#Crítica

La condición efímera

5 Minutos de lectura

Son retazos, fragmentos, recuerdos volcados en un ejercicio elemental, el de hacernos preguntas y arriesgar respuestas. O hacernos preguntas, así sin más. Pedazos de memoria y desmemoria que motorizan un interrogante que acaece -es inevitable- en algún momento: ¿qué se hace cuando se nos presenta la idea de que lo que hacemos no alcanza?

“Sagrado es todo aquello que me demuestra cabalmente, en la experiencia concreta, en la experiencia viviente, que no se puede mentir”
Néstor Sánchez.

Por Ignacio Ratier.

En la primera escena, Enzo me dice “vos tienes que leer a Néstor Sánchez”. Acaba de regresar de una aventura, fue a vivir a Córdoba por un tiempo y dice que la lectura de Sánchez le permitió reencontrarse con un aspecto de la literatura que creía muerto. Aunque suene injusto, lo tomo en serio como se toma en serio a las personas que uno respeta.

La segunda escena sucede en Buenos Aires, al igual que la tercera. Entramos con Ernesto a una librería ubicada a cuatrocientos metros del Obelisco. Me dice, entusiasmado, que es un lugar con un montón de libros académicos, sube unas escaleras que conducen a otro ambiente del negocio y se pierde. La idea de encontrar una novedad me agrada, pero, una vez adentro, antes de llegar a la zona de la literatura científica me topo con libros de Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras, Marcelo Cohen y otras ediciones extrañas que rara vez descubro en las librerías que frecuento. Se me ocurre, porque tengo presente la recomendación de Enzo, preguntar por Sánchez. El librero me dice que vendió hace poco algo del autor y que la computadora le indica que queda un ejemplar de Nosotros dos. Finalmente, después de buscar entre los anaqueles y hurgar los recovecos donde los lectores más obsesivos ocultan sus gemas para adquirirlas en otra ocasión, no encuentra el libro. Debe estar perdido por ahí, dice. No parece importarle demasiado mi decepción. Me voy.

En la tercera escena, otra vez en una librería porteña, me encuentro con Sobre Sánchez (Ed. Mansalva), la biografía fallida/ensayo colapsado que escribió Osvaldo Baigorria. Libro inclasificable, degenerado, por lo imposible de encasillar en un género. “La biografía es un género tramposo: no se puede escribir sobre una vida -a menos que se la toque por encima, como si se improvisara”, dice el autor. Han pasado varios meses de aquella errática visita, recuerdo que en algún momento estuve decidido a entrar en el universo Sánchez y, sostenido en ese pensamiento, tomo el libro para leerlo mientras me agencio la merienda en el bar de la librería. Confieso que la rúcula va muy bien con el crudo, pero no estoy seguro de estar dispuesto a pagar de nuevo el mismo precio por un sandwich de esas dimensiones. En lo que pispeo las primeras páginas, me entero que Néstor Sánchez, escritor admirado por pesos pesados como Silvia Molloy, Germán García, Julio Cortázar, entre otros, atraído por las ideas de Gurdjieff (por el Trabajo espiritual que predicaba éste), emprendió una vida de hobo en diferentes lugares del mundo. Durante más de catorce años vivió como un vagabundo, tuvo noventa hogares y gastó, en promedio, dos dólares diarios para sobrevivir. Al menos esa es la historia que contó al volver. Su hijo Claudio, que durante todo ese tiempo no tuvo contacto con su padre, desaparecido voluntariamente en una época de violencia y represión de alta intensidad, recibió una carta en la que se le avisaba que Sánchez estaba en Los Ángeles, California. Luego se enteraría de que la dirección incluida en ese mensaje correspondía a una playa de estacionamiento donde el escritor pasaba sus noches. “El abandono, la deserción, configurarían su gesto como artista”, dice Baigorria. Concluiría la lectura del libro un mes después de comprarlo, pero en esa primera aproximación di con un pasaje, un testimonio del Sánchez que regresa vejado de su travesía, en el que ensaya una respuesta al porqué de su renuncia a la escritura. Pasaje exquisito que, por pura arbitrariedad, citaré más adelante.

Akédeia: ilustración de Antonio Castiñeira

Ilustración: Antonio Castiñeira.

La última escena ocurre en Instagram, ese territorio ubicuo donde la escenificación de la felicidad parece ser el mandato y esparcir un poco de tristeza se torna un acto subversivo o el mejor chiste posible. Juan, otro amigo que evoco aquí, elabora en sus historias reflexiones psicoanalíticas a partir de una letra del cantante Eros Ramazzotti. Me extravío un tanto en sus palabras, últimamente he tratado de bucear las aguas del psicoanálisis, leo a Zizek, leo a Barthes, escucho intuiciones de poseso en la obra que legó Cerati; el asombro llega a cuentagotas y no puedo pedir más por el momento. Entonces, curioso, me interno en esas canciones que cantaba como desaforado en la adolescencia. Mi generación creció depositando sus créditos en esas melodías, afrontó sus primeros años empapada de kitsch y melodrama. Es parte de nuestra tragedia y también de esta comedia que llamamos vida. Entonces, mientras el reproductor hace su trabajo, llego a un pasaje que no he olvidado y ahora resuena: “cantar al amor ya no bastará/ es poco para mí”. Eso que escucho entra como un cross a la mandíbula y aparece la necesidad de redescubrir aquel testimonio de Néstor Sánchez en el que explica su renuncia.

El periodista que lo entrevista pregunta por qué había dejado de escribir durante quince años (y de publicar durante dieciocho) y Sánchez responde: “Porque cuando se tiene una revelación como la que yo tuve, uno se da cuenta de que escribir es un acto de orgullo… Dejé de escribir porque me encontré frente a un conocimiento sagrado que requería de una humildad inédita”.

Néstor Sánchez nació el 7 de febrero de 1935 en Buenos Aires. Durante su adolescencia trabajó en Ferrocarriles Argentinos y de 1958 a 1965 fue jefe de redacción en el servicio de prensa de la Casa de Gobierno (ingresó con el gobierno de Frondizi). De joven frecuentaba lugares en los que se bailaba tango, luego comenzó la transición hasta convertirse en escritor. De bailarín de tango a escritor obsesionado con llevar poesía a la prosa y la experiencia concreta de su vida a la literatura. Sostiene Baigorria que es difícil separar vida y obra en Sánchez. El resto de los datos biográficos no vienen al caso, solo queda decir que publicó Nosotros dos (1966), Siberia Blues (1967), El amhor, los orsinis y la muerte (1969) y Cómico de la lengua (1973). Luego de eso, abandonó la escritura -y algo más- e hizo vida de hobo durante más de catorce años, como ya se dijo. 

Tras su regreso publicó La condición efímera (1988), un libro de relatos. Los testimonios de quienes lo conocieron describen un hombre sensible en extremo, capaz de llorar en público a causa de una música conmovedora, pero también alguien muy vehemente, dispuesto siempre a defender sus ideas al punto de terminar a las piñas.

Liliana Heer, escritora, psicoanalista y amiga del místico escritor, dice sobre los severos diagnósticos elaborados por sus psiquiatras: “No era un esquizofrénico, tampoco un paranoico. Yo más bien lo veía en los últimos años como un depresivo, como alguien que sufre de acidia”. El hombre que volvió de aquella experiencia estaba destrozado, perdió el sentido de la vida y repetía para sí que ya no tenía nada para decir. El abandono fue su gran gesto, gesto radical, por cierto; una respuesta a esa pregunta que en algún momento aparece: ¿qué se hace cuando se nos presenta la idea de que lo que hacemos no alcanza, no es suficiente y se requiere, según las palabras de Sánchez, de una humildad inédita? Ramazzotti sentencia que cantar (al amor) ya no bastará. Será que, a veces, el lenguaje, como cualquier otra cosa indispensable, puede ser algo perfectamente inútil. 

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Convocatoria: Mujeres produciendo y publicando

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