No diría tan taxativamente que no son carismáticos. Es cierto: son políticos más armadores. Pero Alberto es un político intuitivo, con buen roce sobre las capas medias, muy buen roce. Hace poco recordé uno de sus gestos cuando asumió Kirchner: irse a tomar un café a una confitería en Saavedra, adonde habían robado y donde los vecinos denunciaban “zona liberada” por parte de la policía. Tenía eso, no una demagogia de izquierda, sino el intento de una mayor relación con la gente que no le gusta la política. Diría: una idea de “normalidad” para las personas comunes. Ahí lo podríamos ver jugando más a Alberto, y menos en el terreno de “los convencidos”, un terreno que confundió irremediablemente con su generación de sensaciones térmicas electorales durante demasiadas derrotas seguidas: 2013, 15 y 17. Paradójicamente, fue Alberto el promotor a partir de 2003 de los intentos de transversalidad o concertación plural, y ahora fue uno de los artífices en la reconstrucción del diálogo entre gobernadores y Cristina. Pichetto tiene demasiadas horas de palacio.  Y en su provincia le fue mal. Pero intuyo que sabrá construir “llegada” con la base macrista. Lo veo por ahora haciendo más buenas migas ahí que “ampliando”.

Sugieres con Pablo Touzon que el rol que se le atribuye a Pichetto, de vínculo con los gobernadores, lo hace muy bien el ministro de la cartera Rogelio Frigerio. ¿Qué uso práctico tiene para vos su candidatura?

Entiendo que de esa zona de poder, de ese espacio entre gobierno nacional y gobernadores provinciales, con sus senadores, Pichetto era parte. Ahora quizás, retroactivamente, va a ser visto como un macrista con antifaz. Pero es difícil el hilado fino que a esta altura pueda desarrollar el “uso práctico de su candidatura”. Frigerio no expresa un “estilo político” como quiso expresar Monzó, con la visibilidad del Congreso. Más bien Frigerio expresa un lugar más opaco del poder donde es necesario que esos gobernadores se sientan cómodos en la conversación fiscal. Frigerio nace de una necesidad del gobierno, que es organizar esa interlocución. Prácticamente nadie hablaba mal de él en el peronismo. Pero Frigerio termina donde termina esa necesidad. No iba a ser quien elaborara un peronismo macrista. Lo de Pichetto aparece por arriba de eso. Aunque el cierre de listas mostró también que el purismo peñista talla y tallará. Lo cual es lógico. Siento que lo de Pichetto se configura en la clásica inclusión selectiva de peronistas, como Ritondo o Santilli.

«No me convence en absoluto esa muletilla de: “la gente acomodada se preocupa solamente de la corrupción”. La orquesta de Lanata te metió también las bóvedas o los bolsos de López en el tercer cordón. Y no se contrapesó eso matando al mensajero. La anti política es un asunto viejo. No robar, no mentir y no ser flojo»

¿Existe el peronismo republicano o es un oxímoron?

No quisiera entrar en la profundidad vidriosa que tu buena pregunta sugiere. Sí diría apenas que la vocación transformadora del peronismo lo coloca como una fuerza institucional e instituyente. Pero hoy Alberto Fernández da señales de sensatez basada en este mínimo: el kirchnerismo pudo hacer lo que hizo con la Constitución actual. Lo que sí, el peronismo que viene, si “vuelve”, debe hacerlo conteniendo la crítica, y eso involucra el tema ético. Hay una suerte de discriminación positiva en la versión esa que supone que las cuestiones de ética y moral tienen un perímetro de clase. No me convence en absoluto esa muletilla de: “la gente acomodada se preocupa solamente de la corrupción”. La orquesta de Lanata te metió también las bóvedas o los bolsos de López en el tercer cordón. Y no se contrapesó eso matando al mensajero. La anti política es un asunto viejo. No robar, no mentir y no ser flojo. De hecho, el tema ético es uno de las grandes puntas del papa Francisco que muchos insisten en omitir cuando repasan su mensaje.

Las contradicciones que Pichetto aceptó tener, y que Malamud de manera apretada las describió en una columna en La Nación, ¿hacen de Pichetto un anfibio que puede operar en cualquier terreno, bajo cualquier conducción?

Pichetto fue obediente hasta el 10 de diciembre de 2015 y Alberto Fernández no veía a Cristina desde 2008 después de tomarse el palo. Enorme reivindicación a la crítica y al valor de pagar el precio de quedar solo encarna Alberto. Pichetto entendió a la obediencia como un valor de la política. Al igual que muchos militantes del kirchnerismo. Pero se sabía que Pichetto “estaba a disgusto”. Se sabía porque lo hacía saber, se sabía porque se conocía su pensamiento íntimo en muchas cosas. Se sabía porque se sabía que su relación con Cristina era fría. Él mismo se declaró libre desde el 10 de diciembre de 2015 y asumió un rol de interlocución de un peronismo no kirchnerista no como si fuera, en tal caso, un proceso identitario en pos de maduración, sino una realidad contundente, un peronismo que volvía a su “cauce natural”. Y eso fracasó. Era un peronista en busca de un autor y encontró en Macri un liderazgo disponible.

«Veo muchas versiones simultáneas de la bronca. ¿Tocó fondo la crisis? ¿Pasó lo peor? La esperanza de 2003 se fue haciendo sobre esa idea también: ¿qué más nos puede pasar? Tiene algo de la del 83. Con lo puesto, y para adelante. Los países no quiebran»

Hablaban en el artículo de una «sensibilidad agazapada», por el miedo, por la incertidumbre, y que el problema argentino es la clase media y su utopía de «un país normal». Muy kantiana la pregunta, ¿qué podemos esperar?

Voy a decirte lo que intuyo: mucha gente metida para adentro. No veo que esta crisis haya regenerado hasta ahora una sociabilidad aún. Veo muchas versiones simultáneas de la bronca. ¿Tocó fondo la crisis? ¿Pasó lo peor? La esperanza de 2003 se fue haciendo sobre esa idea también: ¿qué más nos puede pasar? Tiene algo de la del 83. Con lo puesto, y para adelante. Los países no quiebran. Hoy, en este contexto mundial, decir “clase media” es un modo de nombrar nuestra excepcionalidad irreductible. La Argentina no se rinde. Estamos hace años masticando esta cantinela de la auto-percepción: la amplísima mayoría de argentinos que se dicen de clase media. Si “peronistas somos todos”, hay que agregar: “de clase media también”.

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