Por Belén Navarro.
Disfruto del clisé del concepto No Dormir mientras leo poesía. Pienso en psicología y en el hambre curioso que respalda la ignorancia sobre lo que nace generando expectativa. El último libro de Andrés Navarro me saluda desde lejos a través del flyer de la presentación a la que no puedo asistir. Toco de oído el prólogo de Juán Leguizamón, pero no accedo al aparato libro sino hasta una semana después. Lo devoro, mitad de noche, mitad de mañana siguiente, me tomo algunos espacios entre párrafos; otros, entre poemas; para volver a leer las líneas que me impactan, que son muchas. Hay líneas que son grandes, muy grandes, tanto que siento, no logro abarcarlas del todo. Realmente creo, es una producción que cumple, por lejos, la pauta para el estante de libros que recomiendas usando la palabra “tremendo”.
El armado del concepto libro surge a partir de la convocatoria de EDUNSE. Aparentemente es la primera convocatoria para gente que no es de la universidad, en ese momento, hace 2 años ya, lleva a Andrés a redondear material que ya tenía. Durante la entrevista con Subida de Línea revela que el armado no es una recopilación al azar, buscó la coherencia e ilación a partir de tomar el amor como tema eje, y tocando otros de recurrencia propia, como pensar el poema, pensar la poesía, la posición del lector, que van enlazándose al proyecto.
Este libro es un compilado dividido en capítulos, cada uno un poemario, algunos que ya había publicado en formato de plaquetas sin sello editorial, el resto, poemas que, en tanto inéditos, venía trabajando. Sobre eso construyó el concepto “libro”.
“…cuando dejes de molestar
Con tu mirada
de hospital público
cuando sientas
que hay experimentación
en tu mirada
de hospital público
cuando nos encontremos
y haya medicación…”
-No dormir-, me percato. Dos palabras, introducción pequeña, simple. Me pregunto por qué servía para englobar el trabajo de un libro entero. Se me viene a la cabeza el “no puedo dormir”, se me viene a la cabeza la infinidad de situaciones que desvelan, que des-velan la noche para un poeta, supongo, y la hacen más presente para un Andrés en sentido particular que escribe, supongo, con el ceño fruncido y a tenue luz. Supongo, que garabatea a la clásica sencilla en un cuadernito con lapicera bic de las azules. Me resulta divertido hacer de la lectura de autores que he cruzado alguna vez por la peatonal Absalón rojas, un ritual romántico, de desciframiento de aspectos que, sin bien van más allá de la letra, la complementan. Supongo que el changuito que le interrumpe la comunicación durante la entrevista, juega parte de ello, de un -no dormir escribiendo- para el deleite nuestro de textos a futuro. Y veo también, un autor de porte serio y solemne, cuasi hermético, que es capaz de hacer traslucir aspectos íntimos de un actor en escena que aparece en los versos, que aun cuando se separa de la vida del autor, nos permite encontrar humanidad y fisura.
Transitar este libro es pasear por calles escasas de bullicio, alguna tarde noche de verano, paso tranquilo, sin auriculares, quizás con alguna brisa calentita que a veces pasa a la par de uno. La calle es libre, igual que el tiempo. De ida y vuelta pude hacerme eco de los vuelos fugaces entre un narrador omnipresente y el chango de barrio que se esconde en esa voz.
“poeta
frente a la nooteboock
ve su reflejo
o su face
o su taza de café
masacre en Denver
declara el asesino
poeta
frente al plasma
II
poeta
recostado
tirado en la cama
sin ganas
de nada…”
Cuenta Andrés que el título es tal por ser nombre de uno de los capítulos, en consecuencia, del poemario que da eje al resto del libro. Inicialmente no era así, los poemas deben tener diez años, incluso más, los fue trabajando y transformando. No es sino hasta uno o dos años antes de la convocatoria, y por ende, del inicio de proceso de selección y edición, que encuentra el título No Dormir, satisface, y es así que logra dar la vuelta de tuerca que hasta el momento no podía. “Me resulta muy significativo, fuerte, sonoro, es algo que me interesa también”.
“Uno
escribo
muchísimos garabatos amarillos
en la parte negra de un papel
y elijo los más tontos
para reciclarlos
para transformarlos
para olvidarme del nombre mío
ahí
entre todo eso”
Todo lo que hace a la edición, diseño de tapa y maquetación competen a la editorial, la tapa ya es criterio de ellos, “ahí no entro yo” dice Andrés. El prólogo se dio. La editorial no proponía prólogo, sí una contratapa, Andrés le preguntó a Juan Leguizamón, él hizo un pequeño texto y la gente de la editorial notó que tenía un núcleo que daba para más, y se le consultó sobre la posibilidad de extenderlo. “Por suerte él quiso, porque hizo un hermoso prólogo. Lo interesante es que no da una mirada sobre el libro solamente, sino que da su mirada en relación a la poesía”.
Juán se zambulle en la poesía de Andrés y juega a ser Tom Cruise en Minority Report, extrayendo y desglosando significantes a través de un recorrido propio de ese lenguaje que describe como genuino. Una “patología afortunada” la de Juán, de no agotar nunca la palabra. Se acopla a la impronta psicoanalítica del autor, releyendo también las ausencias de palabra, y la mascarada verdadera del yo poético que “se viste y se desviste ante un espejo de papel”. Ambos reflejan la manifestación de un mismo código, plantear una verdad que pretende ser deglutida desde multiplicidad de aristas, transformándola en una verdad sin borde.
El armado de este libro es contemporáneo y paralelo al de Historia Universal (Editorial Nudista, 2017), Andrés reflexiona asumiendo que cuando lo armaba, pensaba que eran mucho más diferentes de lo que son tal vez, “eso lo dirá alguien que pueda verlo desde afuera”. Lo que ve hoy es que tienen puntos en común, pero se alejan al momento de observar la traza desde donde se posicionan. En No Dormir incluye textos que guardó por mucho tiempo, retomándolos y retomándolos sin quedar del todo satisfecho. Paralelamente comenzó a trabajar Historia Universal que le implicaba el trabajo desde una estética que hasta el momento le resultaba, una estética donde pone en juego la ironía y el humor, «las cuáles me han funcionado muy bien». Es así que aquellos textos que no respondían a la línea confortable de Andrés, quedan fuera de ese proyecto para comenzar a otorgar forma a No Dormir.
“Me hago duro de piedra
Pero aun así el dolor penetra lo vivo
Miro esta vez lo oscuro en lo negro
Me doy cuenta de que no puedo ser ahí…”
Este libro significa para Andrés el agregado de una nueva forma de despliegue escénico, porque reconoce que no abandonó nunca esos textos ya que había algo que le interesaba fundar a través de ellos “este libro es el inicio de ir para ese lado, ir explorando otras cuestiones donde no está tan presente el humor, y además, textos más cortos”. El humor y la ironía en este libro no aparecen tanto, y si lo hacen, logran sutileza a través del tono de susurro que se percibe en sus poemas. Hay una intimidad melancólica no sufriente. El que habla asume el conflicto interno, habla consigo mismo permanentemente, rumeando en un presente acabado que deja al lector la sensación de eterna repetición. En este punto, en todos los poemas planta líneas que te reabsorben como una corriente de resaca marina.
“Dibujo:
la escritura
De tu cuerpo
Un lápiz de trazo
Grueso
Oscuro
Mechones
De tu pelo negro
En el suelo limpio
Ahora manchado
Pintura:
Disfraz
De tu espalda
Enchastre de pincel
Foto:
El movimiento
De tus labios
En blanco y negro…”
Se despliegan los párrafos a modo de fotogramas, cada uno expandiéndose a una escena que no solo es visualmente rica, sino que tiene sonido, alcance táctil, emocionalidad cuidada; sin desborde. Sutileza, apenas esbozos de un mundo interno que cumple la función de regalo para que, como lector, accedas a un mundo de memorias propio.
Dice Andrés que no piensa en un mensaje, le resulta complicado. Pero sí lo espera, en relación a que hace algo que le interesa con ganas y piensa en el lector, en el sentido de que desea le guste, o que al menos encuentre algo; es algo que se cuela, pero no lo trabaja como eje en su escritura, “más bien espero que el lector encuentre lo que encuentre. Que encuentre el mensaje que le llegue a ese lector. No es algo que trabaje en sentido explícito”. Andrés construye una estructura de libro, pero espera que no sea esa la estructura de lectura del lector, que es quién elige cómo va a leer ese libro. “Yo escribo sabiendo eso, puede agarrarlo desde el comienzo al final o leerlo por partes, abandonar el primer poema y después de años retomarlo… hay miles de modos infinitos de entrada a un libro, que van más allá de lo que puede pretender un escritor. Espero eso, que a lo que se enfrente el lector, se vea único para cada lector. Yo no lo puedo saber, ni lo quiero saber”.
Paola. El capítulo final del libro me resulta conmovedor, quizás porque ese nombre significa algo para mí también ya que le guardo mucho cariño, dice “Paola se despierta con los ojos gigantes…”, y más adelante “no puede parar / no puede parar / es una locomotora / no puede parar…”, la lectura de estos versos crea saltos placenteros en mi cerebro, hacia mundos conocidos. Interrogo sobre qué mueve a Andrés Navarro a escribir:
“En algún momento algo se ha activado. Lo que se ha manifestado es algo, porque “algo” ya había, y el modo de manifestación es la escritura. Siempre veo mi relación con la escritura muy cercana a mi relación con el dibujo y ciertas cuestiones manuales, prácticas, que es lo más cercano a lo infantil, al juego, al modo de juego diría yo. El dibujo, que todavía persiste, la parte plástica, la pintura, pero que no he desarrollado como a la escritura, no le he puesto el énfasis para hacerlo más serio como a la escritura. El dibujo primero, y después, eso en algún momento pega el salto, se transforma. Modo de relacionarse con el mundo, modo de estar, de algo de lo existencial de uno, la falta si quieres llamarle. El no saber qué hacer, y una respuesta posible va por la vía del arte. Ese llamado, esa intranquilidad, ese malestar, cierto malestar, que está presente más o menos en algunos momentos, persiste y no se agota en la escritura. Es más, a veces el trabajo de escritura genera más malestar, más necesidad, más búsqueda de seguir escribiendo. Qué es lo que me mueve no tiene nombre, pero es algo que persiste hasta este momento”.
Andrés en este libro le habla a los ojos, a las bocas, al cabello, a aspectos fragmentados del cuerpo deleitando con una poesía de objeto parcial, reflejos, espejos, el escenario de peligro asociado al dominio de un otro que lo sobrepasa, que hace mamar al héroe desde una tetina de kriptonita, el veneno de la falta y la terrenalidad. Pero indefectiblemente también aparecen sensaciones vinculadas a emociones complejas y sentidos integrados de la palabra, habla sobre claridad y sombras, tristeza e insomnio, escribe sobre el frío, sobre contradicciones, pérdidas y melancolía, reencuentros, paz; aborda el amor, aborda el Deseo
A veces prescinde de conectores, y el espacio como recurso literario está plenamente bañado de sentido para el lector que digiere, y mantiene la expectativa para al lector técnico, supongo. Calidad visual limpia, estructura que no genera agotamiento, sino muy por el contrario, uno sabe que no está acabado hasta la línea final. La repetición nunca deja de decir, el escritor nos hace cómplices del develamiento de sentido que parece, va construyendo al tiempo que presiona cada letra del teclado digital, la línea que insiste acumula ímpetu en cada retorno, se exhibe soberbia, y se retira por la puerta grande. Presento estos recursos como frutilla del postre, porque en mi experiencia han funcionado como precioso complemento a las imágenes intensas que, en la naturalidad cotidiana que reflejan, cobran la fuerza succionadora que hacen de este libro un objeto devorador.